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Tras diez minutos de escuchar quejas y movimientos al otro lado de la puerta, finalmente el castaño le dio permiso de entrar.

-Me queda gigantesco-.
-Bueno, soy más alto y más musculoso que tu-.
Ivanov tomó el botiquín, sacó un spray desinfectante, una bolsa de algodones y dejó el pote de crema desinflamatoria fuera antes de sentarse en la cama junto a Segismundo, quien tenía una mueca torcida mientras imitaba al mayor.
-Más alto e imbecil que tú-.
Dijo Segismundo en un tono infantil.

-Corre las mangas para limpiar las heridas de los brazos-.
El menor siguió la instrucción y una vez las mangas de la sudadera estaba arremangadas hasta sus codos extendió sus brazos hacia el alfa.

Con paciencia pasó el algodón por las raspaduras que había en las palmas de Segis, dándose un tiempo para soplar en donde el líquido era aplicado; pasó a las heridas de los antebrazos del omega quien comenzaba a cabecear por el cansancio.

Termino la zona de los brazos y decidió pasar al cuerpo.
-Levántate la sudadera, a ver qué santo desastre me llevas en el torso-.

Segis tomó el borde de la sudadera oscura y lo enrolló hasta dejar su torso expuesto, había una barbaridad de moretones y su espalda había sido atacada por las ramas dejándola como si hubiese peleado con una familia de gatos entera.

El castaño dio un salto en su lugar cuando el algodón húmedo y frío tocó la piel cálida de su pecho, limpiando las finas líneas que cruzaban de la parte delantera.

-Vale, ya esta está parte, no puedo hacer mucho por los moratones-.
Ivanov tiro el segundo puñado de algodones antes de sacar un par de gasas para continuar con la espalda del menor.

Antes de ponerse a ello, metió la mano en su bolsa y sacó la barrita de cereales y chocolate, la entregó al omega que dormitaba, quien en segundos la abrió y comenzó a comer alegremente.
-Gracias, tío me moría de hambre-.

Ivanov suspiró antes de verter más líquido en las gasas y colocarse detrás del castaño.
Comenzó con las heridas superficiales, llevando con mucho cuidado y haciendo pausas cada que Segismundo se quejaba o removía.

Fue un proceso lento, era ya entrada la madrugada cuando finalmente Ivanov dejó al omega, había revisado al menos tres veces en busca de más heridas, vendo las muñecas del castaño para evitar que se agravaran los tirones en estas y preguntó al menos diez veces si le dolía algo más.

-Estoy bien, no ha sido para tanto la caída-.
Segismundo arrastraba la palabras, tirado como una estrella en la cama del alfa, quería dormir, pero el policía no paraba de emitir ese aroma de preocupación.
"Que no me voy a morir por un pequeño resbalón en el monte, alfa imbecil"

-Bien ¿quieres que prepare algo para cenar?-.
Era como un instinto mayor, instalado en su pecho; uno que le decía que debía asegurarse de que el castaño que descansaba en su cama, estuviera bien, cómodo y sano.
-Quiero dormir-.
-Vale, me piro al sofá-.

El mayor salió de la habitación para ir a la sala, se tiró en su sofá y encendió el televisor con un volumen moderado.

Por otro lado Segismundo, muy dentro suyo había una parte que esperaba que el alfa se quedara con el, que le abrazara y cubriera con su aroma a chocolate; pero de manera realista, estaba claro que no podría dormir con Ivanov en la misma cama sin morir  de los nervios.
Aún así el omega se conformaba con haberse cubierto hasta la nariz con la manta que tenía impregnada el aroma del policía y con abrazar fuertemente una de las almohadas que había en la cama, no tardó mucho en quedarse dormido.

Y por una vez en un largo tiempo, durmió sin pesadillas y recuerdos atormentándole.

Canela y miel por error Where stories live. Discover now