Lupercalia

46 2 43
                                    

-Venga, A, es San Valentín, hay que celebrarlo....

-Me niego en redondo. Es una fiesta fruto de la imposición católica y doblegada al capitalismo. No hay forma de que me convenzas de esto, Dorian.

-¡Pues como todas! Y no por ello dejas de celebrar la navidad...

-Yo no celebro la navidad.

-Pero es el día del amor y la amistad, piensa en lo bien que podría venirle al grupo, sería una oportunidad única...

-¿De intentar ligar con todo el mundo? ¿No lo haces ya a diario?

-Pero esta vez sería especial, venga, déjanos organizar algo bonito...

-¡Tengo una idea! -interrumpió Joan, y como era Joan, había que escucharle- . Si no quieres no celebramos el San Valentín católico, pero podemos celebrar la fiesta pagana a la que suplantó. Así todos ganamos, ¿verdad?

-¿Lupercalia? -Astrea frunció el ceño.

-¡Exacto! No podrías decirme que no a eso, ¿verdad? -Joan la miró con unos ojitos de cachorrillo tales que habrían ablandado a un verdugo y, que al parecer, funcionaron también con Astrea.

-Ah, haced lo que queráis -suspiró- . Pero a mí me dejáis fuera de ello.

-Ah, mademoiselle, qué más quisieras... -y ella no respondió con más que otro suspiro.

Y así empezaron los preparativos para su (San Valentín) Lupercalia. No había obligatoriedad de regalarle nada a nadie, pero por supuesto, todos se iban a encargar de que nadie se quedase sin regalo. Bueno, al menos Joan y Dorian iban a hacerlo.

Y así llegó el 15 de febrero, el día en que, según Joan, debían celebrar la Lupercalia. La mayoría no sabía ni siquiera en qué consistía tal fiesta, pero como Dorian había prometido que habría alcohol, se reunieron todos en su sala habitual del café dispuestos a celebrarla. Algunos incluso se vistieron de forma un poco elegante, aunque, por supuesto, Raquel no estaba en ese grupo.

Félix le regaló a Renée, quién sabe si en broma o si en serio, una máscara de doctor de la peste medieval, y ella no supo si ponerle mala cara o reírse a carcajadas. Se vengó de él regalándole una herradura de la suerte y un marcapáginas en el que había pegado un trébol de cuatro hojas, a ver si de alguna forma conseguía espantar a su mala suerte. A Bea le compraron ente todos unos nuevos guantes de boxeo de cuero rojo, y luego tuvieron que quitárselos para impedir que empezara una pelea allí mismo con un borracho demasiado suelto de lengua. Raquel le había dibujado a Mikel una bandera de Polonia que, por algún motivo, le hizo muchísima ilusión, y él le devolvió un abanico que había (robado) tomado prestado de su fábrica. A Joan fue a quien más regalos le cayeron: varios libros antiguos (de parte de Erni, Dorian, y una preciosa edición de los cuentos de Carmen de Burgos que todos sospechaban que era de Astrea, pero no lograron hacer que confesara), una pluma estilográfica de Bea y Mikel, y una magnífica libreta nueva de parte de Raquel. Alguien dejó sobre la mesa con nada más que una nota con el nombre del destinatario un sombrero de copa para Dorian, que tras preguntarse durante tres segundos quién habría podido ser, no tardó en ponérselo. Él le regalo a Erni un libro de entomología que este recibió con un suspiro exasperado, y se perdió en él apenas lo tuvo en las manos.

Dorian y Joan, como ya habían prometido, se encargaron de que todo el mundo tuviera algo suyo, pero de formas muy distintas. Mientras que Johan escribió unos versos para cada uno de ellos (incluso para Astrea, que aceptó los suyos con una sonrisa agradecida, para sorpresa general), Dorian les regaló tonterías de tiendas de baratijas: unas gafas con pajita, un gorro de cascabeles, un cubo anti-estrés, una corbata-piano... Por lo menos, hizo reír a todos.

Café Van Gogh (Les Miserables AU)Where stories live. Discover now