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Que alguien me explique por qué acepté esto.

Supongo que me dejé llevar por la emoción de enterarme que terminó con la estúpida de Cecilia que se aprovechó de la situación para ocupar mi lugar.

Ahora tengo que esforzarme para verme bien en todo momento.

Quizá suene estúpido, pero es que como le dije a él, tengo todas mis expectativas muy altas respecto a lo nuestro.

— ¿Seguro que estarás bien? —vuelvo a preguntar y Mauricio se ríe.— Esto es serio, mamá tiene que trabajar, Miguel igual y tienes que quedarte solo con Austin.

— Soy el mejor tío del mundo, estaremos bien. —promete y yo asiento bajando a la cocina.– Te ves bien, no te esfuerces tanto que se va a ver obvio.

— Solo no quiero verme mal cuando estoy con él.

— Veamos, si él se enamoró de ti obviamente espera verte muy bien arreglada y demás. Pero si te ama, no le importará verte como sea. El hecho es verte.

— No me ama. —susurro haciendo un mohín.— Por eso tengo que verme bien.

Él solo rueda los ojos y niega yendo con Austin hacia la sala. Obviamente está feliz por cuidar a mi hijo.

Ocuparse de Austin implica ver dibujitos todo el día, comer y dormir. Incluso yo voy a extrañar eso.

Desde afuera se escucha el claxon del auto y lo tomo como una señal para salir. Termino de acomodar mi cabello y tomo mi cartera para caminar hacia la puerta.

— Cuida a mi hijo. —pido antes de salir.

— Dile adiós a mami, Austin.

Detengo mi caminata y volteo encontrándome a mi pequeño moviendo su manita mientras se ríe.

¡Dios! Es perfecto.

Me acerco plantando un beso en su frente y acaricio su mejilla antes de subir al auto en donde Ruggero me espera.

Lo saludo con un beso en la mejilla y cuando arranca el auto, me dedico a mirar mí teléfono.

El silencio es incómodo, se nota que Ruggero no está de un buen humor. Pero yo no suelo quedarme callada así que sin pensarlo dos veces pregunto.

— ¿Qué pasa?

— Nada. —se limita a decir doblando en la esquina.– No es nada.

— Pero lo hablaremos de cualquier modo. —aseguro.— Puedes contarme lo que sea.

— Josuet. —suelta y de inmediato comprendo.— Él estaba ensayando para un concurso de piano. Hoy son las finales.

— Oh bueno, yo no... —me aclaro la garganta.— Lo siento, no debí preguntar.

Él asiente y yo decido guardar silencio.

Entiendo que cualquier cosa que le recuerde a su hijo hará que reaccione así. No pude ser tan estúpida ahora mismo.

Mantengo silencio hasta que Ruggero se adentra a un lujoso edificio en el que supongo trabajará este tiempo.

Lo miro ansiosa en busca de una orden. Y cuando subimos al ascensor, oculto una sonrisa.

Jamás voy a olvidar lo que provoqué la primera vez que usé un ascensor con él.

La caja metálica nos deja en el último piso en donde todos de inmediato se ponen de pie o dejan de hacer lo que sea que hacen al ver entrar a Ruggero.

¿Por qué le tienen miedo? Es Ruggero, lo más tenebroso que podría hacer es... ¡Nada!

— Señor Pasquarelli. —saluda una amable mujer.— Bienvenido.

4| El verde de sus ojos; QuédateWhere stories live. Discover now