Capítulo 34 {Tu Calor}

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"Siento tu calor, llegó por fin muy a tiempo

Todo movió, estoy bañada de luz

Y de ilusión"

-Julieta Venegas


     El lanzamiento de la línea de otoño había mantenido ocupados y corriendo de un lado a otro a todos los empleados de Textiles Santillán, y Leo no había sido la excepción.

—Solo serán unas cuantas horas, preciosa. Por más que quisiera no puedo negarme, mi padre necesita que los reportes y las proyecciones financieras estén listos lo antes posible —le explicó Leo mientras hundía su nariz en su cuello, como si intentara acaparar el olor que desprendía—. ¿Y si vienes conmigo? —le propuso, entusiasmado por la idea que acababa de ocurrírsele.

Carolina lo miró con ojos soñolientos, era muy temprano para tener una conversación, y, mucho menos, si se trataba de trabajo. Aún estaba oscuro y además era sábado. Todo lo que deseaba era dormir, hacer el amor, comer, y repetir la secuencia por el resto del fin de semana. No pedía mucho, solo lo justo. Al fin y al cabo estaba en su derecho.

Leo deslizó sus dedos a lo largo de las costillas de Carolina hasta detenerse en su cintura, lo que provocó un deleitable cosquilleo que se expandió por toda su piel y la hizo estremecerse.

Este hombre despeinado y a medio vestir, que la miraba como si ella fuera su mundo, era una completa distracción que le entorpecía los pensamientos y le robaba su capacidad para resistir.

Una vez asentada la propuesta, decidió aceptarla con reserva. Por el momento todos en la compañía llevaban las cosas con calma y era improbable que alguien se apareciera por las oficinas un sábado por la mañana. Por ese lado estaba a salvo de ser vistos juntos en público.

En cuanto las puertas del ascensor se abrieron en el tercer piso, se besaron y fue imposible no ponerse las manos encima.

Leo la tomó gentilmente por los hombros para separarse un poco de ella.

—Dios, no puedo dejar de tocarte y besarte, soy adicto a ti. Si seguimos, no voy a poder detenerme y tendría que llevarte a la sala de juntas y no precisamente para tener una discusión, de hecho, lo último que haríamos sería hablar. Y sería incierto cuándo volveríamos a ver la luz del sol. —Una sonrisa pecaminosa iluminó su rostro.

La idea era, tanto tentadora, como ilusa. Leo estaba tan apegado a las reglas que en el último minuto era capaz de arrepentirse. Había sido insistente en lo poco que le agradaba mezclar el trabajo con su vida personal. Por supuesto, había logrado que se relajara y alentado a ser espontáneo, pero se necesitaría una alineación perfecta de planetas para que él se atreviera a trasgredir un reglamento, incluso sabiendo que lo más probable era salirse con la suya y solo ellos dos sabrían lo que ocurría a puerta cerrada.

Podía intentar seducirlo, era atractiva la idea de imaginarse tendida sobre su escritorio y sus manos acariciándola por todos lados, pero la verdad era que prefería marcharse lo antes posible de ahí. «Al mal paso darle prisa», pensó, y se limitó a hacer un gesto de puchero, y él le tocó la punta de la nariz, como sabía que detestaba, antes de darle un casto beso en los labios.

Carolina lo siguió con la mirada hasta que desapareció en la única oficina de ese piso. Exhaló resignada y siguió de largo en dirección opuesta a Leo. Jaló con desgano la silla de su escritorio para poder sentarse. Subió los pies, echó la cabeza hacia atrás y miró el techo.

Ahora, entonces y siempreUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum