Capítulo 52 {Para Dejarte}

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"Siento que me ahogo de tanto que decir,

No sabes como duele que nunca,

Que nunca serás para mí"

-Los Impacientes


—¿Dónde estás, cabrón? —preguntó con un tono bajo y amenazador que apenas pudo reconocerla—. Son casi las cuatro, y si no estás muerto, te juro que yo misma me encargaré que lo estés cuando te vea.

—¿Alix? —dijo cohibida.

Tratando de conservar la poca compostura que le quedaba y sometiendo los sollozos, Carolina le pidió que acudieran al hospital lo más pronto posible. No le dio más detalles además del balazo que Leo había recibido y de encontrarse en cirugía. Los doctores no podían proporcionarle información sobre su condición actual porque ella no era un familiar.

En cuanto vio desaparecer la camilla que transportaba a Leo, las náuseas se volvieron tan intensas que fue imposible retenerlas más. Le impidieron el paso en cuanto atravesaron el área de trauma, y Carolina se que quedó en medio del pasillo con el corazón hecho trizas. Corrió arrebatadamente hacia el bote de basura que estaba junto al banco de sillones de la sala de espera. Descargó el contenido de su estómago afianzándose de los bordes; agradeció que su cabello estuviera amarrado para no empeorar el desastre.

Se limpió la boca con el dorso de la mano tras el último espasmo que sacudió a su cuerpo. Sintió la mano de Manuel sobarle la espalda con gentileza. Pensaba que sus piernas no tenían la fuerza para sostenerla y se aferró a su hermano para no desmoronarse en el piso.

—Respira, pequeña —le pidió mientras le acariciaba el pelo—. Necesitas calmarte, esto todavía no acaba y tienes que ser fuerte.

Manuel la acompañó hasta uno de los sillones para sentarse, y de inmediato las lágrimas comenzaron a amontonarse en sus ojos. En su cabeza se repetía una vez tras otra la escena. La presencia perversa del asaltante, el sonido sucio del disparo, la mirada intensa de Leo apagándose mientras su cuerpo se cubría de sangre y ella con las manos temblorosas y sin saber qué hacer.

Cómo quisiera que con solo desearlo pudiera ser fuerte como el metal y no frágil como una rama seca. En el fondo sabía que era miedosa y débil. Todo lo que estaba sucediéndoles era por su culpa. Si no hubiera sido una cobarde jamás se habrían detenido en esa gasolinera de mala muerte y Leo no estaría pagando por su errores.

—Ya me encargué del coche —interrumpió Dahlia. Había sido tanta la conmoción que no notó su presencia—. Creo que puedes necesitar esto para avisarle a su familia—. Se estiró para acercarle su bolso y el celular de Leo. Los tomó con desgano. La pesadilla no parecía tener fin.

La joven investigadora se sentó junto a ella y le ofreció un paquete de Kleenex para que se secara los ojos. Le agradeció sus atenciones, tanto a ella como a su hermano, por no dejarla sola en estos momentos tan difíciles.

—No creo que sea buena idea que venga Celina, pero tenemos que avisarle. Aunque conociéndola, poco le va a importar que sea o no una buena idea —explicó Manuel resignado. Por más compuesto que luciera, podía ver la preocupación en su mirada. A pesar de la situación, Carolina también quería protegerla.

No podía seguir posponiendo aquella llamada. Inspiró todo el aire que le fue posible para llenar sus pulmones y lo soltó por la boca. Sus miedos se quedaron alojados en medio de su pecho.

Ahora, entonces y siempreWhere stories live. Discover now