1708: Oscuros favores

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Los habitantes de Dorfstern habían acusado a la pareja Brown de la práctica de las artes oscuras.

Al principio creían que se trataba de un malentendido, ya que ellos llevaban años viviendo en armonía, eran gente humilde y muy trabajadora, aunque después varias personas aseguraron que Roland y Suzanne gozaban de conocimientos que iban más allá de lo normal.

Decían los rumores en todo el pueblo que ambos podían manipular todo tipo de materiales del entorno, hablar con la naturaleza, atraer la buena suerte, curar diferentes males usando magia y mejorar las cosechas.

No querían respuestas. Por eso, para darle fin al asunto, alguien organizó al pueblo y juntos, improvisaron antorchas y armas artesanales, emprendieron la marcha, mientras el sol se ocultaba y la oscuridad se asomaba ya en el horizonte.

Más adelante, a nada de llegar a su destino, había una casa.

La parte exterior de la vivienda lucía añeja y daba la impresión de no estar habitada en años. Tenía poco mantenimiento y las paredes parecían caerse a pedazos con el mal tiempo. El techo de madera malgastado necesitaba un cambio urgente, ya que se podía ver parte del ático a poca distancia.

El camino de tierra que la gente estaba siguiendo se volvía muy estrecho y difícil se seguir; el aire levantaba polvo y eso a algunos les provocaba aun leve malestar en la nariz. No muy lejos, gracias a las antorchas que estaban usando como fuente de luz, notaron que había un espacio verde y bastante accesible.

Se separaron por grupos y rodearon la casa.

Roland y Suzanne Brown miraban por la ventana el motín que se acercaba.

—¿Qué estarán tramando? —preguntó ella.

Roland sintió un pinchazo de miedo en el pecho.

—Nada bueno —dijo él.

—¿Qué haremos?

—Tienes que escapar, ahora —susurró Roland—. Si te quedas…

—Claro que me quedaré —aseguró Suzanne.

—No, no puedes —concluyó Roland, viendo a su mujer con aprensión—. Y hagas lo que hagas, si escuchas voces o gritos, no te acerques. Corre y ocúltate, ¿está bien?

Ella negó con la cabeza, empezando a llorar.

—¡Vete, Suzanne! ¡Tienes que hacerlo!

—¡No! ¡Prometí que me quedaría contigo! —ladró ella.

Sin decir nada más, se alejó de él, en dirección a la pequeña cocina. Roland miró en direcciones opuestas varias veces, preguntándose si debía razonar con Suzanne o con la multitud enfurecida.

Así que, sin que ella lo notara, optó por llevar a cabo la segunda opción.

Inmersos en la penumbra, las personas armadas con antorchas e improvisadas armas, acorralaron a los Brown.

—¡Salgan de ahí, brujos! —gritó alguien. Roland reconoció su voz, era Jack, el hombre que vendía ardillas que cazaba en el bosque.

—¡No los queremos más en Dorfstern!

Hubo más gritos de conformidad.

—¡Los mataremos si no se van!

Roland, jadeando, creyó que los detendría manteniendo una conversación animada con ellos. Sin embargo, de pie frente a la puerta abierta, advirtió que el movimiento de las flamas creaba sombras; estas parecían tener vida propia y danzaban en aquella vertiginosa hostilidad recorriendo en el ambiente.

La asíntota del mal [#1] - ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora