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Ruggero Pasquarelli.

No sé cómo explicar cuán grande es el dolor de perder a un hijo.

Lo difícil que es asimilar que ya no volverás a verlo, a jugar con él o simplemente regañarlo por cualquier estupidez. Me siento tan malditamente culpable.

Los últimos meses fueron desperdiciados en su totalidad.

Desperdicié mis últimos días atormentándolo con cosas estúpidas, intenté obligarlo a amar a Austin, cometí muchos errores y aunque quiero corregirlos, ya no puedo.

La sensación de soledad es inexplicable.

Está casa se me hace mucho más grande de lo que ya es. No logro sentir que pertenezco aquí de ninguna manera.

Realmente no estoy bien.

— Es muy lindo, y tiene los ojos preciosos. —dice Cecilia llamando mi atención y sonrío.— Deberíamos tomar una foto familiar para el recuerdo de este grandioso día.

— Yo solo asiento y estaciono el auto en el garaje de casa. Finalmente llegamos después de estar toda una tarde lejos.

Intenté disfrutar de mi día con Austin, crear un nuevo vínculo con él. Pero Josuet no sale de mi cabeza y todos los errores que cometí me atormentan.

No me siento capaz de hacer algo bien, no tengo un por qué en realidad. Josuet era mi familia, y si él no está simplemente tengo que asimilar que ya no me queda nada.

Y duele a pesar de saber que él no es mi hijo.

Lo supe el día de su funeral cuando Candelaria lo gritó. Me dijo que Karol lo sabía, que siempre lo supo y sin embrago nunca se atrevió a decírmelo.

Pues bueno, sería más fácil pensar que esa es la razón por la cual no quiero a la mexicana en mi vida. Pero estaría mintiendo.

La verdad es que le agradezco por no haberme dicho que Josuet no es mi hijo. No lo habría soportado en ese momento y gracias a ella me ahorré un dolor extra.

La verdadera razón por la cual no quiero a Karol en mi vida es porque ella le recuerda a todos los meses que desperdicié.

Y no estoy como para soportar un drama más.

Prefiero que las cosas sean así.

— Lalita, cámbiale de pañal. —ordena Cecilia señalando a Josuet.— Y luego le preparas un biberón porque debe tener hambre. Pero rápido que quiero cenar.

Lalita me mira evidentemente molesta pero junto mis manos pidiéndole que lo haga. No quiero discutir con nadie en realidad.

Ella solo niega y desaparece por el pasillo con Austin en brazos. Yo en cambio me siento en el sillón más cercano mirando hacia el techo.

Me duele la cabeza, y aunque esas molestias se han vuelto algo común, no estoy nada bien.

Todo me da vueltas.

— Estaba pensando en desocupar la habitación de Josuet y tirar todas sus cosas. Es lo mejor. —continúa Cecilia y la miro.— Podemos usar esa habitación para cuando nosotros tengamos un hijo.

— ¿No tienes que irte?

— No, amor. Relájate. Ya le pedí a Lalita que vaya por mis cosas mientras nosotros paseábamos con Austin.

— ¿Qué?

— Si, Ruggero. Ahora que todo esto sucedió, no tienes que esconderlo más. Me amas y yo a ti, ya nada nos impide estar juntos.

4| El verde de sus ojos; QuédateWhere stories live. Discover now