Incredulidad

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"R, no. Yo… estoy enamorada de ti".

Las palabras reverberaron en el aire. Flotaron, dieron la vuelta a la habitación, se colgaron de la lámpara y de la pared, revolotearon en torno a sus cabezas, y finalmente, explotaron sobre ellas.

A Raquel se le había olvidado respirar.

-…¿qué?

-No me hagas repetirlo. Bastante difícil ha sido decirlo una vez.

-No, no puede ser -Raquel se alejó reptando sobre el sofá, con la incredulidad pintada en la mirada- . Esto es algún tipo de broma, alguna apuesta… ¿te ha retado Dorian? ¿Por qué harías eso? ¿Por qué quieres hacerme sufrir así?

-R, ¿qué demonios estás diciendo? -Astrea frunció el ceño. Esa no era, para nada, la respuesta que esperaba- Sabes que yo no miento. Y jamás haría algo así.

-Pero no puede ser verdad, tú no puedes quererme, va contra todas las leyes del universo que me quieras… Es una broma, tiene que serlo, ¿estás borracha? Porque eso explicaría muchas cosas, pero joder, eres Artemis, nunca bebes y no se te habría pasado si quiera por la cabeza coger el coche si estuvieras borracha, pero…

Astrea tenía muy poca paciencia, y más para semejante sarta de tonterías. Agarró a Raquel del cuello de la camiseta, y prácticamente le estampó los labios sobre los suyos.

A Raquel casi no le dio tiempo a gritar de la sorpresa. Tenía los ojos muy abiertos, pero no alcanzaban a procesar lo que veía: el rostro de Astrea junto al suyo, sus ojos de estrella cerrados, sus labios… sus labios besando los suyos.

Era todo lo que Raquel había soñado, lo que llevaba tanto tiempo soñando. Cerró los ojos, y se dejó llevar.

El beso de Raquel era torpe, lento, confuso. El de Astrea… el de Astrea se guiaba por la pasión contenida de una diosa, quemaba, abrasaba, se llevaba el aliento y devolvía la vida. Era tan regular que parecía medido a metrónomo, y acababa cada embestida con un suave mordisco que dejaba a Raquel jadeando por más. Era miel y plata, era el tintineo de una estrella sobre sus labios, un rayo de luna que se corporeizaba al fin.

-¿Y ahora? -susurró Astrea, cortando el beso de golpe. Deseó tener una cámara a mano para recordar siempre así el rostro de Raquel: con los ojos cerrados, los labios entreabiertos esperando un nuevo beso, y la respiración acelerada- ¿Me crees ahora?

-Joder, cómo te quiero -logró responder la otra, con voz ronca.

Aquella frase desencadenó un nuevo beso al que, esta vez, Raquel sí supo corresponder. Se sentía como en un sueño, un sueño de esos que son como burbujas de miel y estallan sobre los párpados dejando un regusto a nostalgia feliz que tarda mucho en evaporarse. Pero Astrea, quizá inconscientemente, le arañaba y le quemaba la espalda con su perfecta manicura roja, y la ilusión no se desvanecía, así que debía ser real.

Poco a poco, la ropa fue sobrando. Astrea le quitó la camiseta con prisas, y pasó las manos, las uñas, por su espalda. Raquel se estremeció. Lo sentía todo a través de un velo de irrealidad, de una niebla roja y plata que no dejaba más que calor y suspiros. Poco después, se fueron sus pantalones, y con ellos, su ropa interior. Y Astrea se apañó para quitárselo todo sin dejar de besarla. Ella, sin embargo, lo único que se atrevió a quitarle a su diosa de plata y luna fue el pañuelo negro que llevaba al cuello.

-¿Puedo? -le susurró la rubia al oído, mientras le acariciaba lentamente las piernas, dejando caminos de fuego allá por donde pasaban sus dedos. Raquel tragó saliva, incapaz de contestar, y no alcanzó a más que asentir con la cabeza.

Astrea la tocó. La arañó, la abrazó, la acarició, le hizo suspirar y gritar de una forma en que, maldición, jamás habría esperado de Astrea. Le hizo tocar el cielo con los dedos y saborear las estrellas en la punta de su lengua. Se llevó absolutamente todas sus fuerzas, y le devolvió un pedacito de vida en cada beso.

-Sabes… Tú también puedes tocarme.

-¿De… de verdad? -Raquel no era digna de tocar aquella efigie de mármol. Nadie lo era, realmente, pero ella menos que nadie. Temía mancillarla con su inmundicia si lo hacía- ¿Puedo…?

-Igualdad de condiciones, camarada -bromeó Astrea, y fue lo que necesitaba Raquel para terminar de perder el miedo.

Y lo perdió. Le arrebató la ropa a la rubia, hizo volar por el salón su falda roja y su camisa blanca. Y rodaron sobre el sofá hasta que este se les quedó pequeño, y entonces se movieron a la cama, pero no dejaron de besarse ni un instante, aunque la cama se prendiera en llamas y el mundo se volviera del revés, o quizá sólo pasase en la mente de Raquel.

Seguía pareciendo un sueño. Incluso cuando, mucho tiempo más tarde, se encontró tendida en su cama, con Astrea acurrucada sobre su pecho, incluso aunque pasara los dedos tímidamente sobre su piel de mármol, incluso aunque el aroma a tinta y rosas de Astrea mezclado con el sudor de ambas le embriagara la cabeza, incluso aunque aún le ardieran los labios y le doliesen los arañazos de la espalda, incluso cuando todo indicaba que era real, seguía pareciendo un sueño. Porque esas cosas no les pasaban a las chicas como Raquel.

Astrea se revolvió en sus brazos, se desperezó, y le dejó un beso leve en la barbilla antes de volver a acurrucarse junto a ella como un gatito. Raquel no pudo evitar sonreír. Jamás se hubiera imaginado que su fiera diosa pudiera ser tan tierna.

-¿Y ahora qué? -se atrevió a preguntarle, cuando el silencio y la sensación de irrealidad fueron demasiado para ella.

-Ahora lo intentamos -Astrea se incorporó sobre ella, lo justo para mirarla. En el reflejo de sus ojos azules, podía ver su propia felicidad- .  Yo estoy segura de querer intentarlo. ¿Y tú?

-¿De verdad necesitas que responda a esa pregunta? -y ambas sonrieron, aunque Raquel se llevó un pequeño mordisco en el labio en respuesta a su travesura.

-Pues lo intentamos. Y que pase lo que tenga que pasar.

Café Van Gogh (Les Miserables AU)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora