4

2.8K 252 147
                                    

Erick se encontraba sumamente expuesto e incómodo y algo le advertía que no era perceptible solamente en el reciente cambio de su fisonomía, porque su cuerpo entero pedía una ayuda que nadie le daría ahí dentro. 

Joel lo guiaba por grandes salas, hablaba con gente que ni siquiera se presentaba pero que lo miraban como si lo conociera como ni él mismo hacía, y sobretodo sujetaba su mano como si alguien pudiera llegar y quitárselo en un solo segundo. 

Sentía a Harry detrás de él. Firme. Con su presencia característica que los escoltaba a cada paso que daban. Ese simple alma natural era más terrorífico de lo que Erick pudo calificar a su casta, y se dio cuenta de que podría esperar lo que fuera de ahí. 

Él no era el único alma pura de la sala ni siquiera de lejos. Habían más. Muchos, muchos más. Mujeres que lucían vestidos caros y que se colgaban de brazos que rodeaban cinturas y hombres que imitaban sin miramiento. Ni siquiera se planteó hacer lo mismo. 

A cada paso que daba sentía la mirada de veinte mafiosos sobre él. Era pesada y le molestaba como nada, porque la incomodidad parecía comer de su pecho hasta dejarlo en los mismísimos huesos. 

Sin embargo, la mirada de esas dos esmeraldas no sólo se colaba en su cuerpo hasta perforar su mente, sino que también lo hacía con su alma y su instinto, puesto que Erick se sentía más humillado que nunca. 

Quería ir y pedirle explicaciones. Quería simplemente escucharlo de su boca y asegurarle que en un pasado hubo esperanza en él, que lo quiso y que siempre será su padre aunque decida venderlo a gente externa. 

Nadie se puede imaginar lo que esa cena fue— si es que se puede llamar cena, porque Erick ni siquiera probó el último plato por miedo a vomitar frente a todos—. La mirada de toda la mesa acabó sobre él nada más hizo contacto con la silla y Erick lo pasó realmente mal al ver dentaduras doradas sonriendo sólo para él, saludos secretos que se obligaba a evadir y miradas celosas de las propias almas puras. Ni en su propia casta pudo encontrar algo de apoyo. 

Sin embargo eso no fue lo peor, porque lo más demente estaba a segundos de llegar. 

Joel estiró de su mano de nuevo, conduciéndolo por pasillos de la gran mansión donde cuadros lujosos se presentaban en las paredes doradas. 

Llegaron a una pequeña sala, oscura y que desprendía frío de quién sabe dónde. Había una mesa justo en el centro. Era redonda y se podían ver varias barajas de cartas junto a botellas intactas de licores caros encima. Habían sillas alrededor de ella, pero era tan grande que la distancia entre cada una podía ser de metros incluso. 

Las almas puras estaban sentadas sobre regazos de almas venenosas; se restregaban sin pudor y devoraban bocas ajenas como si de manjares se tratara. 

Fue entonces cuando Joel se sentó, suspirando y estirando de su mano como un simple aviso y orden muda. 

Erick frunció el ceño cuando se dio cuenta de lo que quería, pero cuando la miel en los ojos de Joel hizo contacto con sus fanales, ni siquiera pudo negar. 

Joel enarcó una ceja con superioridad, preguntando mudamente si se estaba oponiendo de verdad; pero cuando fue a buscar una respuesta, Erick se sentó en su regazo con incomodidad, mirando al frente y con una respiración ardiente en su nuca. 

—Muy bien, cachorrito. 

Su nuca se erizó. Sería prácticamente imposible no hacerlo cuando ese susurro audible solamente para él impactó ahí; caliente, obsceno, prohibido e impuro. 

Joel los acercó a la mesa con práctica y Erick sólo pudo apreciar como la sala se fue llenando poco a poco. Sin embargo, no fue hasta que su tortura personal entró, cuando juró quedarse sin aliento. 

Landrem || Joerick  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora