-Pufa- le supliqué haciendo pucheros. Rio besando mi frente.

-Lo siento- se disculpó entre risas.

-Eres un ser cruel y malévolo- bromeé frunciendo el ceño antes de quedarme mirándolo.

-Si me miras con esa carita sabes que me terminarás sacando cualquier cosa- acarició mi mejilla.

-¡Pero si no te estoy poniendo ninguna carita!- rechisté riendo.

-Por lo mismo- me dio un rápido pero cálido beso en los labios. Tocaron a la puerta -Creo que ahí está nuestro champán- pellizcó mi mejilla con cuidado antes de dirigirse hacia la puerta.

Aproveché para ver el resto de la habitación. Por el momento tan sólo había visto el salón comedor. Una pared color miel, escondía la parte restante de la suite. Caminé hacia el estrecho rectángulo sin puerta al final de la pared que hacía de puerta. Me sorprendí. Aquello era enorme... y precioso. La habitación estaba pintada al completo de un suave color vainilla, a excepción de la pared que se situaba tras el cabezal de la gran cama de matrimonio. Esa pared era de color chocolate claro. Unos patrones rizados y otros extendidos, simulando los posibles movimientos de las plantas en un campo de trigo movidas por la brisa, decoraban la oscura pared en altas y finas líneas luminosas. Las cortinas consistían en una cantidad considerable de tiras onduladas. Cada grupo de cinco, eran del mismo color chocolate de la pared, blancas, marrón oscuro, blancas nuevamente y de un color ocre llegando al mostaza, respectivamente. Pero la decoración de los muebles o detalles como esos, no fue lo que hizo que la habitación me pareciese algo hermoso. Pétalos de rosa cubrían las claras sábanas de satín por intervalos, velas aromáticas decoraban suelos y muebles, dándole una agradable iluminación a la habitación y un suave olor a vainilla... Lo gracioso de aquel último detalle fue, que más tarde se me antojó tomar un helado de vainilla.
Caminé hacia el amplio ventanal. Una tenue iluminación que provenía del exterior había llamado mi atención.

-Espera- me pidió Philip a mi espalda cuando no me quedaban más de cinco pasos para llegar a la puerta corredera. Me giré.

-¿Y esto?- sonreí al ver la copa de champán -¿Celebramos algo que yo no sé?- miró al reloj digital que había sobre una de las mesitas de noche.

-Aún faltan un par de horas para las doce, pero igualmente quiero brindar contigo por estos ocho meses juntos- dijo acercándose para tenderme una de las dos copas que tenía en mano -Y porque en lugar de meses, en el futuro podamos estar brindando por décadas- levantó la copa. A pesar de tener ganas de besarlo por aquellas palabras, levanté la copa hasta chocarla suavemente con la suya. Entrelazamos los brazos y cada uno bebió de su copa mientras nos mirábamos a los ojos. Las velas y su tenue luz anaranjada les daban a sus ojos un hermoso y aparente color pardo -Mm...- empezó mientras terminaba de tragar, cayendo en que se le olvidaba algo -El regalo- dijo ahora apartándose para luego dejar la copa en la mesita y salir de la habitación.

-¡Y la pulsera del peque!- prácticamente grité para que pudiera escucharme. Oí su risa baja.
Aquello definitivamente era perfecto...
Me giré nuevamente hacia el ventanal dispuesta a caminar hacia él. Corrí las cortinas antes de quedarme embobada con la imagen. Abrí la puerta corredera de cristal y salí al amplio balcón notando la cálida brisa en mi rostro.
La tenue luz que antes había visto, era la que ofrecía la hermosa luna, prácticamente llena, que iluminaba la noche por completo.
No sé si sería por el desarrollo de la noche, por el lugar... Pero juraría que aquella noche estaba más hermosa que nunca, más brillante, más nítida... Tan sólo tres o cuatro estrellas compartían su luminosidad. A lo lejos, el contorno de las montañas estaba perfectamente perfilado gracias a la hermosa luz. Las nubes que parecían salir de ellas, simulaban la espuma blanca como la nieve, de una ola al cubrir y romper contra las rocas.

DIECISÉIS PRIMAVERAS (en proceso de corrección)Where stories live. Discover now