-¿Tantas qué?- preguntó extrañado, haciéndome sonreír divertida.

-Rivales- aclaré -Que haya podido ver mientras te alejabas, a toda mayor de quince se le iban los ojos por mirarte y bueno...- saludé a una rubia de ojos azules que se sentaba en la fila contigua, dos asientos más adelante. Su asiento daba justo al pasillo y no le quitaba la mirada de encima a Philip -La rubita no te quita ojo.

Philip la miró antes de volver a mirarme y reírse.

-¿Y la saludas?- dijo divertido.

-Es ella la que debería estar avergonzada… Ya podría cortarse un poco.

"¿Qué le ha dicho esta, que se ha reído de mí? Lo que no sabe es que como baje la guardia se lo robo"- pensó la chica riendo internamente.

Era guapa, bastante la verdad, pero perdía todo en personalidad.

-¿Celosilla?- se burló Philip.

-Uuy... ¿Yo? ¿Celosa? Al loro lo celosa que estoy- dije antes de besarlo, provocando su risa, la que no me impidió que siguiera deleitándome con la suavidad de sus labios. Si en principio aquel beso había sido algo así como un pequeño castigo para la rubia, terminé por olvidarme de ella... Siempre terminaba olvidándome del mundo cada vez que aquellos labios me besaban.

"Otro tonto enamorado"- pensó la rubia una vez más con la misma arrogancia.

Philip apoyaba su mano en mi mejilla con delicadeza mientras me miraba. Supongo que eso era lo que le fastidiaba a la chica.

-Sabes que tan solo tengo ojos para ti, niña celosa- besó mi nariz. Reí una vez más. Definitivamente mis motes eran cada vez mejores.

-Más te vale, chico imán- frunció el ceño con gesto divertido.

No se me dan bien los motes- pensé mientras reía por la expresión de mi chico.

-¿Y ahora de qué te ríes, loca?- rio conmigo.

-Nada- besé ahora yo su nariz.

-Aah... Tengo algo para ti- sacó del bolsillo de su sudadera un pequeño sobre de textura estriada en color plateado.

-¿Y esto?- lo tomé antes de agitarlo junto a mi oreja para adivinar su contenido. Una cadenita rozó con el grueso papel desde el interior. Lo abrí con cuidado de no romper el sobre.

-Ouh bebé- dije dejando el sobre sobre mis piernas, para sostener con ambas manos la doble cadena. Era una esclava de dos cadenas de un brillo plateresco pulcro, tan finas que daba miedo hacer un mal gesto con ella entre mis dedos. Una de las dos pequeñas plaquitas, tenía una inscripción. En la primera no ponía nada mientras en la segunda rezaba "Philip". Rocé la primera con el pulgar.

-Ahí irá el nombre del o la peque- dijo leyendo mi mente.

-Es preciosa- dije acariciando una vez más la pequeña plaquita lisa.

-Cuando lleguemos a tu casa recuérdame enseñarte la que tengo pa...- lo interrumpí con un beso.

-Que quede claro algo, peque, mi casa también es tu casa- sonrió. Por un momento caí en algo que me borró la sonrisa.

-Eey, ¿qué ocurre?- acarició mi mejilla.

-Mientras te decía eso, no se por qué me hacía a la idea de que mis padres seguían juntos y vivíamos en la casa en la que yo me había criado- besó mi frente -Pero bueno... Nos quedaremos con mi padre.

-¿Quieren algo?- preguntó una de las azafatas, que empujaba un carrito. Philip me miró esperando mi respuesta. Negué con la cabeza.

-No gracias- la mujer sonrió con amabilidad antes de seguir su camino.

DIECISÉIS PRIMAVERAS (en proceso de corrección)Where stories live. Discover now