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—¿Qué pasaría si miro directo al sol? —preguntó Hunter.

Arrugué la frente, confusa.

—Ya te lo he dicho hoy en la mañana, bobo —respondí con suavidad—, te quedarás ciego casi al instante. Además, tus ojos no poseen sensores que detecten el dolor —Hunter me miró sonriendo—. Significa que no sabrás que el daño ya está hecho. De un momento a otro, no verás nada, prácticamente.

Me estremecí de solo pensarlo.

Estábamos en el parque Denver, a punto de presenciar el eclipse solar.

Luego de dejar atrás las instalaciones del Colegio Bryn, nos tomó al menos unos diez minutos en llegar y era evidente la alta concentración de personas: unas estaban el pasto, probablemente eran familias, usando anteojos espaciales, murmurando y riendo. Otras personas estaban bajo carpas improvisadas y apuntaban sus celulares al cielo, sacando fotos y videos; incluso había parejas y gente en solitario debajo de los numerosos árboles ubicados en el parque.

Incluidos nosotros.

Del otro lado estaba el arroyo Caraval: una pequeña corriente de agua limpia y superficial que se desplazaba tranquilamente bajo un sonido quieto y suave.

Mamá y papá sabían dónde estaba, con quién y lo que haría. Cliff y Hanna, nuestros amigos, se habían negado en venir con nosotros. Intenté convencerlos, pero no funcionó.

Insistir no era lo mío, claro está.

Hunter y yo nos colocamos los lentes y esperamos.

Era raro presenciar un eclipse total, porque una sincronización de la luna con la lineación del sol, visto desde la tierra, no ocurría a menudo. En ese instante, me sentía algo inquieta y a la vez muy emocionada.

—Hay que tomarnos una foto —sugirió Hunter.

Acepté de inmediato.

Sacó su cámara y buscamos una posición adecuada para la foto. Capturó imágenes en diferentes ángulos, algunas muy divertidas que otras y al terminar, borramos aquellas que salían borrosas o simplemente no nos gustaban.

—Te ves preciosa —comentó él.

—Y tú muy guapo.

Guardó la cámara y se acomodó sobre el pasto, tarareando tranquilamente una canción que no pude reconocer.

—¡Mira! —exclamó Hunter, su tono era divertido. Se puso derecho y me sostuvo una mano—. Creo que ya empezó.

Y tenía razón.

Varias personas ahogaron gritos y otras empezaron a aplaudir de forma ruidosa; nosotros, al igual que el resto, observamos la transición del fenómeno. Fue extraño y hermoso notar que la luz solar cedía espacio a la oscuridad durante los minutos que duraba el eclipse. 

—Es increíble, me encanta—manifesté, sonriendo—. No sé cómo es que Hanna y Cliff se perdieran de algo así…

Miré a Hunter, dichosa de tenerlo cerca. Su cabello oscuro era un contraste perfecto para la ocasión, su piel aceitunada relucía de una manera atractiva; no podía evitar admirar el contorno de su rostro redondo, su nariz pequeña y la textura suave de sus labios delgados.

Hunter apretó un poco mi mano.

Torcí el gesto, reparando en su fuerza y dije:

—Hagas lo que hagas, no mires.

—¡Tonterías! No estoy usando un telescopio —Hunter me soltó de improviso.

Se quitó los lentes y avanzó, gateando como un bebé de dos años. Quise detenerlo, pero él fue más rápido. Buscó un espacio entre las hojas y las ramas del árbol donde estábamos y miró.

La asíntota del mal [#1] - ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora