PRÓLOGO

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No había una sola teoría del descabellado y arrasador barullo que constantemente sumía a Londres. Sin embargo, cada ser que deambulaba por esas tristes y arrasadas calles una noche más, sabía que cualquiera que incluso se atreviera a mencionarlas, afortunadamente no había pisado la ciudad.

Solamente el ruido hueco de la lluvia contra el suelo y las ráfagas de aire que febrero les regalaba, eran testigo del vacío desolador.

Tal vez, por ese pequeño detalle, ese sonido– hueco, constante, frío– parecía destacar entre todo lo demás. Y realmente lo hacía, el portador era consciente de ello.

Esos dos bloques de hielo impactaron entre sí de nuevo. Una y otra vez. Sin fin. Cómo si sólo hubieran sido creados con el objetivo de desesperar a su presa. De hacerla enloquecer.

Joel volvió a mover en círculos esa copa de whisky en sus manos, sentado en su ostentoso sillón mientras miraba con atención a ese hombre que durante años había trabajado con él. Ya no lo hacía. Ambos sabían por qué.

La habitación de hotel parecía pequeña, sin embargo el estar en el mejor hotel de la ciudad le restaba cualquier opción de inferioridad. No había inferioridad para Joel Pimentel. Nunca la habría hiciera lo que hiciera.

Podía sentir y oler desde su posición a sus hombres custodiando las entradas. El plomo también llegaba a él, y Joel deseaba poder hacer contacto la sangre de todos sus enemigos con las balas de sus armas.

Sus fanales– tan claros como la propia miel— se fijaron entonces en ese hombre mayor a él; con historias dispuestas a contar para excusarse de sus actos, pero que en ese momento solamente eran caídas al vacío, pues Erito estaba tan asustado que ni siquiera se atrevió a abrir su boca y comenzar una disculpa.

—Me has robado.

Su voz sonó firme. Ronca y amenazante mientras sus ojos parecían arrasar a ese hombre frente a él; el mismo que ya no dudaba en contener el temblor en sus piernas.

El silencio entonces se enlazó con Londres.

Tóxico. Venenoso. Cruel.

Joel humedeció sus labios llenos con la punta de su lengua. Tomó una profunda bocanada de aire y alzó su rostro con orgullo mientras entrecerraba sus ojos.

El alcohol acarició su garganta cuando dio un ligero trago; lo que le provocó una humedad perfecta cuando chasqueó su lengua y negó con la cabeza.

La carcajada que dejó escapar casi fue divertida. La diferencia es que sólo él parecía pasárselo bien.

Era terrorífica. Sus hombres sabían que se avecinaba eso de lo que cualquier alma querría escapar. Eso que aún los más altos de la casta, los más poderosos como Erito se hacía llamar, temían descontroladamente.

Y nadie se equivocaba, porque si los más delicados ángeles habían creado a las almas puras; el infierno había creado a las almas venenosas. Sin embargo, el diablo había creado a Joel para liderar a su manada.

Sus manos ásperas y llenas de historia pasaron bruscamente por su rostro, arrastrando con ellas esa risa que sólo quedó con una sonrisa pícara y maligna en sus fauces.

—Realmente me has robado.

Erito fijó sus fanales en el suelo cuando se vio incapaz de devolverle la mirada. No era una simple conexión de rasgos, era una conversación muda donde él no sabía el idioma.

—T-Te lo devolveré. Te devolveré el doble. Podemos pactar de nuevo.

Joel sintió su lengua sola como un paseo decidido por sus dientes blanquecinos.
Sus luceros se entrecerraron de nuevo, solamente que ahora con más precisión y maldad.

Landrem || Joerick  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora