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Cliff, Hanna y yo intentamos, sin mucho éxito, olvidar lo que había sucedido en casa de los Armentrout. Aunque, claro, era inevitable recordar constantemente cada palabra, era como la música menos pegajosa porque seguía ahí, en nuestras mentes, haciendo escándalo.

Lamenté que el regalo de Hunter terminara guardado en mi armario, que consistía en set de pinceles, una paleta mediana de colores para mezcla, un juego de pintura de aceite y manojo de hojas útiles para dibujar.

Mis amigos sugirieron que devolviera todo y pidiera un reembolso, pero no accedí, porque era una cuestión subjetiva y creí que quizá algún día Hunter recibiría él mismo el obsequio que compré con mi propio dinero, que ahorré siendo mesera en el restaurante donde mamá trabaja como repostera.

No era todos los fines de semana, claro, en ocasiones mamá me pedía que trabajara cuando alguien del restaurante faltaba por motivos personales. El dinero que ganaba lo guardaba y lo usaba cuando era necesario; el resto de mis gastos del colegio corría, hasta ahora, por cuenta de mis padres.

Así pues, para olvidar mi aflicción, papá me llevó el fin de semana a visitar a mis abuelos. Ellos vivían con la tía Sienna y el tío Lester, en un apartamento propio ubicado en Privenside, en la ciudad de Chestown.

Mis primos, Date y Holly, nos llevábamos muy bien. Compartimos momentos encantadores, porque el lugar era amplio y pacífico pero, por más que lo intenté, el ruido frenético de mis problemas se paseaba libremente en mis pensamientos y disfrutaba atormentarme.

—¿Te sientes bien, querida? —preguntó mi abuela.

Asentí en su dirección, sintiéndome desorientada.

—Estoy perfectamente, abuela Blythe  —respondí sin convicción.

Mi abuela, con su familiar sonido de inconformidad, negó con la cabeza.

—Me estás ocultando algo —fue lo que me había dicho—, y no sé si sea algo bueno o malo. Si necesitas considerarlo con alguien, sabes que cuentas conmigo y tu abuelo, ¿de acuerdo?

A pesar de su avanzada edad, las arrugas en su rostro apenas se atrevían a dejar marca, sus ojos marrones estudiaron mi reacción y sentía que cada parte de ella examinaba mis torpes movimientos.

—Es verdad —corroboró mi abuelo—, nadie merece hundirse en un mar de tragedias estando solo.

—Muchas gracias, abuelo Brad.

—¿Cómo va todo con Hunter?  —Holly me sonrió con amabilidad. Ellos no estaban enterados del asunto y como no quería preocuparlos más de la cuenta, usé esa desinformación a mi favor.

—Bien, más que bien. Pero últimamente hemos estado muy estresados por tantas tareas que nos dejan en el colegio —musité.

—Lo lamento, Miranda.

Dante, mi primo, me dedicó una sonrisa tranquilizadora.

—¿Podemos ayudarte en algo?

—Tú pide lo que sea, recuerda que cuentas con nuestro apoyo —intervino Holly.

—No se preocupen. Además, es el último año que curso —comenté.

La alegría no cabía en el pecho de mi abuelo.

—Te deseo mucha suerte, querida.

—Se los agradezco bastante —respondí de vuelta, dándoles un abrazo cálido a todos por igual.

Pero, todo empeoró.

Le enviaba muchos mensajes a Hunter, pero no recibía una respuesta. En las mañanas, al levantarme, reenviaba el mismo texto, incluso durante las clases y tiempo libre, lo repetía sin cansarme. Por las tardes realizaba varias llamadas, sin embargo, como era de suponerse, eran rechazadas una y otra vez.

La asíntota del mal [#1] - ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora