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—¿Y bien? —insistió la profesora—. Sigo esperando, chicos.

Debía aceptar que había situaciones profesionales (no alarmantes) las cuales no estaba preparada para enfrentarme. Y me decía constantemente que ser maestro no consistía solamente en educar, formar, instruir y guiar a los niños, jóvenes o adultos hasta encontrar en ellos la profesión que les sentaba perfectamente.

Ser maestro, reunía las otras profesiones en una sola persona y debían actuar como lo haría un psicólogo, un terapeuta, un músico incluso de médico. El colegio era una segunda casa y al momento de convivir e interactuar en un mismo sitio, los otros se convertían en un segundo padre o una madre y en una nueva familia.

Tan importante como la primera.

Y debían ayudarse mutuamente lo mejor que podían.

Alguien levantó la mano y emitió su respuesta, aunque parecía vacilar, ya que rebuscaba palabras y luego se quedó callado.

—Esa es la idea más o menos formulada, aunque falta un dato importante que vuelve la respuesta en información muy valiosa. ¿Alguien sabe qué es?

De inmediato una compañera expresó lo que tenía en mente y recibió el gesto de asentimiento de la profesora. Luego, otro hizo una opinión, la cual fue bien recibida.

Me dije a mi misma que debía participar, como lo haría Hunter si estuviera presente, pues él se destacaba en eso. Sin embargo, una de mis mayores ventajas, consistía en ser independiente, pero admitía que su ausencia me resultaba triste y pesada.

Necesitaba a Hunter cerca, observar lo que hacía y el avance que tenía. Y me reconfortaba saber que su inteligencia seguiría intacta y que tal vez su familia estaba trabajando arduamente en su recuperación.

Sonó el timbre y eso alegró a todos, incluso a mí.

Mis compañeros empacaron sus cosas, acomodaron los escritorios, recogieron la basura y de un momento a otro, ya estaban vaciando la clase entusiasmo de sobra. Yo, sin embargo, me tomé mi tiempo y dejé que la tensión atrapada en mi cuerpo me soltara.

Eso significaba que, hasta ese instante, todo iba bien.

Hanna y Cliff, tras insistirles como una chica devastada, me esperaron y juntos abandonamos el salón, dispuestos a ir conmigo de compras.

Solo que seguía indecisa con respecto al regalo.

—Podrías regalarle un viaje al otro extremo del país, con los gastos pagados —bromeó Cliff.

—No empieces, ¿quieres? —espetó Hanna.

Le sonreí a mi amiga en señal de gratitud.

—Una caja de chocolates definitivamente queda descartado —repuso Hanna—. Y un ramo de flores… creo que eso estaría bien para otra ocasión.

—Lo importante es que no llegue con las manos vacías —respondí, tras no decir nada durante varios minutos.

Cliff emitió un chasquido con los dedos y dijo:

—Cómprale un par de lentes nuevos.

—Mejor… deja que Miranda y yo nos encarguemos de las ideas, ¿de acuerdo?

Despreocupado, Cliff encogió los hombros y siguió andando.

Doblamos hacia la derecha, transitando por la ajetreada 5ª calle, repleto de negocios y casas de varios niveles que se alzaban a varios metros de altura. Era notorio el ruido de autos y otros medios de transporte que cruzaban de un lado a otro, también música y voces que brotaban de alguna parte.

La asíntota del mal [#1] - ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora