18. Tenemos un problema tú y yo

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Comenzamos a comer todos sentados en la mesa del salón comedor.

―Míralo ―dijo Michelle dándole un codazo a su hija―. Llegó de morros y míralo ahora. Más feliz que una perdiz.

―Claro, a mí mi novia me regala eso y también se me pasan todos los males ―dijo Junior metiéndose una cucharada gigante de arroz en la boca.

―Ya, pero es que tu novia no conoce a nadie de los Mets ―le picó Thiago.

Mientras los dos discutían, Kenny posó su mano en mi pierna. Lo miré y me dedicó una preciosa sonrisa que quise besarle, algo que no hice porque estábamos en la mesa con su familia.

Como el protagonista del día era Kenny, su familia se pasó todo el rato hablando de él como si éste no estuviera presente. Contaban anécdotas suyas de cuando él era un niño, de las trastadas que hacía, de lo inteligente que era a pesar de su edad, de lo poco que le gustaba comer y de la obsesión que le entró con el gimnasio a los quince años porque él estaba delgadito y sus amigos ya habían dado el estirón y estaban grandes y fuertes.

Me lo pasaba en grande escuchando a su familia hablar de él. Todos excepto su padre, que solo escuchaba, sonreía a veces y asentía con la cabeza. No sabía qué habría ocurrido en el pasado, pero debía de haber sido algo gordo. A pesar de eso, el ambiente no era incómodo ni nada.

―Un día volvió de clase un medio día con el pantalón roto justo por la bragueta. Como tenía que volver al colegio después de almorzar y tenía prisa, se lo cosió él mismo pero no se dio cuenta de que había cosido el pantalón con el calzoncillo ―dijo Michelle partiéndose de la risa sola―. Y cuando llegó al colegio, quiso ir a hacer pis y cuando se bajó los pantalones de un tirón, se le rompieron de nuevo y los calzoncillos también.

―Abuela, eso no se cuenta... ―protestó Kenny haciéndome reír.

―Formó una... Tuvimos que ir a buscarlo porque, claro, se le habían roto tanto los calzoncillos como los pantalones y se le escapaba el pajarito por el agujero.

―Fue bochornoso ―murmuró Kenny cuando todos nos reímos. Yo coloqué mi mano encima de la suya, que seguía en mi pierna.

Cuando terminamos de comer, trajeron el postre que era un pastel de chocolate de dos pisos. Me relamí y solo quise atacar el segundo piso del pastel que era de chocolate blanco. La madre de Kenny puso una vela con el número 29 en lo alto del pastel y la encendió.

―Me da igual que no te guste. Vas a pedir un deseo y a soplar la vela ―le dijo Sherlyn a su hijo que tenía cara de fastidio.

Yo sonreí mirándole.

Le cantamos el cumpleaños feliz a Kenny, que estaba avergonzado, y yo y su hermana le sacamos algunas fotos. Esas las guardaría toda la vida. Cuando por fin dejamos de cantar, él sonrió aliviado, cerró los ojos solo un instante y sopló las velas. Todos aplaudimos.

Joseph partió el pastel y Sherlyn se encargaba de repartir los trozos en platitos para cada persona. Delante de mí puso un trozo de pastel de chocolate negro y no me dio tiempo a decir nada porque Kenny me cambió el plato por el que iba a ponerle su madre a él.

―¿Seguro? ―murmuré con una pequeña sonrisa. Se había acordado de que me gustaba más el chocolate blanco.

―Sí, tranquila. Además, el chocolate blanco no acaba de hacerme mucha gracia.

Abrí mucho mis ojos y lo miré fijamente.

―Ostras, Kenny. Tenemos un problema tú y yo.

Él sonrió pero acabó riéndose y besando mi frente con suavidad.

KENNETH © (EN AMAZON CON CONTENIDO EXCLUSIVO)Where stories live. Discover now