Capítulo 33: un encuentro inesperado...

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Como se habrán dado cuenta ya, no soy una persona responsable ni mucho menos ejemplar

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Como se habrán dado cuenta ya, no soy una persona responsable ni mucho menos ejemplar. Una adolescente inestable que desea ser el centro de atención construyendo su reputación a base de mentiras, historias que nunca podrían haber sucedido y subiendo a la cima a costa de otros. Definitivamente no soy una persona que tendrías como modelo a seguir o alguien que querrías como amiga. Al menos no una persona lo suficientemente razonable.

Y ahí estaba yo.

La noche de un viernes, sentada en las escaleras de una casa de la que si lo pensaba, realmente no tenía la menor idea de quien era el propietario. Estaba ebria hasta los huesos y estaba más ocupada tomando una profunda calada de lo que sea que tuviera el cigarro que estaba entre mis dedos que prestando atención en lo que sucedía a mi alrededor.

El bajo de la música resonaba en mis pies, en mi cabeza y en mi pecho. Sentía que iba a vomitar, pero al mismo tiempo no sentía nada en absoluto. No sabía de qué era la fiesta. Ni siquiera sabía de quién era la fiesta, solo estaba centrada en el cigarrillo entre mis dedos.

El humo.

El bajo.

Y yo.

Sentada en medio del primer escalón de las escaleras.

Había gente detrás de mí, gente frente a mis ojos bailando y pisoteando el suelo al ritmo del bajo. Unos se drogaban, otros bailaban, otros se besaban, otros simplemente hablaban y otros se drogaban, hablaban, bailaban y se besaban. Para mí todo eso era parte del fondo, un agregado innecesario que estaba a mi alrededor mientras yo estaba demasiado centrada en mi cigarrillo.

El humo, el bajo y yo.

Quizá era una característica intrínseca de mi horrible manera de ser. Un narcicismo y un egocentrismo del que ciertamente me era difícil de escapar. Era difícil huir de lo que tanto te molestaste en construir y de la única imagen que podías ver cuando te reflejabas en el espejo... O en el agua celeste de río, del mar o de la o de la piscina porque sinceramente nunca había visto el azul cristalino del mar con mis propios ojos.

Y entonces no fuimos solo el bajo, el humo y yo, sino que a la reunión se había unido el reloj. Omnipotente, intocable, imperturbable e inalcanzable. No importaba si lo atrasabas, lo adelantabas o le quitabas la batería. Naturalmente la respuesta seguiría siendo la misma. El tiempo no iba a detenerse aún si mientras estaba en ese estado podía ver como las agujas del reloj se detenían un segundo para sonreírme y preguntarme qué era lo que había comido el día de hoy.

Sinceramente ni siquiera podía recordar qué había comido o que tenía un cigarrillo sobre los dedos, no recordaba ni mi nombre y ni siquiera podía recordar a mi abuela. Solo éramos el bajo, el cigarrillo, el reloj y yo. Hasta que por un momento llegué a razonar lo suficiente como para poder distinguir entre las agujas danzantes la hora. Probablemente ni siquiera había leído bien y mis ojos me engañaban, pero si bien la hora no me indicaba que debía ir a casa mi estomago y mi cabeza decían que era el momento para tomar una siesta y no lo iba a hacer allí en medio de las escaleras, por lo que decidí despedirme del bajo, matar al cigarro, extinguir el humo y sonreírle al reloj.

El club de los rechazados.Where stories live. Discover now