Prólogo

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El campo estaba teñido completamente de un rojo vivo. Los cuerpos de todo tipo de criaturas que existían en el mundo yacían sin vida sobre el suelo.

Las cenizas caían desde lo alto del cielo. Solamente había cinco personas de pie en aquel lugar.

Capitán, ya terminó todo.

El joven caballero de melena castaña se acercó con pasos cortos hasta su líder. Detrás de él los otros tres hombres lo seguían.

La guerra que había empezado desde hace años atrás al fin había terminado, y todo se lo debían a la persona frente a ellos.

Dicha guerra era para ver qué criaturas gobernarían el mundo, con intención de eliminar a los otros seres.

Varias, desde vampiros, humanos, hombres lobo, hadas, duendes o cualquier otro ser que existiera había formado parte de una de las facciones con otros aliados.

Aquellos vampiros que andaban en aquel campo era muestra de que bando había resultado ganador, pero aquellos guerreros no lucharon para poner a su raza en la cima de la supremacía.

No. Su capitán había elegido a aquellos cuatro guerreros para terminar con la guerra de una vez por todas, aunque esperaba conseguirlo de una manera diferente.

El siguiente paso para poner dar por sentado todo acto e intención de otra nueva trifulca, era firmar el tratado dónde se estipulara la prohibición de otra guerra futura entre los seres que habitaban la Tierra. En otras palabras se podría decir que era un pacto de paz entre todas las especies.

La persona a la que se referían como "Capitán" soltó su espada que traía en mano. Durante la batalla había perdido completamente el control de su persona, fue hasta ese momento que vio lo que causó. Sabía que era inevitable el matar para ganar, pero aun así no quería ver todos esos cuerpos cortados por su propia espada.

El Capitán volteó a ver finalmente a sus compañeros. Ellos observaron su cuerpo manchado completamente de sangre, sin embargo, ninguna gota le pertenecía.

El casco que usaba todo el tiempo para cubrir completamente su cabeza ya no lo traía puesto. Su rostro tenía manchas de sangre, pero en dónde más sobresalía era en su boca. En ella se veían aquellos afilados colmillos pertenecientes a su especie.

Al perder el control de sí mismo, no le bastaba con matar a sus enemigos, sino que terminó por drenar la sangre de los cuerpos de ellos. Recordaba el placer que sintió al ver morir ante sus propios ojos a todas aquellas personas. Cómo disfrutó la sangre que atravesaba por su garganta. Los gritos de ellos al ser quemados por las llamas que él mismo creó habían sido música para sus oídos. La sonrisa que se formaba en su rostro cuando atravesaba a alguien con su espada es algo que nunca se olvidaría.

Aquella parte que siempre había contenido en lo más profundo de su ser había salido a relucir.

Los cuatro caballeros seguían sin articular palabra ante aquella imagen. Estaban conscientes del poder que tenía su Capitán, pero no creían completamente lo sucedido. La imagen de aquella persona sonriente que los había salvado años atrás y que les había entregado sus Espadas Celestiales, no concordaba en nada a la que tenían enfrente.

Sin embargo, eso no cambiaba la lealtad que le tenían. Cada uno de ellos le habían jurado seguirlo, aun cuando fuera al mismo infierno.

—Se acabó —les dijo a los guerreros, quiénes sabían que al ser capaz su líder de derramar lágrimas lo hubiera hecho en ese momento—. Se acabó. Son libres.

Ante esas dos últimas palabras todos quedaron estáticos, no entendían a qué se refería.

Ya no es necesario que me sigan. Son libres. Finalmente son capaces de ir a dónde quieran. Es mejor que lo hagan ahora. Los ambiciosos tratarán de usarlos para su propio beneficio. Saben que ustedes son las mejores armas que podrían tener. No dejen que nadie los use.

¿Qué pasará con usted? —dijo el joven de cabello rubio.

No lo sé. Lo único que sé es que no puedo estar cerca de nadie. Menos de ustedes.

—Déjenos ir con usted —uno de los gemelos da un paso hacia su líder pero este lo detiene negando con la cabeza.

No puedo hacer eso. Es lo mejor para todos. Es por su propio bien.

Gira su cuerpo después de recoger la espada que yacía tirada en el suelo. Extendió la mano que tenía libre hacia al frente y los cuerpos comenzaron a quemarse en una gran ola de fuego.

—Es tiempo que se vayan —los miró nuevamente y sintió como si una estaca le hubiera atravesado el corazón por decir lo siguiente.— Esta es la despedida. Gracias por todo.

Sin más, su cuerpo había desaparecido de dónde estaba hace tan solo un segundo. Los cuatro salieron corriendo detrás de su líder. No lo querían perder.

Aun cuando corrieron con todas sus fuerzas no lo pudieron alcanzar. Al final perdieron todo su rastro.

Tal parece que si era el adiós.

Ese día terminó la época que sería conocida como "La Guerra Oscura". El pacto de paz entre las especies se firmó con la sangre de sus líderes.

Además de ello, ese día fue el último en el que vieron al Demonio de la Espada. Aun cuando lo buscaron durante años, nadie pudo dar con su paradero. Era como si la misma tierra lo hubiera tragado.

Tiempo después, también desaparecieron aquellos cuatro jóvenes que habían luchado a su lado, los llamados Guerreros Celestiales.

Sangre Mágica (Guerreros Celestiales I)Where stories live. Discover now