I

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Sin darme cuenta me había quedado dormida allí, apoyada al cristal de la ventanilla y sin importarme la, aunque leve, constante vibración de éste que solía hacer que mis dientes chocaran levemente entre ellos.

Una caricia rozando mi mejilla, hizo que poco a poco volviese de mi plácido sueño. Al abrir los ojos me encontré con lo más bonito iluminándome, conociéndome ya, seguro que sabes que no hablo ni de una luciérnaga, ni mucho menos la Luna, sino de su sonrisa. La puerta estaba abierta y Philip estaba acuclillado junto a mí, ahora con ambos brazos descansando sobre mi asiento.

-Sigo soñando o he muerto y he llegado al cielo?-su risa fue una mezcla de dulzura y amargura.

-Tan solo te permito que pienses en la primera opción-sonreí ahora, comprendiendo sus palabras y esa amargura oculta.

Miré a nuestro alrededor, parecíamos haber parado en un área de servicio, pero el edificio tras el primer caserón borraba dudas. Estábamos en un gran parking de un hotel de carretera.

-Aún estás dormida eh?-me preguntó con diversión pellizcando mi mejilla.

-Por qué lo dices?-pregunté riendo y a sabiendas de que llevaba razón, me sentía aún entumecida.  Los párpados me pesaban.

-Dejémoslo en que conozco a mi renacuaja demasiado bien-dijo incorporándose antes de inclinarse para besar mi frente-Va y duermes dentro-dijo ahora tendiéndome la mano.

-Tenemos que coger el equipaje?-pregunté a modo de queja mezclada con súplica, para que lo dejásemos allí, claro está. Philip reía mientras tiraba con suavidad de mí para ayudarme a salir.

-Mañana cogemos lo que necesitemos-dijo empujando la puerta para cerrarla.

-Gracias-arrastré las vocales mientras con mis brazos aprisionaba su cintura. Besó mi cabeza mientras con su abrazo correspondía al mío.

El lugar realmente era enorme, la fachada era completamente blanca con varios arcos a lo ancho, que desde allí parecían ser la entrada a un pasillo con otras varias puertas y escaparates de tiendas escondidas por la oscuridad, a excepción de aquellas que seguían abiertas e iluminaban las zonas más cercanas con las luces de sus escaparates o la de sus carteles de neón.
En medio del parking había una rotonda blanca con plantas decorándola. Fuera del parking, la fachada con arcos, el edificio de detrás y el caserón no demasiado grande situado a un lado, lo único que rodeaba el lugar eran árboles, palmeras obviamente plantadas para la decoración de las cercanías del hotel y otras plantas o arbustos.

Subimos las escaleras para luego pasar por uno de aquellos arcos. Entramos al caserón también blanco y bajamos sus escaleras en todo momento cubiertas por un techo en arco.

-Buenas noches-nos saludó el recepcionista con amabilidad, un chico joven vestido de blanco o por lo menos lo que se veía estando él tras su puesto de trabajo. Su chaqueta era blanca y levemente ajustada. No parecia cómoda. Los bordes y los botones de esta eran dorados. Preocupándome por su gusto general, esperé que fuese su uniforme de trabajo. El chico resultaba simpático y atractivo a primera vista a pesar de no ser especialmente guapo, tanto su sonrisa como sus ojos color azul hielo destacaban por su tez algo pálida y sus cabellos oscuros.

-Nene, no tendríamos que pedir una habitación aquí?-dije mirando hacia atrás mientras prácticamente seguía siendo arrastrada por Philip. El chico me sonrió casi con diversión.

"-Seguramente están de luna de miel"-al escuchar sus pensamientos sentí como mi rostro se encendía repentinamente como una bombilla roja.

Enserio aparentamos estar deseando quedarnos a solas?-pensé avergonzada.

-Que decías?-me preguntó ahora Philip mirándome con diversión mientras levantaba en el aire un llavero en forma de rombo de color negro con bordes dorados y el número ciento dieciséis grabado en el centro también en el mismo color. De él colgaba una única llave también dorada.

-Cuándo...?-no me dejó terminar.

-Qué te pasa?-dijo riendo, lo que empeoró el calor de mis mejillas al comprender que se refería al color de mi rostro. Negué con la cabeza provocando aún más su risa-Vale-dijo arrastrando las vocales antes de echarme el brazo por encima de los hombros para luego acercarme y autoseguido besar mi cabeza. Esa ya era una de esas veces en las que comenzaba a echar de menos uno de sus besos más prolongados.

Caminamos en silencio, el renacuajo mirando por donde pasábamos y yo de igual modo, solo que aún mezclando la diversión y la vergüenza por los pensamientos del chico de recepción.
Llegó un momento en el que el pasillo concurría en un túnel oscuro iluminado tenuemente desde el suelo. Luego comprendí que no es que el túnel fuera oscuro, sino que tanto a nuestro alrededor como sobre nuestras cabezas, lo que debían ser paredes o el techo, eran impolutos paneles de cristal. El cielo completamente estrellado acompañado de ligeras nubes que se movían con lentitud, eran la prueba.
Fuera había un especie de jardincillo, con el suelo cubierto por tacos de madera de distintos tamaños y de entre los cuales nacían plantas de distintos tipos, aunque poco se distinguían. Mirando al frente, intenté ver lo que había al otro lado del túnel, pero un gran muro de una tonalidad oscura lo impedía. Seguimos caminando por él hasta que finalmente nos encontramos rodeados nuevamente por paredes y una oscuridad casi completa. Tres pasos más adelante nos encontrábamos fuera del túnel y en mitad de un pasillo que junto a los dos que se unían a cada extremo del mismo y el de en frente, formaban un cuadrado a primera vista perfecto, con un gran ojo patio en el centro.
El pasillo en el que nos encontrábamos era como el del exterior, al igual que los tres restantes, con arcos dando paso al amplio espacio del centro aunque, a diferencia de ésos, tanto las paredes como las columnas de los arcos estaban pintados en un suave tono melocotón. Me recordaba a la casa de mi padre.
En el centro había una gran piscina asimétrica iluminada por varios focos laterales en su interior. También habían pequeños bares a los lados con sus correspondientes terrazas.
La gente caminaba por allí con tranquilidad riendo y hablando, acompañando con sus voces las distintas músicas que se mezclaban en el ambiente. Algunos en biquini y otros vestidos de modo fresco y veraniego.
Si mirabas hacia arriba, el manto estrellado coronaba los cielos y si paseabas lentamente la vista hacia la estructura del edificio, veías los dos pisos con barandillas de un marrón canela y las numerosas puertas de las distintas habitaciones.

DIECISÉIS PRIMAVERAS (en proceso de corrección)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora