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Apolo: Dios del sol, la profecía y la medicina; además de la belleza masculina.

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Un golpe fuerte en su pómulo izquierdo fue lo que le hizo despertar de ese repentino desmayo, donde ningún alma pura se acercó a socorrerlo como si el caer desmayado fuera algo natural o hubieran perdido cualquier sensibilidad.  

El alma venenosa frente a él gruñó, dejándolo caer al suelo cuando vio que Erick abría sus ojos, provocando que su cabeza impactara con fuerza en ese suelo desnivelado y húmedo. 

—¡No, no, no! Como se haga un rasguño estamos muertos. Aparta, yo me encargo. 

Erick parpadeó varias veces todavía tirado en el suelo. Lo volvió a hacer cuando un alma natural irrumpió su mirada al techo y le regaló una débil sonrisa. 

Era un hombre con cuerpo fornido, con dos pequeños hoyuelos a ambos lados de su rostro que llamaron completamente su atención, al mantener su cabello largo color chocolate atado a un moño en su coronilla. Sus labios llenos no dejaron de sonreír aún cuando le ayudó a recomponerse, sin mostrar mucha sutileza pero calculando el lugar exacto en el que podría tocar sin ser atrevido o herirlo. 

Lo levantó sin mucho esfuerzo, quedando a centímetros de su rostro cuando agarró su mandíbula y le obligó a mantener un contacto de miradas durante algunos segundos. 

—Te voy a sacar de aquí— Le susurró solamente para él. 

Erick reprimió el gemido que creció en su garganta como respuesta y, a su vez, se dejó hacer cuando ese hombre lo soltó y le invitó a seguirlo fuera de esa pocilga; de ese zulo al que quería no volver jamás. 

Siguió sus pasos con timidez, sin decir palabra alguna y dejándose llevar cuando algún alma venenosa los miraba sin descaro y el hombre a su lado carraspeaba evitando todo. Se sintió enfermo. Completamente vulnerable y enfermo. 

Le iban a matar. Le iban a destrozar y no era consciente de a qué nivel de desesperación podría llegar su cuerpo para anclarse a la vida. Nunca le molestó ser un alma pura, pero en ese momento se dio cuenta de que las paredes de lo que fueron su hogar le habían tapado la verdad en demasiadas ocasiones. 

Subieron unos escalones— como si eso solamente fuera un lugar provisional para la gente como él— y Erick encontró demasiadas miradas puestas en él como para seguir caminando sin temer por sus piernas temblorosas. En cualquier momento se iba a derrumbar, y la bilis se estaba almacenando en su estómago a pequeñas dosis, conformándose con un sabor amargo en sus glándulas salivales.  

Entonces llegaron a un pasillo oscuro, con puertas metálicas donde sólo había una pequeña ventana a la superficie, como una maldita cárcel. Por ahí se podían escuchar lamentos, voces y chillidos de los que eran torturados contra su voluntad. 

Erick se estremeció. 

El hombre junto a él frenó en una. Sacó un manojo de llaves de quién sabe dónde y abrió la puerta incitando al alma pura a pasar primero. No se encontraba con la fuerza de voluntad para desobedecer. 

Ahí, un pequeño cuerpecito se irguió de su cama para mirarlos a ambos. 

Sus índigos lo recorrieron de arriba a abajo cuando Erick dio un paso adelante a esa fría y desconocida habitación, pero no dijo nada.

Erick comenzó a llorar. Sin contenerse. Sin buscarlo. 

—En la noche te explico— Dijo el hombre que le había acompañado. 

Y cuando la puerta metálica se cerró a sus espaldas, Erick cayó al suelo de rodillas, sollozando descontroladamente y con un nudo en su garganta que era superior a cualquier cosa sentida jamás. 

Landrem || Joerick  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora