Novia

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Empezaron a salir después de invitarla a un café. Bueno, más o menos.

Y no de primeras, por supuesto. Primero tuvieron que localizarla. Y, como ni siquiera sabían su nombre, no se les ocurrió una idea mejor que volver todos los días a la calle por la que la habían visto pasar. Así que se acostumbraron a pasear juntos por allí, cada día a una hora distinta, con la esperanza de volver a cruzársela en algún momento.

Tardaron dos semanas en volver a verla, cuando al fin aparecieron a la hora correcta. Resultó que ella salía del trabajo (aunque más tarde confesaría que aún era sólo una becaria) a las nueve de la noche, y pasaba por allí cuando quería dar un paseo para volver a casa. Pero, desde que les vio esperándola en la esquina de la calle, comenzó a dar dicho paseo más a menudo.

Había algo en ellos que le llamaba la atención, en los dos. No sabía si era la sonrisa pecosa o la melena pelirroja de ella, o la piel oscura y los brazos fornidos de él. O quizá fuera la peculiar pareja que hacían, tan ruidosa y sonriente, o quizá sólo el hecho de que siempre estaban allí a la hora a la que ella salía del trabajo. Fuera lo que fuera, le gustaba verlos. Así que paseaban, se miraban desde lejos, intercambiaban sonrisas, y luego cada uno seguía su camino, sin siquiera cruzar una palabra.

Y así habrían podido continuar meses, con ridículos flirteos decimonónicos implicando paseos, abanicos, sonrisas por la calle y pañuelos que se caen convenientemente al suelo y dan pie a una de las escenas más ridículas jamás vistas, sin saber ninguna de las dos partes los nombres de la otra. Por suerte, esta no es una de esas historias de patetismo amoroso, y ella reunió el suficiente sentido común como para decirles su nombre apenas un mes después.

-Hola -se acercó por fin a ellos un día. La chica comenzó a hiperventilar y abrió mucho los ojos, el chico casi tropieza con sus propios pies, y habría caído al suelo si no caminase del brazo de ella- . Soy Chetta. Os veo por aquí todos los días, así que creo que era hora de que nos presentásemos bien, ¿no os parece?

-H... hola. Soy Félix -se presentó él, aceptando el apretón de manos que le ofrecía. Su pareja había dejado de hiperventilar, y ahora, por algún motivo, se tomaba el pulso. A Chetta le pareció extrañamente adorable- . Ella es mi novia, Renée.

-Hola -Renée miró su mano extendida con una mezcla de repugnancia y anhelo en la cara, y al final se la estrechó, aunque apenas durante cinco segundos. Después, la retiró con rapidez, y se apresuró a lavarse las manos con el bote de gel hidroalcohólico que siempre llevaba en el bolso.

-Mmm. ¿Está bien tu novia? -porque la pelirroja ahora se miraba la lengua en un espejo pequeño que también había salido de su bolso.

-Oh, no te preocupes por ella, es así de hipocondriaca siempre. Eh... ¿querías algo? -y apenas hubo terminado de hablar, Félix quiso darse de cabezazos contra una pared. De verdad, tanto tiempo siguiéndola, mirándola en la distancia, y ahora que por fin lograban hablar con ella, ¿no tenía nada mejor que un "querías algo"?

Para ser justos, hay que decir que Renée y Félix compartían entre los dos una única neurona, y la mayor parte del tiempo la tenía Renée. Salvo cuando le daban los episodios de hipocondría, y la neurona decidía que ya había sufrido bastante, y que se merecía unas vacaciones momentáneas, lo cual, por desgracia, ocurría más a menudo de lo deseable.

Por suerte, Chetta tenía más neuronas y más arrojo que ellos dos juntos. Y, de algún modo, consiguió no desesperar, y esbozar una sonrisa.

-Invitaros a un café, y averiguar cómo es posible que nos crucemos accidentalmente todos los días.

-¿Un café? -se escandalizó Renée, volviendo en sí- ¿A estas horas? ¿Sabes cuántos trastornos del sueño puede provocar la cafeína?

-¿Por qué no me lo cuentas mientras nos lo tomamos?

Y, ante esa lógica innegable, no tuvieron más remedio que rendirse. No era como si no quisieran tomarse un café con ella, de todas formas.

Fue un café en el McDonald's, para horror de Renée, y obviamente Félix se las apañó para tirarse por encima la bandeja con los tres cafés, con lo que hubo que pedir otros. Pero el café se convirtió en una cena, y la cena se alargó hasta pasada la media noche, y la conversación no murió en ningún momento.

A Chetta le pareció adorable aquella pareja que, por algún motivo, estaba tratando de ligar con ella. No de uno en uno, sino los dos a la vez, de una forma extraña que parecía pretender integrarla en la pareja.

Y ella correspondía. La médica pelirroja era adorablemente excéntrica, y el ingeniero calvo, dulce a su torpe manera. En cuanto a Chetta... Chetta era bonita, descarada y lista, y tenía por completo fascinados a los otros dos.

Aquella cena se convirtió en la primera de muchas. Y con cada una de ellas, la fascinación de la pareja crecía, y de igual forma lo hacía la de Chetta. Y pronto se dieron cuenta de que lo que tenían no era exactamente una amistad. Bueno, Chetta fue quien se dio cuenta, porque la neurona de los otros se había tomado el día de vacaciones.

-Oíd -les dijo un día, haciendo acopio de valor- , he pensado que quizá... quizá... ¿podríamos salir los tres?

Félix se quedó con la boca abierta. Renée, en cambio, sonrió de oreja a oreja.

-¡Claro que sí! Es decir, si mi maravilloso novio está de acuerdo en pasar a ser nuestro maravilloso novio -sonrió, y le dio un beso en la mejilla a Félix.

-Hoy es el día más feliz de mi vida -asintió Félix, con una enorme sonrisa bobalicona en el rostro.

El día en que pasaron de ser dos a quererse entre los tres.

Café Van Gogh (Les Miserables AU)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora