Salvación

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-¿Y eso es un estruendo, amigo? -se burlaba Dorian del cañón de agua, que seguía golpeando la barricada- Te estás quedando sin fuerzas, eso no es casi ni una tos.

-¡Habrá que darle un caramelo de miel! -respondió Félix, y su risotada coincidió con el porrazo que le dio al policía que trataba de trepar por su lado de la barricada- No puede ser, amigo nuestro, así no resultas intimidante.

Un nuevo golpe y rugido del cañón les empujó hacia atrás, y esparció lluvia helada sobre ellos. Estaban empapados, ensangrentados, sucios, cansados y ateridos de frío, pero allí seguían, sonriendo con las ocurrencias de Dorian y los chistes de Félix, disimulando en las risas los jadeos y los quejidos de dolor. Y luchando.

Todo era un caos cacofónico de gritos, humo, disparos y quejidos, lluvia, frío, sangre y miedo. En el medio, sus voces eran lo único que les seguía infundiendo un poco de valor.

-¿Y tú, dónde te has dejado el sombrero? -le preguntaba Félix de nuevo a Dorian.

-Vaya... me lo habrá quitado esa maldita manguera. A ver cómo se lo cuento a Johan, que me lo regaló él...

-¿Pero cuántos sombreros te ha regalado ese cabeza de pájaro?

Muchos. La respuesta era muchos.

-Supongo que era demasiado bonito pensar que alguien iba a hacernos caso -suspiraba Renée, un poco más lejos, y disparaba.

-Hay personas que sólo defienden eso de la igualdad mientras no ensucie sus privilegios -respondía Erni, con una sonrisa muy seria.

Y la lucha continuaba. Mikel y los demás tiradores les cubrían desde arriba, pero pronto se quedaron sin munición, y no les quedó más remedio que contribuir lanzando piedras y adoquines hasta que se quedaron también sin ellos, momento en el que decidieron bajar y ayudar con los golpes. Pero el cañón había causado estragos, y ahora la plazuela de San Ginés, a la que le habían arrancado gran parte de los adoquines, era un lodazal resbaladizo en el que resultaba muy fácil perder pie. Así, con su mala suerte habitual, Félix resbaló y cayó al suelo; Mikel tropezó con él, y le cayó encima. Antes de que pudieran levantarse, se los llevaban detenidos a la fuerza.

-Verás cuando se entere Chetta, va a matarnos... -todavía le escucharon decir a Félix.

Luego fue Dorian. Le derribaron con la manguera a media broma, y una bala le golpeó en la sien mientras caía. Quedó inconsciente en el suelo, al pie de la barricada, aún murmurando algo sobre Joan y los sombreros.

Renée cayó también: le arrebataron la porra con la que se defendía, y varios policías que habían logrado coronar la barricada tiraron de ella hasta sacarla de allí, pese a que la médica no dejaba de gritar y debatirse.

Aunque quizá sólo fuera porque tuviera miedo de todos los gérmenes que fuera a pegarle esa gente desconocida que la estaba tocando.

Con Erni fueron más crueles. Le golpearon en la nuca mientras ayudaba a un policía herido a levantarse. Apenas tuvo tiempo de alzar la vista al cielo, y se desplomó al instante, al lado de Dorian, tan cerca que sus manos casi llegaban a rozarse.

A Astrea le habría gustado tener tiempo de llorar a sus amigos en condiciones, pero estaba demasiado ocupada luchando por ella misma. Era la única que había salido más o menos indemne. Cuando su arma se rompía, alargaba la mano, y alguno de los insurrectos le metía en el puño un arma cualquiera. Por el momento, ya había roto dos tuberías, un bate, y sentía cómo la porra que estaba empleando en el momento empezaba a desquebrajarse. Mario seguía en su extremo de la barricada, pero había recibido tantos golpes que su cara era en ese momento algo así como una pulpa sanguinolenta.

Café Van Gogh (Les Miserables AU)Where stories live. Discover now