Capítulo 12 {Tú}

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—¿Tienes algún plan para esta noche? —preguntó Claudia cuando Carolina se subió al coche de su amiga. Caía un aguacero y creyó pertinente aceptar un aventón a su departamento—. Mientas te esperaba, Álvaro me mandó un mensaje invitándonos hoy en la noche a un bar. ¿Vamos?

—Hace rato me dijiste que estabas muerta y que pretendías no salir de tu cama hasta mañana —le recordó Carolina con insistencia. Claudia tenía una energía envidiable y su buen humor era contagioso, y siempre encontraba las mejores razones para salir y emborracharse. Según ella siempre había motivos por los cuales celebrar —el que Carolina cumpliera un mes trabajando en Textiles Santillán, la posición de la luna en el cielo, un terrible onomástico, una absurda manifestación en el Zócalo—. Un sinfín de opciones.

—¿Dónde quedó tu sentido de la diversión? La noche es joven como nosotras. Además, «Hace rato» es tiempo pretérito —aclaró Claudia.

—¿No te bastó con la salida de anoche? Además estoy cansada, fue una semana muy pesada. A diferencia de ti, las desveladas me están matando. Necesito horas de sueño reparador —contestó Carolina sin pensar, dándose cuenta que era un pretexto cuando a ella no había que insistirle al tratarse de una invitación, de diversión. Por una incomprensible razón deseaba encerrarse para dibujar y torturarse con música de Muse. ¿Desde cuándo ella se había convertido en una antisocial?

—Lo que necesitas es salir, conocer a alguien, empaquetarlo y llevártelo a casa —le sugirió Claudia, subiendo y bajando sus las cejas.

—No, muchas gracias —argumentó de inmediato, pero al ver la decepción esparcirse por la mirada de su amiga, Carolina agregó—: Me refiero a lo de envolver a un desconocido para regalo. En cuanto a lo de salir puede que tengas razón. ¿Nos vemos allá o paso por ti?

—Así me gusta: flojita y cooperando —dijo Claudia con una sonrisa victoriosa—. Por el momento dejaré pendiente lo de conseguirte una aventura, no es saludable para alguien tan guapa como tú— agregó, guiñándole un ojo—. ¿Tendrías inconveniente en prestarme ropa y arreglamos en tu departamento? No estoy de humor para escuchar los reclamos de mi madre por haber llegado tardísimo y en un estado impertinente. Ya sabes los típicos gajes del oficio de una que todavía es hija de familia. Me da envidia que no tú no tengas que rendirle cuentas a nadie.

—No sé qué es peor unos padres preocupados o un hermano sobreprotector.

—Si tuviera un hermano que luciera como el tuyo no tendría ningún problema en que me sobreprotegiera —admitió Claudia mientras entraban al departamento.

El tiempo había pasado tan de prisa que no supo en qué momento Manuel había crecido tanto. Ya no era el niño que la molestaba jalándole el pelo o jugaba con ella a las escondidas. Ya no era tampoco el niño flaco y de largas extremidades. Ahora era alto. Muy alto con hombros anchos y brazos musculosos. Con facciones que, según sus amigas, podrían devorárselo de un bocado. «Guácala», pensó Carolina al recorrerle un escalofrío cargado de desagrado de tan solo imaginárselo. Jamás podría verlo con otros ojos que no fueran los de hermana.

—Lamento desilusionarte, pero él está de viaje —explicó Carolina, y observó como una nota de decepción cruzó por la mirada de su amiga que terminó remplazándose con alivio. Qué extraño.

Carolina no pudo pasar desapercibida la reacción de Claudia, haciendo imposible resistir la oportunidad de satisfacer su curiosidad.

—¿Te puedo preguntar algo, Clau?

—Sí, claro —contestó mientras descolgaba una blusa que sostuvo frente a ella para evaluar si le quedaría.

—¿Tú y Álvaro tuvieron algo qué ver?

Ahora, entonces y siempreWhere stories live. Discover now