Tercera declaración

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A Raquel le gustaba ir a la Rosaleda a dibujar. Se sentaba en uno de los bancos bajo las flores, sacaba el bloc, y dejaba vagar la mente y los lápices durante horas sobre el papel en blanco. Solía dibujar las cosas que le rondaban por la mente, o a la gente con la que había estado aquel día. Así, tenía el bloc lleno de retratos de Bea y Mikel, pero también de Renée, Félix, Nina, e incluso Dorian y Erni. Su favorito era uno de Joan, de un día que la había acompañado, abstraído en un libro, rodeado de rosas anaranjadas, y con una mariposa posada en la trenza. La única a la que no se permitía dibujar era a Astrea, porque ella ya ocupaba todos sus demás materiales de trabajo y sus pensamientos. Quería mantener ese espacio y ese bloc lejos de ella, de su belleza, y de lo que dolía quererla.

Pero aquel día, había caído. Acababa de terminar los exámenes, y era perfectamente consciente de que, si aprobaba, sería gracias a su musa de la épica. Después de sacarla de su encierro autoimpuesto tras el uno de mayo, Astrea no había dejado que se tambaleara de nuevo ni siquiera un instante. La había estado acompañando a comer después de clase a la cafetería de la facultad para asegurarse de que comía todos los días que lo permitían sus respectivos horarios. La había animado a terminar sus trabajos a tiempo. Todas las noches, si la veía "En línea" en redes sociales después de las once y media, la llamaba para obligarla a acostarse. La había ayudado a estudiar, habían estudiado juntas. Incluso la había llevado a comprarse algo de ropa nueva. Pero, cuando le preguntaba por qué tantas molestias, su Calíope sólo respondía que "no podía permitir que ninguno de los Vientos se hundiera, ya que eso hundiría al resto". A la segunda semana, había dejado de preguntar.

Así que ese día, la dibujaba a ella. Tal como le gustaría verla a su lado, rodeada de flores y con una sonrisa en los labios, y una rosa roja en la coleta a juego con su chaqueta. Pero se estaba frustrando, porque no conseguía ser totalmente fiel a su aura magnética, ni captar por completo el brillo de sus ojos.

Finalmente, desistió. Empezaba a atardecer, y, aunque ya había acabado las clases, no quería volver muy tarde. Astrea se enfadaría con ella igualmente, y llevaba mucho tiempo sin enfadarla a propósito. No quería romper esa racha. Recogió sus cosas, y decidió ir dando un paseo hasta el metro.

No miraba por dónde iba, realmente. Las flores y la calle se le colaban por los rabillos de los ojos, pero su mente iba abstraída en el rock a todo volumen que le taladraba los oídos. No había nadie por la calle, y ya había tenido suficiente abstracción bohemia por un día.

Distraída como estaba, ocurrió lo más obvio: que se estrelló con la primera persona que se cruzó en su trayectoria.

La culpa era un poco de dicha persona también, para ser justos. Es decir, a nadie en su sano juicio se le ocurre ir leyendo por la calle, por muy poca gente que haya, ¿verdad? Y más si es una cuesta. Así que ocurrió lo esperable cuando una estudiante demasiado absorta en su lectura y una rockera entregada a escuchar música con los ojos cerrados se estrellan por la calle: ambas se golpearon en la cabeza, cayeron al suelo, y sus respectivos objetos personales (el libro, la bolsa de dibujo) se desperdigaron sobre el asfalto.

Raquel, medio cegada por el golpe, apagó la música, y tanteó a su alrededor en busca de su bolsa. Pero sus manos dieron con el libro. “El segundo sexo”, rezaba la portada. Genial, bufó Raquel, otra pseudofeminista en formación. Se reproducían por esporas, o algo.

La otra ya se había puesto en pie, aunque era un milagro que pudiera mantenerse erguida y sin temblores en las piernas con semejantes tacones, lo único que alcanzaba a verle Raquel. Su mirada subió por sus piernas blancas y en el punto perfecto entre fornidas y estilizadas (como debían ser para poder calzar esos tacones), y se detuvo en la abertura del muslo de su falda roja. Tragó saliva. Eran unas buenas vistas...

Café Van Gogh (Les Miserables AU)Where stories live. Discover now