Atrevimiento

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-¡No me puedo creer que por fin tengamos una casa! -suspiró Mina, y se dejó caer en el sofá entre risas.

-No saltes en los muebles -reprochó Ángela, que desembalaba cajas y cajas de libros- . No queremos romperlos el primer día.

-Esto es un sueño -volvió a suspirar la punki, con la cara hundida en los cojines- . No me puedo creer que por fin…

Que por fin hubiera conseguido salir de la frialdad opresora de la casa de su padre y de la desesperanza y la incertidumbre del futuro neblinoso. Que por fin se hubiera encontrado a sí misma lo suficiente como para independizarse.

No lo había hecho sola, por supuesto. Por mucho que hubiera trabajado tanto, que se hubiera esforzado tanto en mejorar, sabía perfectamente que no estaría allí sin la ayuda de tanta gente. Del hermano de Ángela, mientras estuvo a su lado. De Ángela. De sus amigos. Y, sobre todo, de Astrea.

Su hermana había cuidado de ella. Había estado allí ante sus ataques de pánico y había lidiado con su ansiedad y sus pensamientos intrusivos. La había ayudado a poner en orden su vida, a seguir adelante. Y, cuando le había pedido ayuda para independizarse, a Astrea le había dado igual cuánto dinero tuviera que prestarle. Su hermana la había salvado.

Y allí estaba. En su nuevo piso, con su mejor amiga como compañera, y feliz.

Aún quedaban muchas cajas que organizar, pero Ángela seguía sacando sólo libros. Siendo dos estudiantes de Literatura, la mayor parte de sus trastos de mudanza eran libros. Pero Mina no quería recoger, no quería hacer nada más que disfrutar de su nuevo piso y de la compañía de su nueva compañera.

Rodó en el sofá, curioseó todas las habitaciones (aún vacías), incluso tocó un poco su bajo en medio del salón por el único placer de meter ruido sin que nadie dijera nada. Encendió y apagó todas las luces de la casa, corrió por el pasillo de un lado a otro varias veces, hasta saltó de nuevo en el sofá pese a las protestas de Ángela. No se había sentido jamás tan libre.

Adoraba su nueva casa. Las miles de plantas que había plantado en las ventanas, los tonos claros del salón, la pintura verde y los dibujos de flores en las paredes. El pequeño jardín que se veía desde la ventana, con la gente que iba y venía y…

-Eh, Angie -llamó, escondiéndose un poco detrás de las cortinas- . ¿Ese de ahí no es tu acosador?

Ángela dejó las cajas, y se acercó con una mezcla de curiosidad y diversión en la mirada. Echó un vistazo a través del cristal y, efectivamente, allí estaba Mario, sentado en el único banco que, casualmente, apuntaba directamente a su ventana. Parecía que fingía leer el periódico, pero era poco disimulado porque, sinceramente, ¿qué joven lee aún el periódico en la calle? Eso, y que le delataban las miradas ansiosas que lanzaba cada dos por tres a la casa de las chicas.

-Anda, si es Mario. Vaya, qué bien le queda esa chaqueta. ¿No es nueva?

-¿Cómo demonios se ha enterado tan rápido de dónde nos hemos mudado? La única que lo sabía era Astry.

-No subestimes sus poderes de stalker.

-¿No te da un poco de miedo? Se pasa el día siguiéndote…

-Si fuera cualquier otro… Pero es Mario. Le conocemos. Si intentase hacer algo, probablemente acabaría cayéndose de culo al suelo. Además… es mono.

-¿Y ya está? ¿Vas a dejar que siga acosándote eternamente?

-Tienes razón -Mina empezó a sonreír- . Voy a ir a hablar con él -y a Mina se le esfumó la sonrisa de la cara.

Ángela cogió las llaves y, sin siquiera buscar el móvil, bajó a la calle. Mina suspiró. Un suspiro largo, lento, exasperado.

-Joder, puede aspirar a tanto más…

Mario no se había movido de su puesto de guardia en toda la tarde. Desde aquel banco, apenas llegaba a vislumbrar las siluetas de las dos en la ventana (las distinguía únicamente por el largo y el color del pelo), pero le hacía feliz simplemente ver su movimiento al otro lado del cristal.

Por eso, casi se cae de culo cuando vio a Ángela dirigirse hacia él a grandes zancadas.

Venía con el pelo revuelto recogido en una coleta medio deshecha, las gafas torcidas, un jersey azul demasiado grande y unos vaqueros tan rotos y desteñidos que seguro que tenían al menos seis años. Iba descalza y con las llaves en la mano, pero sonreía.

-Hola -saludó, y a Mario se le paró el corazón- . ¿Cómo has llegado hasta aquí?

-Ummmm… -la pregunta le descolocó tanto que no pudo sino decir la verdad- Astrea comentó que os mudabais y… la seguí cuando os ayudó a traer las cosas.

-¿Por qué?

-Es que… ummmm… me gusta mirarte -balbuceó- . ¿Te has enfadado?

Ángela lo miró de arriba a abajo, intentando contener una sonrisa. A Mario la intensidad de aquella mirada le estaba haciendo temblar.

-Mira que eres raro -sonrió ella al fin, y él creyó morirse- . Me gustas.

Y entonces él sí que murió y resucitó en apenas tres segundos.

-Que yo… ¿qué?

-¿Quieres subir? Iba a hacer café.

-¿…yo? ¿Subir a tu casa? ¿En serio?

-¿Vas a dejar de repetir todo lo que te diga y venir, o piensas seguir el resto de la tarde en shock?

Mario se atragantó con su propia lengua y, en silencio, siguió a Ángela al nuevo apartamento. Mina se había encerrado en su habitación, poco dispuesta a ver aquel paripé, y aunque el salón seguía lleno de cajas y libros tirados por todas partes y el sofá no era más que un armazón al que le faltaban la mitad de los cojines, Mario se sentía como si flotase sobre las nubes. Su ángel danzaba a su alrededor, sacando vasos y galletas y café, y aquello realmente tenía que ser un sueño.

-Así que… ¿hoy por fin vas a hablar conmigo? -y Mario se atragantó con el café, y se escupió la mitad por encima. Se quemó el regazo, pero mereció la pena por ver la risita de Ángela.

-¿Cómo…?

-Venga, que no eres tan disimulado. Sé que llevas meses espiándome. Desde que me pediste el teléfono y luego nunca me hablaste. Mina quería cortarte los huevos por stalker, pero me haces gracia.

-Perdona, no… -Mario se puso tan rojo que se camufló con el único cojín del sofá- No se me da bien hablar con las personas. No sabía cómo…

-Mario -le interrumpió la rubia, que sonreía tan radiante que el sol tendría que estar celoso de ella, pensó Mario- . ¿Quieres salir mañana al cine conmigo?

Cuando Mario decía que no sabía hablar con las personas lo decía en serio. En ese momento, fue incapaz de responder, o moverse, o hacer algo más que asentir patéticamente con la cabeza.

Por suerte para él, por algún motivo le seguía pareciendo adorable a Ángela.

La cita del cine fue la primera de muchas. A la semana siguiente, salieron a cenar. A la siguiente, pasaron el día de picnic en el Retiro. Pero, sobre todo, hablaban, horas y horas, sobre cuestiones absurdas, en el banco debajo de la ventana de Ángela, donde se habían dirigido la palabra por primera vez.

-Puede aspirar a tanto más… -suspiraba Mina, cada vez que se los cruzaba al subir a casa- A tanto, tanto más…

Café Van Gogh (Les Miserables AU)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora