Capítulo 59 {Nada Que No Quieras Tú} parte 1

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"Ya no lo oculto más, sé que el tiempo se nos va

Ya no lo pienso más, solo contigo quiero estar

No quiero nada que no seas tú"

-Ramona


     Leo consiguió una escobilla y recogedor para levantar el destrozo que había hecho al romper el tazón de cerámica donde depositaba las llaves. Debía empezar a liberar su temperamento de otro modo, pensó burlándose de sí mismo por sus desahogos juveniles. A este paso acabaría pronto con todo lo que quedaba dentro de su departamento.

Observó por un instante los afilados fragmentos antes de deshacerse de estos. Ojalá fuera así de sencillo reparar su corazón: arrojar los pedazos al cesto de basura y después se conseguía uno nuevo, de preferencia de plástico, pensó, agobiado.

Nada que valiera la pena en la vida resultaba fácil, resolvió Leo usando las palabras que su padre utilizaba cuando la frustración lo cegaba y lo hacía desistir. ¿Qué tanto se aplicaba a los problemas del corazón?

Apoyó la espalda en la barra de la cocina, metió las manos en los bolsillos del pantalón y con los dedos sintió el delicado brazalete que le había regalado a Carolina. La expresión de su amor por ella que no ya no sabía si alguna vez fue real. Lo apretó con fuerza en su puño y se entregó a los pensamientos que no lo dejaban en paz. ¿Todo este tiempo estuvo tan ciego? ¿O había estado ensimismado en sus propios dilemas, que no pudo ver ver más allá de su nariz?

En tan solo un instante los ejes de mundo se giraron. El suelo que pisaba, que siempre creyó firme, se había vuelto inestable.

Era incapaz de hacerse la idea que durante tantos años su padre ocultara algo de esa magnitud. No sabía a quién creerle o si creerlo siquiera. Si en lo que Celina le había contado había un poco de verdad, su padre no era la persona que pensaba.

Era poco lo que podía hacer para serenarse en ese momento, necesitaba ver a su progenitor lo más pronto posible, tenía varias explicaciones que pedirle. No regresaría con las manos vacías. No esta vez.

Fue en busca de su saco a la habitación, era lo último que le hacía falta para poder marcharse. Quizás era mejor cambiarse de ropa, pero desistió casi de inmediato porque estaría perdiendo el tiempo innecesariamente. Al acercarse a la estancia, se escuchó a alguien llamando a la puerta.

—¡Ahora qué quieres! —gritó y abrió la puerta sin pensar, esperando encontrarse nuevamente con Celina.

Sin embargo, se llevó una sorpresa al ver al hombre que estaba de pie en el umbral con gesto risueño. Lo que le faltaba. Echó la cabeza hacia atrás y resopló antes de invitarlo a pasar con desgano. Se habría ahorrado la invitación, pero la cortesía que le habían inculcado superó sus otras emociones.

—Esas no son maneras de saludar, especialmente cuando traigo felicidad de la mejor clase. —Leo le agradeció en silencio que hiciera caso omiso a lo que había dicho. Julio elevó la pequeña bolsa de papel y el termo que traía en las manos—: la que puedo elaborar en mi cocina.

Leo tomó la bolsa y la abrió. Tan solo el delicioso aroma a pan recién horneado y mantequilla derretida fue suficiente para apaciguar la tormenta que se fraguaba dentro de él. Hasta las tripas de su estómago se dejaron seducir cuando crujieron escandalosamente.

—¿Qué haces aquí? —preguntó arrancándole un trozo a un croissant. ¡Dios! Se deshacía en su boca. La fama que gozaba era bien merecida, pensó, pero prefirió guardarse sus opiniones.

Ahora, entonces y siempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora