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El móvil de gustabo estaba petado de mensajes tanto de Conway como de Volkov y Greco cosa que le hizo querer o bien lanzar el móvil por el monte y detrás tirarse él o destruir toda evidencia y mudarse a otro continente bajo el nombre de Frederick, resignado Comenzó con los mensajes de Greco, quien le informaba sobre Segismundo y su evasión de la ley, también le pedía que contestara al abuelo, quien según el estaba de muy mala hostia.
Siguió con Volkov quien en un par de mensajes preguntaba casualmente por Horacio, seguramente extrañado al no haberle visto a la mañana siguiente en su cama, el comisario había despertado al sentir un frío repentino y al abrir los ojos pudo notar que el otro lado de la cama estaba solo, se había puesto en pie esperando encontrarle en la sala u otra habitación; pero este no se encontraba en el piso, aunque no lo dijera estaba un poco herido.
Respondió que estaba con el y abrio el último chat, claramente la mitad de los mensajes de Conway eran llamándolo Anormal o gilipollas; le preguntaba que cojones hacia fuera en su estado y a donde se estaba dirigiendo a la vez que le mandaba volver a su casa en ese instante
No respondió ningún mensaje, decidió quedarse más tiempo en casa de Segis, no estaba en peligro mientras ese par estuviera a su lado y estaba pasándola muy bien.
Llegada la tarde comenzó a sentirse incómodo, pequeñas oleadas de calor lo comenzaron a recorrer, su cabeza daba vueltas haciendo que se mareara un poco y sentía pinchazos de dolor en su vientre; el efecto de supresor se había pasado y tenía que volver a casa.
-Segis, tengo que ir-.
-Vale, con cuidado calvo-.
-Horacio me puedes llevar-.
-Vamos-.
Subimos al Audi donde Horacio se puso a cantar, quería seguirle pero cada vez se sentía peor, tenia demasiado calor y las punzadas eran cada vez peores haciéndole soltar quejidos.
-Ya casi estamos-.
-Si...-.
Se hizo bolita en el asiento.
-¿No has pensado en buscar... ayuda?-.
-No me gusta ir a los bares, la gente ahí es asquerosa-.
-No tiene que ser alguien de un bar-.
-Lo tuyo es del hospital ¿no?-.
-Yo... hace tiempo que no voy con los Ems-.
-¿Por el niño asustado?-.
-No lo llames así, aún con esa cara es adorable... y puede ser, el último celo no me sentí cómodo con la compañía de un Ems, así que lo pase solo, pero no me dejaba sufrir tanto como tú-.
-Joder, duele-.
-Si dejarás de pelear puede que hasta lo pases bien-.
-No-.
-Bien, solo te digo que si te arrepientes, puedes usar mi último regalo de San Valentín-.
-Que hijo de... aún recuerdo cuando me lo entregaste y lo abrí-.
-Fue divertido-.
-No frente a toda la comisaría-.
Horacio estaba muriéndose de la risa mientras recordaba ese momento en el que Gustabo abrió su regalo ante la mirada de toda la malla y se encontró con un dildo, esa había sido una muy buena broma, valió cada porrazo solo por las caras de todo el cuerpo y de su hermano.
Llegaron al piso del Gustabo; este se despidió y bajo del Audi para encaminarse a su departamento.
Haciendo uso de todo su autocontrol llegó a su departamento y cerró la puerta, se tiró en el sofá intentado relajarse para que el dolor se fuera, encendió el televisor para distraerse, buscaba alguna película buena, encontrando solo porquería.
Al final paró en una película cualquiera, ni siquiera prestó atención al título, se puso en el movil, mirando lo que la gente publicaba.
Cada segundo era más complicado distraerse, tenía demasiado calor y su cuerpo estaba tenso.
Cerró los ojos, tratando de concentrarse en algo más o de quedarse dormido, pero contrario a todo su mente se llenó con la canela y el humo de los cigarrillos, poco a poco aparecía la imagen de Conway, son su traje ajustado, camisa blanca y pantalones negros; a su mente venían las varias situaciones en que le había visto, conduciendo el patrulla, negociando con los asaltantes, rabiando contra las personas de comisaría, con la camiseta mojada tras saltar al mar y sobre todo el día de la playa, sin camiseta, vestido de militar.
Terminó recostado en el sofá, con una de sus manos vagando por su cuerpo, intentando recrear las caricias de la noche anterior y los roces que en el pasado habían tenido, pasaba las puntas de sus dedos por su costado hasta la cadera, donde apretaba.
El calor había subido bastante, pero ya no lo consideraba molesto, ignoraba el dolor y solo sentía ansia de más estímulos.
Con la mente algo nublada trato de recordar donde estaba el regalo de Horacio.
Con las piernas como gelatina se puso en pie y rebuscó en la caja de mierdas varias.
Sacó la caja rectangular aún con algunos pedazos de envoltorio.
Lanzó a la mesa de café la carta que nunca abrió y con dificultad rompió los sellos de la caja para sacar el juguete.

Canela y miel por error Where stories live. Discover now