Capítulo 31 {Sólo Algo}

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"Es increíble tu aroma con el viento

Esa mirada que me gusta tanto

Y tu sonrisa casi siempre la sueño aquí"

-Rubytates


     El atardecer reflejado en el agua pintaba las nubes de morado y naranja, que parecían algodones de azúcar. Los colores eran tan vívidos y ninguno de sus preciados Prismacolor podrían igualarlos. «Otra vez, no», rogó inútilmente al hacerse consciente que estaba teniendo el mismo sueño de caer en picada por el idílico cielo, que solo su subconsciente era capaz de recrear. A diferencia de los sueños anteriores, esta vez flotaba boca arriba impidiéndole saber qué tan cerca estaba de chocar contra el suelo. Esto ya no era un sueño, era una tortura, pensó, resignada ante la certeza de despertar agitada y con el estómago anudado, como si hubiese recibido una descarga eléctrica.

Sin embargo, por primera vez, Carolina se sintió atrapada al aterrizar. Algo se amoldaba a su cuerpo con suavidad mientras una brisa cálida jugueteaba con su mejilla. Era como si el cielo la abrazara y el sol la calentara en una tarde de verano. No quería despertarse de este sueño. Santo cielo, qué maravillosa sensación, podía quedarse ahí para siempre.

«Mi amor, despierta», escuchó de repente un voz grave y diseñada para seducirla. Quería responder que no tenía la menor en intención de despertarse, pero en la garganta se le quedaban atoradas las palabras. Además, si lo hacía todo desaparecería. «No me obligues a utilizar otros métodos», le advirtió la voz.

Bajo protesta abrió los ojos y se encontró con un torso firme y pecoso. «¿Pecas?», se preguntó, aún soñolienta. Cuando, por fin, asimiló el olor a masculinidad pura que alborotaba su nariz, se separó de él deshaciendo su abrazo. ¿Qué hacía Leo en su recámara? ¿En su cama?

Se giró hacia un lado para intentar bajarse de la cama, pero la orilla estaba más cerca de lo que calculó y terminó en el suelo con la sábana enmarañada a su cuerpo. No podía dar crédito de su torpeza y en vez de tratar de recuperar la compostura estalló en carcajadas.

—¿Estás bien? —preguntó Leo, asomado. Carolina percibió que él trataba de suprimir la risa que luchaba por escaparse y poblar su rostro con diversión. Al menos se las había arreglado para hacerlo sonreír. Se veía tan guapo y delicioso cuando sonreía, que, sin falta, ablandaba sus adentros.

—Yo sí, pero mi autoestima está adolorida —respondió entre risas y sobándose el trasero. Si lo pensaba bien, la caída no había sido tan pronunciada y al tentar el piso no encontró su tapete peludo, el que le cosquilleaba las plantas de los pies cuando se bajaba de la cama. Miró a su alrededor y se dio cuenta que no estaban en su recámara, se encontraban, para su desgracia, en la de Leo.

Mortificada, se levantó sin pensarlo y al tratar de dar un paso, se las arregló para que la sábana se enredara en sus pies haciéndola trastabillar. Leo la atrapó con agilidad, como aquella vez en el concierto. Un aire de nostalgia inundó sus sentidos, fue como revivirlo. Sin embargo, las sensaciones de protección y adoración que le brindó esa noche no las revivió por el simple hecho que las sentía todo el tiempo estando junto a él.

—De una forma u otra, siempre terminas en mis brazos —dijo mientras le acariciaba una de sus mejillas. Sintió un delicioso escozor entre las piernas a pesar de la sutil y casta caricia.

Carolina se mordió su labio inferior antes de que Leo se acercara y la besara. Cerró sus ojos y se dejó absorber en cuanto sintió sus labios tibios apoderarse de sus boca. La vergüenza y la mortificación desaparecieron. ¿Algún día dejaría de sentir que el mundo desaparecía cuando la besaba?

Ahora, entonces y siempreWhere stories live. Discover now