Imperialismo

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La primera vez que Mario llegó al Café Van Gogh, la cosa no acabó bien.

Raquel dormitaba en un rincón, con una botella de coñac vacía delante. Renée despotricaba con Erni sobre los antivacunas, a los que deseaba todos los males del mundo. Beatriz le echaba a Félix el quinto pulso (había ganado ya todos los anteriores), y sonreía burlona al ver a su amigo sudar y esforzarse mientras ella apenas hacía fuerza. Joan escribía furiosamente en su cuaderno, y Astrea intentaba sonsacarle a Mikel más cosas del sindicato al que se había afiliado.

Entonces llegó Dorian, con una sonrisa de oreja a oreja, y colgado del brazo de un muchacho atolondrado de mirada soñadora que miraba a su alrededor como un cervatillo asustado.

-¡Saludos a todos! -llamó su atención, de forma incluso más ruidosa de lo habitual- Os presento a Mario, mi nuevo compañero de piso -y se hizo el loco cuando Erni le fulminó con la mirada por encima de las gafas- . Mario, estos son los Vientos: Astrea, Erni, Mikel, Renée, Johan, Félix, Beatriz, y la que duerme es Raquel -presentó, señalándolos uno por uno, y Mario sólo asintió, porque, siendo sinceros, no se había quedado con ningún nombre, como le suele suceder a uno cuando le presentan a tanta gente de golpe.

-Así que el nuevo compañero, ¿eh? -Erni no solía ser rencoroso ni sarcástico, pero en ese momento estaba muy cerca de caer en ambas cosas- Dime, ¿dónde lo habías escondido? ¿Debajo de una piedra?

Dorian hizo como que no lo había escuchado, y arrastró a Mario a sentarse junto a Joan, que se apresuró a esconder su cuaderno.

La conversación se tornó entonces tensa, y ninguno se vio capaz de retomarla donde la habían dejado. Astrea, poco dispuesta a permitir ese tipo de ambiente en sus reuniones, decidió intervenir, y le preguntó en alto a Joan cuál era su movimiento literario favorito. La pregunta no venía a cuento de nada, pero todos suspiraron aliviados al verles acaparar la conversación y no tener que ser más que testigos ni preocuparse por la presencia del nuevo amigo de Dorian o el rencor de Erni.

-El Modernismo -respondió Joan, con la ilusión en la mirada de saber que por fin alguien le preguntaba por su especialidad- . Darío, Manuel Machado, Juan Ramón Jiménez, Rimbaud, Baudelaire... Aunque creo a ellos no se los considera del todo modernistas, pero bueno...

-¿En serio? -por desgracia para todos, Astrea era Astrea, y no podía dejarlo pasar- ¿Con la cantidad de movimientos sociales y literarios de los tres últimos siglos y tú eliges el Modernismo? Esos no tenían nada útil que decir -desdeñó.

Y ese fue el momento que eligió Raquel para despertar.

-¿Útil? ¿De qué estás hablando? -bramó, levantando la botella (vacía)- ¿Es acaso útil una mariposa, o la estela de una estrella? ¿Es acaso útil la belleza marmórea de la diosa que se cierne ante mí? -pareció pensárselo un poco- Bueno, eso un poco sí. Pero, ¿es útil una rosa en un jarrón, una estatua, una melodía de violín, la sonrisa de una musa? El arte no debe ser útil, oh Artemis, sino bello. Su único fin es la belleza.

Y tan de golpe como había despertado, volvió a desplomarse sobre la mesa. Astrea frunció el ceño, molesta por la interrupción, aunque, se dijo con un suspiro, sería demasiado pedir una reunión sin las tonterías de Raquel.

-Pero mejor si es ambas cosas, ¿no? -insistió, al ver el rostro de conformidad de Joan- Como la Generación del 98. Ellos pretendían ser bellos, pero arreglar los restos de España con sus letras.

-Acababan de perder el Imperio, no puedes juzgarlos de la misma forma...

-Johan, querido, son de la misma época que los modernistas -rio Astrea- . Aunque hemos de dar las gracias por haber perdido el Imperio. Sin eso, no habríamos tenido al mismo Unamuno...

Aquello era más de lo que Mario podía soportar, y de repente, el aire del café volvió a cargarse de electricidad estática.

-¡Gracias por perder el Imperio! -exclamó, escandalizado- ¿A quién se le podría ocurrir eso? ¡El español era un imperio grande y glorioso, en el que no se ponía el sol! ¿Quién no habría deseado formar parte de algo así?

-Sujetadme -masculló entre dientes Erni, y Astrea le agarró del brazo, por si acaso- . Sujetadme, que le mato.

Las sonrisas burlonas de los demás, más que callar a Mario, le animaron a continuar. Dorian sonreía radiante, sabiendo que iba a estallar un conflicto, y dispuesto a disfrutar hasta el último segundo de él.

-Éramos un pueblo grande, brillante. Dominábamos las Américas, Filipinas, Nápoles, incluso Flandes. Descubrimos un nuevo mundo, les llevamos la civilización...

-Y miles de muertos y una sociedad heredera del colonialismo, de regalo -volvió a protestar Erni, aunque esta vez sólo le oyó Astrea.

-¡Escuchad! Eran tiempos gloriosos. La pérdida de las últimas colonias no fue más que el inicio de la decadencia de España -y nadie se atrevió a decirle que España llevaba decayendo ya al menos un siglo, con Guerras de la Independencia, vueltas al Antiguo Régimen, reyes nefastos y revueltas militares cada dos semanas- . ¿Cómo podrías desear su pérdida? ¿Quién no habría querido formar parte de algo tan grande? ¿Qué más se puede desear?

-Ser libre -espetó Erni, con más calma de la que en realidad sentía, y aquello le cerró la boca a Mario de golpe- . Y que lo sean tus compatriotas.

Mario balbuceó, se tambaleó, y volvió a sentarse. Dorian le palmeó la espalda.

-Ánimo, amigo, al menos lo has intentado. Pero yo que tú, no volvería a hablar de imperialismo con republicanos. Les produce urticaria la palabra, ¿sabes?

A partir de entonces, Mario no se dejó ver mucho por las reuniones. Y cuando lo hacía, se sentaba calladito en un rincón, absteniéndose de conversaciones políticas.

Café Van Gogh (Les Miserables AU)Where stories live. Discover now