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Niños... 14 años antes.

—¡No voy a ir! —grité, cansada de negarme a bajar—, ¡esa gente no quería a mi madre!

—¡Compórtate, Dolores! —vituperó mi padre—, van a venir personas que quisieron a Katalina... baja, por favor.

—¡No! todos mienten, ellos solo nos tienen lastima —negué una vez más. Me senté en mi cama—. No voy a bajar, me quedo aquí —concluí.

—Ana... —habló, frustrado.

—No, papá, déjame sola yo no me siento bien como para tratar con alguien. —Una lágrimas se me escapó y se deslizó por toda mi mejilla.

—Está bien, Ana, pero si quieres bajar te recibiremos con cariño —dijo mientras se marchaba—. Nadie es culpable de la muerte de tu madre, debes seguir adelante, solo tienes ocho años.

Dijo y me dejó sola en mi habitación. Todas las personas de la residencia decidieron hacer una reunión con todas las personas cercanas a la familia, todo por la muerte de mi madre.

No quería salir de mi habitación, mi hermano y mi padre me obligaban asistir a la escuela, pero no hablaba con nadie y casi no prestaba atención a las clases, tomaron la decisión de cambiarme de escuela, pero nadie entendía que solo quería y necesitaba a mi mamá.

Me escondí entre mis sábanas de princesas, sobre mi regazo coloqué las fotografías que me había tomado con mi madre. Era difícil perder alguien como ella, tan dulce y tierna, la mujer que daba los abrazos más cálidos del mundo y buscaban simular que no se podía extrañar, pero no era así, yo la necesitaba a ella.

Marcos se veía muy fuerte, para hacerme sentir protegida, pero el día anterior lo escuché llorar, algo que me conmovió, quise acompañarlo, quise abrazarlo y decirle que todo estará bien, como lo hace él conmigo, pero no era tan fuerte como él.

Un niño, que aparentaba mi edad, entró a mi habitación e inspeccionó todo, el tocador, el clóset hasta el baño de mi habitación. Tenía los ojos verdes y el cabello negro azabache.

—¿Solo estás tú? —preguntó, asentí confundida y él sonrió—, perfecto ya me moría del aburrimiento allá abajo.

—¿Qué haces aquí? —pregunté mientras lo veía registrar mis cosas.

—Mi padre y el tuyo son amigos, nos invitó a esta aburrida reunión de adultos. —Se me acercó—. ¿Qué son esas manchas?

—¿Qué manchas? —revisé mi camisa, siempre debía ensuciar mis camisas con algo. Él levantó mi cara con su mano.

—Esas que tienes en tu cara, ¿estas enferma?

—No, son pecas —contesté mientras llevaba una mano a mi rostro.

—¿Y se quitan? —Llenó su pulgar de saliva y lo restregó en una parte de mi frente con mucha fuerza.

—¡Aaaay, me la lastimas! —chillé para que dejase de hacer eso.

—No, no se quitan —afirmó, observó con detenimiento mi cara—, son muchas —confirmó, yo afirmé con la cabeza—, se ven muy bonitas esas cosas en tu cara.

A, B, C... Un niño cambió mi vida |COMPLETA|Onde histórias criam vida. Descubra agora