—¿Segura era un perro? —preguntó Hunter, viendo a los lados.

Mi boca se movió para formar una respuesta, sin embargo, no ocurrió.

—Será mejor que nos apuremos.

Más aturdida que confundida, le dije a Hunter:

—Está bien.

Cuando entramos, Hanna y Cliff  ya nos estaban esperando.

Ellos eran pareja mucho antes de que Hunter y yo lo fuéramos también. Aun así, Hanna se convirtió en mi mejor amiga, casi como mi hermana. Cliff, por otra parte, se convirtió en el mejor amigo de Hunter.

Los cuatro nos volvimos inseparables.

—Me estaba preocupando. Creí que no vendrían —se levantaron de sus sillas e intercambiamos un rápido saludo, como era habitual en nosotros. Nos sentamos y dejé sobre la mesa mi mochila, no pesaba, desde luego, pero en verdad quería liberarme de ella en cuanto antes.

—Tonterías. Más vale tarde que nunca —dijo Hunter, haciendo un gesto filosófico.

—Miranda nos contó lo de tu ojo. ¿Cómo te sientes? —preguntó Hanna. Su cabello rojizo estaba recogido en una coleta que descansaba sobre uno de sus hombros—. ¿Hay mejora, al menos?

Estiré el brazo y tomé una de las manos de Hunter y le di un ligero apretón, como diciendo que confiara en nosotros.

—Se podría decir que sí. ¿Ustedes todavía notan el dorado o solo es producto de mi imaginación? —repuso Hunter, sacándose los lentes.

Hanna y Cliff se inclinaron hacia adelante, yo no me moví de mi lugar.

—Se ve… normal —dijo mi amiga, pero su rostro no reflejaba ninguna emoción.

—¿Qué tal tu noche? —preguntó Cliff, enarcando una ceja. Su cabello castaño lo traía corto esa mañana. Sus ojos oscuros se mostraban preocupados.

Hunter se cruzó de brazos.

—Pasable. Las gotas ayudan, igual que las pastillas. Lo malo es cuando empieza el dolor de cabeza. Se vuelve imparable —comentó, torciendo el gesto.

—¿En serio?

Hunter asintió, colocándose de nuevo sus lentes. Advertí que su mirada se volvió triste y sus ojos bicolores ausentes.

Sentía la superficie del sillón muy fría, como si hubiese sido expuesta a las temperaturas bajas de la noche anterior y las volvieron a posicionaron previo al horario de apertura de la inmensa biblioteca.

Cada rincón del complejo era antiguo, algunas paredes habían sido reparadas debido a la humedad en temporadas de fuertes lluvias, una parte del techo había sido arrancado y en su lugar dejaron una enorme cúpula de cristal que dejaba entrar luz natural.

Lo demás mantenía su estado original, casi como la fecha en la que las primeras familias se instalaron en Hillertown.

—¿Empezamos? —Hunter llenó sus pulmones de aire.

—¿Cómo vamos a trabajar? —inquirió Hanna, sacando sus cosas. Yo traté de imitarla, pero mis manos eran torpes y me costó mantener una coordinación más o menos decente.

—La investigación es en parejas —aclaró Cliff, como si tuviéramos problemas con la memoria.

—Lo sabemos, Albert Einstein. Pero, nos dividiremos los temas para redactar lo más pronto posible los ensayos —explicó Hunter.

—De acuerdo. Entonces tú y yo buscaremos en qué consistió la Época Colonial —dijo Cliff, haciendo gestos con sus manos—. Miranda, tú y Hanna se encargarán de buscar todo lo que tenga que ver con ciencia y tecnología durante la Época Colonial —asintió en nuestra dirección—. Un par de libros nos serán de ayuda. Lean todo lo que crean necesario y, cuando terminen, escriban las ideas más rescatables.

—Está bien. Hagámoslo.

Los chicos se internaron en los distintos estantes que estaban dispuestos en aquella sección.

La cantidad de libros en ellos era impresionante, incluso había tomos gruesos y otros delgados. Hanna y yo seguimos nuestra ruta, de acuerdo al orden alfabético, leyendo en voz baja los títulos de cada libro, en busca de una que tenga Época Colonial impresa en la portada.

Luego de media hora sin tener éxito, Hanna dejó escapar un suspiro.

—¿Por qué no buscamos en internet? Sería más fácil —masculló entre dientes—. Me rindo, en serio. Y lo peor es que apenas hemos encontrado un libro.

—Dos libros, de hecho —respondí, mostrándole mi flamante y tan esperado hallazgo. Lo que sostenía era una edición reciente de tapa dura.

—¡Bravo! ¿Crees que bastará con eso?

—Los chicos lo entenderán, supongo.

—¿Nos podemos ir ya? No soporto este lugar —colocó un ejemplar antiguo de nuevo en su sitio, haciendo un gesto de disgusto—. Tiene un olor feo. ¿No lo percibes?

Me giré hacia ella.

—A mí me agrada, en realidad. Su olor es una peculiaridad que tiene el poder de relajarme.

—Es normal, dado que a ti te agrada cualquier cosa —bromeó ella.

—Deberías hacer lo mismo —mustié.

Ella rio entre dientes.

La asíntota del mal [#1] - ✔Where stories live. Discover now