La fiesta seguía, el alcohol corría, e incluso Erni y Astrea participaban en las tonterías generales y reían con el resto.

-Deberías dárselo -le susurró Joan a Raquel, que alternaba su mirada entre Astrea, su cerveza, y el paquete que tenía en el regazo.

-¿Para qué? -no despegaba la mirada de Astrea, que en ese momento, amonestaba a Dorian por perseguir a Erni para besarle. Ya había besado a Renée (que ahora se miraba en el espejo comprobando que no le hubiera pegado ningún herpes) y a Mikel, y todo indicaba a que Erni no iba a librarse fácilmente- Sólo la asustaría. Además, no existo para ella, no cuando ya los tiene a... ellos.

Ambos dirigieron una mirada triste a la mesa del Triunvirato. Dorian había conseguido sujetar a Erni, y le estaba besando... durante bastante más tiempo del que había besado a los otros.

-¡Pero te has pasado semanas pintándolo! -insistió Joan, forzándose a no mirar.

Era cierto. Aquel retrato había ocupado todo el tiempo libre de Raquel durante semanas. Se había obsesionado con retratarla como la había visto el primer día, fiera, guerrera, enarbolando la bandera arcoíris ante la noche y el odio, tomando el papel de la Libertad de Delacroix. Hasta cierto punto, estaba orgullosa del resultado.

-Ha sido una gilipollez -gruñó.

-¡Venga, R! Aunque sea, déjaselo de forma anónima...

-¿Como cierto sombrero de copa?

Joan se sonrojó hasta las orejas, y calló durante el resto de la noche.

A Dorian le había gustado besar a Erni. Mucho. Aunque al principio se hubiera resistido, y sólo después le hubiera devuelto el beso, de forma lenta y, hasta cierto punto, fría. Era la forma de besar que se esperaba de él, y le encantaba. Pero le había apartado cuando el beso había empezado a alargarse, y Dorian se había dejado apartar, o habría resultado sospechoso.

Y ahora sus ojos buscaban al otro sacerdote de sus lupercales. Lo encontró en una esquina, discutiendo con R. Esbozó su mejor sonrisa, se colocó el sombrero nuevo, y se dirigió hacia ellos.

-Buenas noches, señoritas -saludó con una exagerada reverencia que le sacó una risita a Johan- . Es vuestro turno.

Raquel fue primero. Sabía a alcohol y tabaco y a tristeza, y sus labios eran torpes, pero rompió el beso al estallar en carcajadas.

-Venga, confiesa. ¿Quién te ha retado a besarnos a todos?

-Yo mismo, por supuesto. Era algo que tenía pendiente desde hace mucho, ¿y qué mejor día para cumplirlo?

-¡Ja! Suerte con los que te quedan...

-Pero si sólo me quedan dos, y uno de ellos es esta preciosa flor de aquí...

Johan se sonrojó tanto que resultaba imposible decir que su piel en algún momento había sido de otro color. Los ojos verdosos de Dorian parecían reírse de él. Se volvió en busca de la ayuda de R, pero ella había desaparecido convenientemente. Se había marchado, dejando sobre la mesa el retrato de Astrea.

-Así que quieres convertir la fiesta en unas auténticas lupercales, ¿no? -intentó bromear, y la risa cantarina de Dorian fue su recompensa- ¿No tendríamos que estar todos desnudos para eso? ¿Y con látigos?

-Shhh, no se lo digas al resto, les asustarás, y luego me matarán -sonrió con su típica sonrisa pilla- . Pero, si eso es lo que quieres, así podemos celebrarlo tú y yo...

Joan no pudo contestar. Se había atragantado con su sonrojo.

-Es broma, es broma. Yo sólo he venido a por mi beso, ¿me lo das?

Joan tragó saliva, cerró los ojos, y se lanzó hacia sus labios. Su beso era cálido, salvaje, intrépido, tal como Joan había imaginado. El de Joan, en cambio, era dulce, tímido, con un leve aroma a flores que estaba volviendo loco a Dorian. Podía sentir su pulso acelerado bajo sus manos, y tuvo que contenerse para no sonreír .

No se separaron, no voluntariamente. Pero Beatriz llegó furiosa, agarró a Dorian del cuello de la camisa, y se lo llevó de allí sin ningún miramiento.

-No, no, eso sí que no -le gruñó, tirándole de nuevo a su mesa, donde Astrea y Erni resoplaban exasperados- . Al niño me lo dejas en paz, que aquí todos te conocemos. Aleja tu numerito de don Juan de él.

-¡Oye! -protestó, pero Bea se crujió los nudillos y le fulminó con la mirada, y optó por dejarlo estar.

-Eres un caso perdido -regañó Astrea, arreglándole el cuello que Bea había arrugado.

-Lo que me recuerda que a usted todavía no la he besado, mademoiselle.

-Ni vas a hacerlo. Lo lamento, pero voy a estropearte la apuesta.

-¡Oh, venga, A! ¡Es el día del amor! Ven aquí.

Pero Astrea le evitó, y cuando quiso acercarse, se levantó y salió huyendo entre las mesas.

-¡Pero no te atrevas a huir! ¡Vuelve aquí, pequeña cobarde!

Lo que había empezado como un estúpido reto derivó en una divertida persecución entre las mesas del café, que acabó cuando, animado por las risas y las apuestas de todos (Mikel y Félix habían apostado a que Astrea se escapaba; Erni, Renée y Bea, a que no se libraba del beso), Dorian consiguió acorralarla junto a la mesa donde se había sentado con Johan.

-Se acabó, mademoiselle, ya no tiene escapatoria.

Y ante la sorpresa general, le dio un beso en la mejilla, y se alejó entre carcajadas.

Astrea se sonrió internamente, y se sentó a la mesa. Un paquete que descansaba sobre ella le llamó la atención; no parecía de nadie, no tenía nombre, y a todas luces, alguien lo había olvidado allí. Curiosa, lo abrió con la intención de encontrar algo que le diera una pista sobre la identidad de su poseedor.

Casi dejó escapar una exclamación de sorpresa. Era un cuadro. Un cuadro de colores brillantes y vivos, de claroscuros, que la representaba a ella enarbolando la bandera LGTB y guiando a una marabunta de gente enardecida. No estaba firmado, pero no le hacía falta imaginar mucho para deducir de cuál de sus amigos venía.

Volvió a guardarlo, con un sentimiento cálido instalado en el pecho. Se dejaría matar antes de admitirlo, pero aquel cuadro ocupó desde entonces el lugar de honor de su habitación, junto a la cabecera de su cama.

Café Van Gogh (Les Miserables AU)Where stories live. Discover now