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-Déjeme llevarle a casa Horacio-.
Una vez se separaron del abrazo ambos se miraron por un largo rato, manos entrelazadas y pequeños balanceos por parte de Horacio.
-Joder, deja de hablarme de esa manera-.
Horacio siguió al ruso hacia la salida trasera de comisaría.
-Lo siento, es la costumbre, además en comisaría hay que mantener la comunicación profesional-.
El alfa desbloqueo los seguros de su auto y se dirigió a abrir la puerta a Horacio.
-Vaya mierda, no voy a poder decirte amor, corazón, vida mía-.
El ruso se sonrojó, volteó su cara a otro lado cuando el omega pasó por su lado para subir.
Horacio rió ante la expresión avergonzada del comisario.

Una vez comenzaron el viaje a su edificio habló el ruso.
-Por seguridad de ambos no, no podrá llamarme más que comisario y yo me dirigiré a ti como oficial-.

-Seguridad mis cojones-.

-Hablo en serio Horacio, si saben que... que eres importante para mi, no tardarán en tratar de hacerme daño a través de ti-.
La mirada del comisario se ensombreció ligeramente, y su mano se apretó con más fuerza alrededor del volante.

-¿Volkov?-.
La mano de Horacio viajó hasta el hombro del ruso, esperando que interpretara su tacto como un intento de consolarle.
El alfa se concentró en el calor de la palma de Horacio, ese tacto había sido muy anhelado por el ruso desde que comenzaron a interactuar más, quizá después del primer abrazo que se dieron tras el primer atraco del más joven.

Era casi irreal para el comisario creer que ahora tendría más de ese cariño, más de ese calor y seguridad.
Las comisuras del alfa se curvaron hacia arriba ligeramente y al mirar de reojo a su lado vio al omega de cresta quien parecía resplandecer a la luz de las farolas de las calles y los otro autos que pasaban cerca.

"Estoy jodido"
Reconoció como un cosquilleo de emoción subía por su cuerpo y a la vez como su pecho se presionaba y un nudo se hacía en su garganta.
Estaba feliz, y tenía miedo de eso, de que de nuevo llegara alguien a arrebatarle todo, de volver a sentirse miserable y perdido.

La sonrisa se desvaneció del rostro del ruso, causando que Horacio se preocupara, inhaló el aroma a vodka, sintiendo como su cabeza daba vueltas por la intensidad del olor, por ello era tan complicado descifrar los sentimientos del mayor, requería de un olfato muy especializado; por lo que Horacio, terco como el mismo decidió dar otra inspiración, esta vez, acercándose más al alfa.

El comisario se quedó de piedra al ver a Horacio cada vez más cerca de su cuello, inhalando el vodka que a más de a uno había hecho vomitar.

Un toque frío en su cuello lo hizo casi saltar en su sitio, la punta de la nariz de Horacio estaba contra su piel cálida, en cuestión de segundos su cara se enrojeció y calento.

-Estás...preocupado-.
La voz de Horacio, siendo casi un susurro en su oído le causó un escalofrío.

El alfa abrió la boca para contradecirle, pero el de cresta interrumpió cualquier cosa que el ruso fuera a decir.
-Miedo, usted tiene miedo-.

La mirada de Horacio se clavó por un segundo en sus propias manos; preguntándose cómo podía hacer sentir seguro al mayor, tenía mucha razón acerca del riesgo que corrían ambos como agentes, pero aún así algo dentro suyo le decía que muestras tuviera al otro a su lado todos los problemas se los comerían.

Volkov por su lado no podía parar de recordar a todos las personas que ya había perdido, no quería hacerlo, en su día a día podía contener a su mente de rememorar la lista de rostros que ya solo estaban en su memoria.

Su familia era siempre la primera en tomar lugar en sus pensamientos, y si volvía a pasarle, que Horacio le necesitase y el como siempre fuera muy lento.

¿Y si alguna organización se lo arrebataba como con varios de sus colegas?

-Volkov- llamó Horacio -Volkov-.
Repitió al ver que el comisario seguía con la mirada perdida y las manos apretando con más fuerza de la requerida el volante.
-Víktor-.
Volvió a intentar, esta vez tomando la mano derecha del ruso, quien se orilló incapaz de seguir conduciendo.

Las miradas de ambos se encontraron antes de que Horacio apoyara su otra mano en la mejilla del comisario y se impulsara para chocar sus labios en un pico que más que nada buscaba transmitir lo que Horacio no podía poner en palabras.

Al terminar el beso no retrocedieron, se quedaron a centímetros del otro, Horacio transmitiendo esa seguridad.
-Viktor, esos problemas... son nada para nosotros, juntos nos los comeremos-.

Horacio hizo una pausa para poner en orden sus pensamientos.
-No quiero huir, no más, no si finalmente puedo ser feliz, puedo ser Horacio contigo a mi lado y eso es como un sueño; y no voy a dejar que nadie me lo quite, ya no, ya me toca ser feliz y a usted también-.

Volkov se mantuvo en silencio contemplando el momento y como, quizá, Horacio tenía razón, era su momento de ser feliz.

-¿Que me ha hecho?-.
Soltó volkov en un suspiro antes de atrapar los labios de Horacio nuevamente, esta vez en un beso con algo más de intensidad.

El camino al departamento fue mucho más tranquilo, aún no del claro de dudas, pero al menos seguros de que ambos se querían tanto como para hacerle frente a la vida.

Al estacionar el ruso se apresuró a abrirle la puerta a Horacio, quien sin dudarlo tomó la mano del peli-plata para caminar hacia la entrada del edificio.

La cercanía le permitía al rudo escuchar los tarareos alegres pero suaves del omega.

Volkov acompañó a Horacio hasta la puerta de su piso, donde ambos se detuvieron por varios segundos para mirarse, casi como si no se creyeran que estaban viviendo lo que tanto habían fantaseado.
Como si el día hubiera sido un sueño, volkov temía que al separase de Horacio el encanto se acabara y volviera a despertar en su departamento vacío y solo, alejado de su omega.

Ninguno quería despedirse realmente, pero se empezaban a ver muy tontos de pie ahí en medio del pasillo, por lo que Volkov tomó la iniciativa de darle un beso de despedida a Horacio.
El de cresta lo respondió, pasando sus brazos por el cuello del comisario y muy discretamente, según él, dejando algo de su aroma impregnado en la camisa del alfa.

Al separarse el omega sonrió antes de agitar su mano para despedirse.
-Descansa Volkov-.
-Descansa Horacio-.
Respondió antes de que este abriera la puerta e ingresara a su casa.

Cerró la puerta y se quedó congelado en medio del pasillo de entrada, escuchó a lo lejos el ascensor timbrar antes de darse media vuelta de manera mecánica y como si fuera un proyectil el cual acababan de disparar corrió hasta su sala, saltó y se dejó caer en su sofa, se sentía como en la más melosa película romántica, abrazo uno de los almohadones que decoraban su sala y trató se reprimir en él el grito de completa felicidad.

Sentía una calidez recorrer su cuerpo de arriba a abajo, como tomar un chocolate caliente con bombones en invierno, con el azúcar haciéndole sentir que podía correr un maratón completo.
Aún acostado en su espalda y apretando con fuerza la almohada agitó sus piernas al aire y soltó varias risitas tontas, sus mejillas ya dolían de lo mucho y lo amplio que sonreía y en el apartamento flotaba el aroma cítrico y floral que denotaba su completo gozo.

La noche se le pasó en una combinación entre imaginar escenarios románticos y fantasiosos con él alfa ruso, y un constante baile de celebración por todo su departamento, si Gustabo estuviera ahí seguramente andarían por los Santos bebiendo, festejando y haciendo de las suyas.
Pero se conformaba con la magia del día de hoy.

Canela y miel por error Where stories live. Discover now