Capítulo seis

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Gastón:

Al día siguiente, tras escuchar unos golpecitos en la puerta de mi departamento, abrí los ojos de golpe, me levanté de la cama y arrastrando mis pies, abro la puerta.

Mi hermana corre hacia mí aferrándose a mi cintura. Yo sonreí a la vez que me frotaba los ojos, mamá estaba detrás de ella.

— ¿Cómo han conseguido llegar hasta aquí?

— Me dejaste tu dirección en un mensaje de texto pocos días después de que te mudaras.

— Es cierto, lo había olvidado.

Rafaella me soltó y mamá se acercó para darme un beso en la mejilla y un beso como si llevase años sin verme, probablemente debió haberse puesto nerviosa tras no haberla llamado por varios días.

— ¿Cómo estás hijo? ¿Has tenido una mala noche? — imaginé que se había percatado de mis ojeras por la noche anterior, llevaba mucho rato con la mirada en la nada pensando como cojones iba a conseguir aclarar mis sentimientos.

— No es nada, mamá.

— ¿Estás enfermo? Podríamos ir con un médico.

— No mamá, tranquila, estoy bien. — respondo calmado.

Mi hermana menor comenzó a correr por toda la casa deteniéndose solamente a tomar cosas que le llamaban la atención.

— ¿Qué es?

— Son golosinas, Rafaella.

— ¿Me las puedo comer? — estuve a punto de aceptar pero antes de hacerlo miré a mi madre.

— ¿Te has lavado las manos?

— No. — entonó lentamente y luego sonrió mostrando su dentadura. Yo me reí por lo bajo haciendo un gran esfuerzo para no defender lo indefendible.

La acompañé al baño para que hiciera lo que mamá le ordenó, Rafaella tenía un vestido rojo que casi le llegaba a los talones, verla vestida así me hizo recordar las veces que iba a comprarle ropa con mama varios días antes de su cumpleaños o navidad.

— Mamá es algo obsesiva con la limpieza.

— Mamá es muy obsesiva con la limpieza. — corrijo.

Quince minutos después estaba con ella, la subí a mi espalda mientras la paseaba con toda la casa.

— Creo que me estas ahorcando.

— Solo un rato más.

— Excelente. — resoplo.

La risa de mamá se escuchaba a los lejos y yo solo inhalé con fuerza intentando respirar. Mi hermana era incansable, podría pasarse horas de horas jugando y sin embargo no se agotaba. Su energía era algo envidiable.

— Ahora juguemos a las escondidas, tu cuentas hasta diez y luego sales a buscarme.

Cerré los ojos sin protestar. Tal vez solo era eso lo que necesitaba, sumergirme en su mundo donde todo es color rosa, sin responsabilidades ni ataduras, después de todo ella solo era una inocente incapaz de notar lo que sentimos los otros.

Estuvimos un rato haciendo lo mismo hasta que mamá nos llamó para almorzar.

— Te he comprado desinfectantes, he visto que te hacen mucha falta.

— Pero...

— Pero nada, tener limpio el lugar donde vivimos puede evitar que contraigas alguna enfermedad.

— Te lo dije. — susurré dándole un codazo a mi hermana.

— Ya lo sabía.

— ¿Saber qué? — mi madre pregunta con el ceño arrugado. Mi hermana y yo nos encogimos de hombros viendo lo desconcertada que se había puesto.

Comimos en silencio escuchando de fondo a los Beathes, me serví un poco de café y luego de escuchar a Rafaella decir que también quería, decidí tenderle mi vaso.

— ¿Cómo te encuentras, hijo?

— Bien. Dentro de poco empiezan los parciales.

— Seguro te irá bien. — torcí el gesto.

— ¡Te irá bien! — Rafaella vocifera con las manos manchadas de pollo.

Dejamos atrás varias horas, el cielo se oscureció y mamá necesitaba marcharse con Rafaella porque su hora de dormir había llegado. La pequeña tenía las mejillas empapadas, no había dejado de llorar desde que supo que tenía que irse, llevaba un promedio de diez minutos repitiendo la misma frase: «No me quiero ir » De hecho, verla tan rota hacia que mi corazón duela. Vivir con ella no era algo que me molestaba, amaba tenerla en mi vida, el problema era que yo había decidido mudarme aquí, ni siquiera lo hice para estar solo y hacer de las mías, las razones sobre aquello solo tenían que ver con la vida tan miserable que llevaba mi padre.

— Prométeme que nos veremos pronto. — dijo con la voz entrecortada.

— Te lo prometo. — le limpié las lágrimas y luego la abracé fuerte deseando no tener que soltarla jamás, segundos después me aparté de ella.

— Mírame, cariño. — Rafaella me obedeció, sus pestañas aún estaban mojadas.

— Iré por ti un día de estos y comeremos la Pizza Americana que tanto amas, luego, te enseñaré a jugar Play. — ella sonrió.

— ¿De verdad?

— De verdad, cariño.

—  De verdad, cariño

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Amor de mentira [✔]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora