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Hoy habría sido mi tercer aniversario de noviazgo con Hunter.

Y lo celebré, despertando en el suelo nuevamente, rodeada de materiales de pintura, restos de hojas arrugadas esparcidas en todas partes y el reloj de Hunter descansando con delicadeza entre mis manos.

Abrí los ojos lentamente y dejé que se adoptaran a la penumbra que me envolvía. Me hice de lado y empecé a llorar de manera desconsolada. Mis hombros se sacudían por mis sollozos y sentía el ardor a través de mis ojos.

Cada parte de mis articulaciones me pesaba como un saco lleno de piedras, pero traté de ignorar la sensación de dolor que me acobijaba. 

Tras unos minutos, por fin pude arrodillarme en medio del desastre y saqué con cuidado la carta, la cual pensaba entregársela a Hunter en un acto solmene frente a su tumba. Sin embargo, no atrevía a hacerlo.

Pasé toda la noche escribiendo la carta; no era larga ni muy concisa, no obstante, estaba cargada de elegantes sentimientos y fue el medio que me ayudó a liberar aquellas emociones que me estaban consumiendo y no sabía dónde guardarlas, porque el espacio dentro de mí ya no era suficiente.

Intenté buscar respuestas, las exigía y, como era de esperarse, no obtenía nada.

Hunter, mi Hunter ya no estaba conmigo.

Dolía, dolía demasiado su ausencia y no sabía cómo reparar el vacío que había dejado en mí, en su familia y sus amigos. Tal vez ese era su destino, como el mío que consistía en empezar desde cero, bajo un cimiento repleto de crueldad. Lo sabía, porque cualquier persona era capaz de suprimir sus sentimientos incluso sus pensamientos más íntimos para el bien de los demás.

Por diversos que fueran los motivos, ocultar un sin fin de secretos a veces era la mejor alternativa.

Levantando la mirada al techo, aún de rodillas, cerré los ojos y empecé a llorar.

—Te quiero, Hunter Armentrout —susurré y no me importó que nadie me oyera decir cada palabra, porque necesitaba dejarlas salir o pronto me ahogaría con ellas. Tomé la carta, lentamente y llena de nerviosismo, la estreché en mi pecho., junto a mi corazón—. Feliz tercer aniversario, Hunter… espero que, donde quiera que estés, te encuentres bien.

Tuve que usar una mano para sofocar mi llanto.

Gruesas lágrimas se deslizaban por mi mejilla y caían silenciosamente en el suelo.

—Me cuesta trabajo no pensar en ti, en el futuro que tanto habíamos soñado y nos faltaba poco para que se hiciera realidad; soy incapaz de borrar los momentos que pasamos en casa, en el colegio, en los lugares que visitamos y dejaron huella en nosotros, Hunter —seguí diciendo de forma entrecortada—. ¿Cómo lo haré? ¿Con quién tendría que acudir? ¿Hasta qué punto era mi angustia capaz de torturarme?

Estaba temblando e inclinándome hacia adelante, me aferré a la carta y sentí un dolor punzando en las partes más vulnerables de mi cuerpo.

—Fuiste una pieza importante clavada en mi alma y ahora duele tener que sacarte, pues el espacio que queda en mí, en algún momento alguien lo reemplazará…

«Pensé que eras la persona indicada para mí».

Doblé la carta en dos, luego entre y la rompí en trozos pequeños.

«Pensé que estarías conmigo al final de nuestros días».

Tomé con furia los fragmentos y las arrojé, lejos de mi visión.

«Pensé que acompañarías en el camino hacia la eternidad y no fue así».

A tientas avancé, arrastrándome sobre el piso, hacia el interruptor y encendí la luz que bañó toda mi habitación al instante. El desorden no me sorprendió ni me alarmó, porque sabía lo que había hecho y motivos me sobraban para no sentirme mal por mis acciones.

La asíntota del mal [#1] - ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora