Celestina

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-Por favor, Nina -suplicaba Mario- . Ayúdame. A ti se te da bien hablar con la gente. Ayúdame.

-¿Y por qué debería hacerlo? -gruñó Nina. Sabía que Mario no se daba cuenta de nada, pero le parecía increíble que le estuviera pidiendo aquello.

-¿Porque eres mi amiga? Por favor, Nina. Lo necesito. Me harías el hombre más feliz del mundo. Hazlo, por mí -pero Nina no cambiaba su expresión furiosa ni su ceño fruncido sobre sus ojos castaños, y Mario no sabía qué más ofrecerle- . Te... ¡te pagaré! O te invitaré al cine, lo que tú quieras. Por favor, hazlo por mí.

-No quiero tu puñetero dinero -escupió Nina, pero se levantó de la mesa, y cruzó la cafetería a grandes zancadas hacia la mesa en la que estaban sentadas Ángela y Mina.

Ni siquiera era la cafetería de Derecho. Mario se había colado en la de Filosofía, y la había citado allí con urgencia, como si fuese una cuestión de vida o muerte. Y Nina, idiota de ella, había dejado en seguida lo que estaba haciendo para correr a ayudarle. Resultó que el muy idiota quería el número de Ángela, pero no se atrevía a pedírselo él.

Nina refunfuñaba mientras caminaba. Ni siquiera le caía bien Ángela. Era tan... sosa. Incluso al hablar era sosa. Si al menos se hubiera enamorado de la punki... Podría entenderlo, no era guapa, pero tenía estilo, y mucho carácter. Pero no. Tenía que ser Ángela. Una de esas niñas rubias y sosas y tímidas que parecía sacada del típico fanfic de instituto, de esas pringadas a las que hacen bullying que al final acababan enamorando al chico popular o algo así. Bueno, pues más o menos como en la realidad, pensó Nina con amargura. Seguro que es porque era rubia y llevaba gafas. Los abogados siempre prefieren a las rubias con gafas. Incluso aunque sean feas y lleven una sudadera tres tallas más grande de lo que deberían.

-Disculpa -Nina intentó ser amable con aquellas dos chicas, que se sentaban un enfrente de otra y reían como buenas amigas delante de dos cervezas- . ¿Eres Ángela? Mi amigo, el de allí -señaló a Mario, quien, ante las miradas de las tres, escondió la cabeza tras el servilletero- , dice que te conoce, pero le da vergüenza pedirte tu número.

-¡Ah, es el stalker del grupo de tu hermana! -exclamó Ángela, y un tenue rubor le cubrió el rostro. Esbozó una mueca que podría haber sido una sonrisa, o podría no serlo. Su amiga, la punki, rio por lo bajo. O no tan por lo bajo.

-¿Por qué no se lo ha pedido a Joan? -intervino, y Nina fulminó con la mirada a esa niñata de pelo azul- Sois compañeros de clase, seguro que lo tiene. Y se evitaba el numerito.

-Porque es un idiota y le gusta hacer las cosas de la forma difícil, no se lo tengáis en cuenta -resopló Nina- . ¿Y bien? Mira, me apetece tan poco como a ti seguir manteniendo esta conversación, así que dame por favor una respuesta, aunque sea mandarle a la mierda, para que podamos seguir cada una con nuestras cosas.

-...no. Dile... dile que venga a pedírmelo él mismo.

-¡Pero bueno, Angie! -se burló Mina- ¿Vas a querer que os demos algo de intimidad?

Nina se alejó, y no escuchó la respuesta. Qué fastidio. Aquello no podría haber salido peor.

Pero luego vio la sonrisa de felicidad de Mario cuando le dio la noticia, y algo cálido le nació en el pecho. Merecía la pena atravesar el mismísimo infierno, morir en las llamas, por ver esa sonrisa.

Aunque la causa de ella la matara lentamente.

Mario se acercó a la mesa de las chicas con pasos temblorosos, y retorciéndose las manos. Iba a hablar con su ángel. Iba a hablar con su ángel.

-Mmmm hola, soy Mario, yo...

-Hola, Mario. Soy Ángela. ¿Quieres sentarte?

Mario sonrió como un idiota, y se sentó a su lado. Ángela le devolvió la sonrisa, y se recogió un mechón de pelo detrás de la oreja, en un gesto que habría parecido coqueto si "coquetería" y "Ángela" pudieran ir juntas en la misma frase (no podían).

Nina se había quedado en la mesa de Mario, y le había robado la cerveza. Bebía para ahogar el asco que le producía el meloso intercambio de palabras de la parejita, que parecía haberse olvidado del mundo que les rodeaba. Qué desagradable.

No se esperaba que alguien se sentase a su lado, bebiese media cerveza de un trago, y apoyase la botella de un golpe seco en la mesa. Nina se sobresaltó. Era la punki, la "otra" Enjolras.

Je. Como si no fuese suficiente con una.

-¿Por qué le haces de celestina? -preguntó, sin apartar ella tampoco la mirada de su amiga y su acosador- Pobre Ángela, puede aspirar a mucho más...

-Lo mismo digo de él -gruñó Nina- . Es mi amigo, supongo.

-Ya... -aunque había un deje triste en su voz- Soy Mina, por cierto.

-Nina.

Ambas cruzaron una mirada, y rompieron a reír.

Rieron durante mucho tiempo, tanto que a cualquiera le habría resultado obvio que no era una risa natural.

-¿Desde hace cuánto le conoces?

-Un par de años... Era mi vecino. ¿Y tú a ella?

-Dos años. Es... era... la hermana de mi novio. De mi exnovio.

-Oh. Lo siento. ¿Fue un capullo?

-No. Murió.

El silencio cayó sobre ellas. A lo lejos, Mario y Ángela seguían conversando ensimismados, sonriendo sin darse cuenta, gesticulando más de lo que solían, sonrojándose, y buscando excusas tontas para tocar la mano del otro. Un espectáculo realmente nauseabundo, opinaba Nina.

-Puede aspirar a tanto más... -suspiraron las dos a la vez. Y al darse cuenta, sonrieron con amargura, y bebieron la cerveza que les quedaba.

Mario volvió media hora más tarde, cuando Ángela dijo que tenía que entrar a clase. Mina se había ido también, porque ya estaba llegando tarde.

Su amigo traía una enorme sonrisa bobalicona, y un brillo idiotizado en la mirada. Pero parecía resplandecer con luz propia, y eso le hacía aun más guapo de lo que ya era, en opinión de Nina.

-Ay, Nina, es el mejor día de mi vida... -suspiró- Es tan lista, e interesante, y guapa... Podría pasarme horas hablando con ella...

-Enhorabuena. Has encontrado alguien más a quien aburrir con tus discursos.

-Es tan maravillosa... -siguió suspirando, sin escucharla siquiera- Nina, creo que le gusto... Y es todo gracias a ti. Gracias, gracias, gracias.

Y la envolvió en un cálido abrazo que disipó las tinieblas del corazón de Nina, al menos, por unos minutos. Y se sintió cómoda, y protegida, y amada por primera vez, y deseó que aquello durase para siempre. Merecía la pena. Todo merecía la pena si él iba a abrazarle así.

Pero luego la soltó, y Nina recordó la causa de aquel abrazo. Y quiso llorar de la impotencia. Porque sabía, en el fondo, que ella no podía aspirar a más.

Café Van Gogh (Les Miserables AU)Where stories live. Discover now