Capítulo 53 {Cuando}

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Antonio lo sacó de su ensimismamiento cuando lo escuchar preguntar:

—¿Por qué estabas con esa mujer? —Leo advirtió en su gesto ceñudo y en su tono sombrío el poco éxito que estaba teniendo para controlarse.

El momento de enfrentar lo que Leo estuvo posponiendo había llegado. Admitió con amargura que no tomaría bien cualquier explicación que le proporcionara. Al igual que él, su padre detestaba la falta de honestidad. Jamás se entrometía en su vida personal, pero en esta ocasión la línea se había borrado.

—Perdóname papá, debí decirte antes que Carolina es mi novia. No tengo más explicación que el no haber encontrado la oportunidad de hacerlo. —Leo lo miró directo a los ojos, a estas alturas era lo único que podía hacer para que le creyera. ¿Y comprendiera su omisión?

—No sé de cuales artimañas se habrá valido para engatusarte. Las mujeres como ellas jamás son sinceras. —El indiscutible veneno que despedían las palabras de su padre lo descolocaron. Especialmente porque no tenían fundamento alguno.

—No te permito que te expresas de ella de ese modo. ¡No la conoces! —levantó Leo la voz.

Antonio bufó de manera burlona antes de agregar:

—La conozco más de lo que crees.

—¿Qué se supone que significa eso?

—Por lo visto tu noviecita no te ha dicho quién es en realidad—enfatizó de modo despectivo, y si Leo no se equivocaba parecía que su padre estaba empeñado en provocarlo.

Estaba fuera de sí, y cuando se encontraba en ese estado errático y vulnerable no era inusual que terminara encerrado en su estudio escuchando la enervante canción de Elvis Priestley. Pero en ese momento no contaba ni con su guarida ni con un tocadiscos, solo estaba Leo, el blanco más cercano para descargar sus frustraciones. No se lo permitiría, decidió contundentemente.

—Sé lo suficiente de ella para saber quién es.

—¿Le has preguntado cómo es que consiguió un empleo en mi empresa?

—Por un programa temporal para recién egresados —respondió de inmediato y sin saber por qué deseaba demostrarle que estaba equivocado.

—No existe tal programa, Leonardo —dijo de modo deliberado e hiriente—. Si fue capaz de inventar algo como esto, pregúntate con qué otras cosas ha sido deshonesta.

Leo quería convencerlo de que se trataba de un error, ¿pero cómo? Su padre era el dueño de la empresa y conocía lo que sucedía dentro y fuera de esta. Hasta que ella hizo mención, no tenía idea de la existencia del dichoso programa. No quería admitirlo, pero las veces que surgió el tema Carolina se apresuraba en desviarlo, y Leo no pareció darle importancia.

—Ella llegó a buscarme, y si alguien se inserta de esa forma, ten por seguro que tiene una agenda oculta para obtener lo que quiere a costa de lo que sea. Son egoístas y solo piensan en su propio beneficio.

—No quiero escucharte más. No entiendo por qué me dices todo esto. —Leo tenía las manos crispadas en puños para reprimir las ganas de golpear algo.

De pronto las paredes de la habitación comenzaron a contraerse. Por más que inspiraba, no conseguía jalar aire a sus pulmones y sentía que se ahogaba.

—Lo hago porque me importas, porque no quiero que sufras por algo que yo provoqué. Yo debo pagar por mis errores, no tú. Escúchame bien, hijo, esa mujer no se merece la confianza que has depositado en ella.

Leo se desesperó, no entendía nada de lo que su padre le decía. Nada tenía sentido. Pero eso no impidió que en su cuerpo se acumulara la rabia y solo viera en rojo.

Ahora, entonces y siempreWhere stories live. Discover now