Capítulo 18 {Bestia}

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La brisa tibia que soplaba poco hizo para enfriarle la sangre que le hervía, y si hizo algo fue empeorar sus ánimos al reconocer lo que acababa de hacer. Leo caminaba en pequeños círculos como fiera enjaulada mientras se pasaba una y otra vez sus dedos por su cabello de forma enérgica. Si continuaba haciéndolo terminaría por arrancarse por completo su preciada cabellera. Se detuvo en seco y aún poseído por la cólera le exigió de mala manera a la persona encargada del valet las llaves de su BMW y le indicara dónde lo había estacionado. No estaba a dispuesto a esperar un minuto más ahí parado como un perro callejero. Al advertir la mano nerviosa del hombre al extenderla para entregarle su llavero, Leo se percató de su rudeza. Le pidió una disculpa al empleado y lo compensó con una generosa propina. Aquel acto sería el único error que podría enmendar esa noche, dedujo con apatía.

Leo caminó con paso firme dos cuadras hacia el sur como le indicó el muchacho debía ir para encontrar su coche. Lo encendió y, como un criminal atraído por el orgullo de su fechoría, regresó a la escena del crimen. A pesar de ignorar lo qué ganaba haciéndolo, Leo decidió estacionarse en la banqueta opuesta al establecimiento donde convenientemente tenía una perspectiva adecuada de la entrada. Leo descubrió la magnitud de sus acciones al observar la expresión confundida de Soni al salir del restaurante. Mientras ella esperaba a que le trajeran su coche se abrazaba a sí misma, exhibiendo su pesar. La visión de su entendible tristeza y decepción le achicharró las tripas a Leo. Sin embargo su verdadera aflicción provenía de tener que lastimarla de nuevo cuando rompiera con ella. Pasaron unos cuantos minutos más y Soni desapareció entre la marea de luces pálidas que danzaban sobre la calle. Las dos opciones estaban sobre la mesa —quedarse o marcharse, lo correcto o lo incorrecto, así de simple—. Todavía estaba a tiempo de llevar a cabo la resolución que había traído en la mano al llegar al restaurante. Leo cerró sus ojos, aferrándose al volante con tanta fuerza que sus nudillos se tornaron blancos. No encontró la fuerza para encender su coche.

Leo de ninguna manera iba a aceptar que el desconocido terreno que pisaba lo desconcertara, sin embargo sabía perfectamente lo que estaba haciendo y las consecuencias que conllevaban sus acciones. No era ningún estúpido. Tal vez sí lo era por guiarse por sus impulsos.

Leo jamás se describiría como un caballero de armadura reluciente que rescataba damiselas en peligro y mataba criaturas legendarias durante sus horas de trabajo. Lo desconcertaba el que Carolina desatara su lado protector. No estaba completamente seguro si era por protegerla de las garras Daniel Silva o si era por defender lo que Leo calificaba como suyo.

¿Qué hacía ella con él? Definitivamente había subestimado su interés por ella.

Las horas pasaban devastadoramente lento. Y Leo escogió el momento menos conveniente para ocupar su tiempo pensando en lo peor. Era una mala combinación entre su tiempo sobrante y su imaginación demasiado gráfica. Esto era lo último que necesitaba en este instante.

Cerca de las dos de la madrugada, la pareja que estaba esperando por fin apareció. Leo enderezó su asiento de inmediato, quedando en modo de alerta. Se veían cómodos el uno con el otro, pero sin reflejar algo más que estar compartiendo una velada agradable. Daniel se deshizo de su chamarra para colocarla sobre los hombros de ella y Carolina en agradecimiento le sonrió. Cómo odiaba que él la tocara. «Él sólo estaba siendo caballeroso. Es lo mínimo que ella se merecía», se reiteró en un intento en vano por tranquilizarse. Fue imposible cuando desprevenidamente Daniel ensartó sus dedos en la solapa de la chamarra para acercarla hacia él y besarla. Sus latidos se aceleraron de manera impetuosa bombeando su sangre hasta sus oídos. Sentía que le explotarían. Pese a la furia que lo invadía y las ganas de golpear ahí mismo a ese hombre, Leo se quedó aturdido. Por una razón mórbida estaba atento a la reacción de Carolina. Ella cerró despacio sus ojos y alzó su cabeza en un esfuerzo por corresponderle. Para su sorpresa, ella lo detuvo colocando su mano en su torso para darle fin a aquel inesperado beso. Fue un rechazo sutil, pero al fin y al cabo fue un rechazo. Leo curveó su labios hacia arriba, era una sonrisa engreída que alivió su tensión.

Ahora, entonces y siempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora