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Odiaba abrir los ojos y saber que estaba en el suelo, otra vez.

Por ese motivo decidí, completamente enardecida, que esa misma mañana echaría todas mis pinturas a la basura, mis pinceles, fajo de hojas y plumones, porque las estaba desperdiciando en un dibujo que no era muy bueno.

Me puse de pie sin ganas, tomé un trapo y limpié la pintura verde en la pared.

Seguía sin tener una forma concreta, porque parecía un paisaje: típicas montañas, rio, ramas de árboles a los lados, vegetación y sin embargo, los colores se mezclaban y hacían ver el dibujo como el trazo hecho por un inocente niño de tres años.

Y no sabía por qué veía un paisaje, en primer lugar.

Tal vez mis años como artista aficionada mejoraron mi capacidad de ver las cosas de una manera distinta.

Terminado ese asunto, metí todos mis materiales en una bolsa grande y la llevé al basurero, lo malo es que el camión de la basura pasaba los lunes y viernes, así que tenía que esperar un día entero para que se lo llevaran definidamente.

Solo esperaba no caminar entre sueños, tomar las pinturas y volver a hacer el dibujo.

Era domingo, me recordé, pero la visita con los abuelos fue ayer, por lo que tendría que esperar otra semana para poder verlos nuevamente.

Recogí el resto de mis cosas esparcidas en el suelo y me di una ducha.

Mientras me bañaba, tardé en darme cuenta que no sufría de esquizofrenia o un transmonto auditivo delicado, porque las voces no provenían de mi cabeza, sino de toda la gente de Hillertown.

Por algún extraño motivo, mi mente captaba las frecuencias y transmitía, en residuos insignificantes, las diferentes señales que emitían los pensamientos de las personas a través de aquellos horribles y desagradables mensajes.

Lo sabía porque realicé un experimento ayer, justo cuando mamá, papá y yo nos dirigíamos a la ciudad.

Desde que nos subimos al auto y emprendimos la marcha, en mi cabeza reventaban pequeñas e incontables burbujas y cada una de ellas eran las voces de los habitantes de Hillertown; se unían en un solo sermón, ganando intensidad a medida que avanzábamos.

(Podemos acabar con tu dolor).

—No estoy sufriendo —mascullé en voz baja, sintiendo el continuo movimiento del auto.

(Sabemos qué hacer contigo).

No era verdad, no sabían nada de mí, de mi familia o aquellos que me importaban. Cerré los ojos y traté de canalizar mis pensamientos en la raíz de las voces, aunque estas emergían en varios puntos al mismo tiempo.

(No te resistas más).

—Resistiré todo lo que pueda —afirmé, apretando los dientes.

Sentía que las palabras se expandían en mi cráneo, era doloroso y el mareo se volvió incesante e incluso duraba más de lo que quería. En ocasiones creía que el mundo parecía abrirse y revelarse ante mis ojos.

(Él espera grandes cosas de ti).

Mi corazón latía con intensidad, marcando en mi pecho una respiración irregular, cargada de miedo y tensión. El interior del auto estaba silencioso y el ruido de los neumáticos me anclaba a la realidad, además, mamá me miraba disimuladamente en ese momento, mientras que papá parecía concentrar la atención en un punto muerto en la carretera.

(¿No es lo que quieres?).

—No, yo no quise nada de esto. Me arrepiento, pero es demasiado tarde —indiqué, empezando a llorar.

(Hemos de cumplir su voluntad).

—Resistiré todo lo que pueda —repetí sin convicción.

(Cumplir su voluntad).

(Su voluntad).

(Su).

Hubo un sonido de estática que retumbó en mis oídos, asumí que se trataba de un corte brusco y temporal entre los habitantes y yo, porque cuando dejamos atrás la frontera del pueblo e iniciaba la solitaria carretera, las voces perdían terreno y finalmente se apagaron.

El ambiente dentro del apartamento de mis tíos era poco prometedor.

Dante y el tío Lester no estaban, ya que ambos tuvieron que asistir al hospital de la ciudad a resolver un asunto con respecto a la salud del abuelo Brad, que sufría dolor en las articulaciones y le costaba respirar.

Tia Sienna, en compañía de mamá y papá fueron los siguientes en ir, porque los horarios de visitas eran estrictos y no permitían que los familiares estuvieran mucho tiempo con los pacientes.

Por eso Holly, la abuela Blythe y yo nos quedamos en casa, esperando.

—¿Crees que se recupere? —preguntó Holly, su voz sonaba apagada.

—Esperemos que sí —dije.

La abuela no había querido salir de su habitación, mencionó que se sentía cansada y quería estar sola. No obstante, mi prima y yo decidimos permanecer en la habitación contigua, en caso de que se produjera alguna emergencia.

—Me siento mal por él y por la abuela, no me gusta verlos así —admitió Holly, dando vueltas en la habitación.

Me aproximé a ella y tomé sus manos, diciendo:

—También yo, pero se van a recuperar, ya verás.

Los labios de Holly titubearon un momento, pero logró sonreír.

—Cuéntame más de Hunter —sugirió ella.

Suspiré, deseando cambiar de tema.

Sin embargo, concía bien a Holly y sabía que ella haría cualquier cosa con tal de sacarme información, así que no tuve otra alternativa que ceder.

—Se volvió muy controlador —le expliqué—, quiere saber todo lo que hago. Incluso ahora, que no ha dejado de llamarme y enviarme mensaje —le mostré la pantalla de mi teléfono, en forma de evidencia.

Holly hizo una mueca de repulsión.

—Eso es aterrador, Miranda. ¿Qué vas a hacer? —murmuró ella.

—Mamá sugirió que lo dejara, asegurando que no era sano lo que Hunter estaba haciendo conmigo. Papá estuvo de acuerdo y comentó que ningún hombre tenía el derecho de controlarme y hacer con mi libertad lo que le plazca.

Holly asintió con la cabeza, su expresión reflejaba seriedad.

—Es la mecha que podría desatar una gran explosión —declaró ella.

Reflexioné lo que me estaban diciendo.

No había pensado nada de eso, porque el resto de mis problemas me tenía abrumada y las voces no me permitían tener mayor claridad de mi entorno, especialmente en mi casa. Quizá la mecha ya estaba encendida.

Solo tenía que esperar la explosión.

Y luego la destrucción que habría después.

—No te quedes callada, Miranda —repuso Holly—. Eres una chica independiente y es cierto que necesitas ser orientada, pero tus propias decisiones las tomas tú. La familia es únicamente tu apoyo.

Admití que Holly tenía razón.

Por eso, unos días más tarde, libre de cualquier sospecha, decidí buscar respuestas.

Y sabía dónde acudir.

Campo Aranzu era una zona marginal muy amplia, repleta de casas multicolores, de varios niveles e incluso algunas construcciones eran modernas que se insinuaban en los límites de las otras. Además, el lugar era conocido por ser de los pocos sitios donde la gente, aunque fuese domingo, no se atrevía a salir de sus hogares.

Mientras avanzaba, el murmullo de las personas en sus casas era atrapado por las gruesas paredes que me rodeaban.

Llegué a creer que alguien me vigilaba, en este caso, eran las voces.

La asíntota del mal [#1] - ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora