Capítulo 7: orgullo y prejuicio.

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"Dominik Neil es sinónimo de imbécil, insomnio, torpe, idiota, grosero, busca pleitos, personaje secundario o de fondo, atractivo, flojo, de carácter fuerte, introvertido, desgraciado, pesimista, poeta, romántico empedernido y rechazado.

¿Por qué? Nuevamente la lista da mucho que imaginar y su primera impresión es completamente horrible, pero volvamos​ al encabezado de la lista para dar la respuesta.

Imbécil.

¿Qué se puede decir? No mucho en realidad.

En fin. Dominik y las palabras: "decir sus verdaderos sentimientos" jamás van en la misma oración. Después de todo...

No es el personaje principal.

Y las cosas nunca se dan a su favor."

Tenía una musa

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Tenía una musa.

No la observaba de manera romántica, no pensaba de ella como un interés amoroso. La contemplaba con cuidado, en la lejanía. Notaba su parsimonia al caminar, su porte elegante, su mandíbula delicada, su inefable mirada azul, sus dulces labios naranjas, las pecas cafés que decoraban su rostro y sus hombros. Una belleza inimaginable que solo estaba para observar, contemplar, admirar y disfrutar.

El tono pálido de su piel, sus pestañas largas y rizadas. Lo mucho que me inspiraba cada uno de sus pequeños detalles para escribir cosas que nunca pensé que llegaría a escribir. Tenía una musa.

Nunca me había considerado especialmente bueno al escribir, de hecho, siempre había pensado que la acción que yo hacía al poner la pluma sobre el papel no podía ser llamado escribir. Llamarlo escribir era un eufemismo, incluso una blasfemia. El homicidio que yo cometía sobre el papel no podía ser nombrado escribir porque sería considerar posible que yo pudiera hacer lo que los escritores hacen. No escribo. Se me da fatal.

Pero lo que escribía sobre ella era precioso.

Escribir poemas era una de las tantas cosas que consideraba que no hacía bien. Era como las cosas que haces simplemente por hacerlas, por costumbre, rutina o simplemente por pretender que puedes hacerlas cuando en realidad no era así. Me gustaba escribir, pero nunca me había considerado bueno en ello y era porque lo que yo escribía nunca me había generado aquel vacío profundo en el alma o la plenitud más grata que te causaban algunos escritos. Por eso nunca me había gustado lo que escribía.

Pero dejando de lado mis divagaciones acerca de lo que es escribir para mí, una de las cosas que me llenaba la vida de alegría como una suave brisa en un día de verano, era contemplar la desgracia ajena. Quizá porque de esa manera podía por un rato olvidarme de la mía o al menos ignorarla, pero siempre había pensado que provocar la desgracia no era tan entretenido como contemplar la que ya se tenía naturalmente. La preciosidad de las casualidades y las miserias que el mundo ponía sobre tus hombros por sí solo.

El club de los rechazados.Where stories live. Discover now