XV - Morbius (Pt.2)

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—Bueno, vamos —dijo revoloteando hacia las escaleras— ¡Apresura el paso! ¡Si tenemos suerte puede que hallemos la sala vacía!

Ereas obedeció sin dudarlo, comenzando a subir las escaleras a toda prisa, estaba cansado, hambriento, sudoroso, pero sabía que valdría la pena, lo presentía, debía valerlo. A cada instante sentía que resbalaba, sus piernas ardían y su garganta pedía agua con desesperación, pero no había llegado tan lejos para desfallecer allí, no cuando estaba tan cerca. De camino hallaron varias otras puertas de metal con las mismas características de la primera, seguramente todas llevaban a distintos lugares del castillo. El antiguo rey de Morbius se había asegurado de proveerse varias vías de escape en caso de peligro y había tenido justa razón, en esas primeras épocas, cuando los primero reinos recién comenzaban a alzarse, las guerras y traiciones eran cosa común y los caminos secretos siempre eran útiles en caso de emergencia. Después de todo ¿De qué te servía un castillo si estabas muerto? siempre era bueno tener alguna carta bajo la manga cuando las circunstancias lo requerían.

Tras varios minutos de fatigosas escaleras finalmente llegó a la última puerta, ya estaba prácticamente dentro del castillo y una secreta puerta en caracol lo había dejado justo tras el salón del trono. Tinky le dijo que esperara, desapareció súbitamente unos minutos y volvió como de costumbre.

—¡Estamos de suerte! —sonrió contenta— ¡La sala del trono está vacía! Tu ceñidor y tu espada siguen allí ¡Pero habrá que ser rápidos, el mago no debe estar lejos! —advirtió.

Ereas suspiró asustado, adrenalínico, nunca antes había hecho algo como aquello, no obstante, también estaba más decidido que nunca.

—¿Cómo lo hacemos? —preguntó nervioso.

—Delante de esta puerta hay una estatua —dijo señalando la entrada— ¡Tendrás que empujar muy fuerte porque el pasadizo fue echo para abrirse desde adentro! ¡Una vez que logres moverlo lo suficiente entraras directo al trono, tomas el ceñidor y la espada y nos marchamos por las escaleras directo a las mazmorras!

Ereas pareció obedecer de inmediato, pero Tinky lo retuvo.

—¡Antes! —añadió seriamente— Prométeme que solo sacarás la espada y el ceñidor ¡Nada más! No te distraerás, ni pedirás, ni intentarás nada que no sea lo que hemos venido a hacer —advirtió.

—¡Lo prometo! —dijo Ereas muy seguro. Quería terminar luego con el asunto.

—De acuerdo —suspiró Tinky— ¡A empujar! .—Le señaló la puerta.

Ereas obedeció sin demora, empujando con todas sus energías la pesada puerta que se resistía a abrirse. Estuvo varios minutos ejerciendo fuerza quejumbroso, hasta que la puerta crujió. Se detuvo un instante satisfecho, la puerta no se había movido ni un centímetro, pero al menos parecía dispuesta a ceder. Recuperó el aliento y lo intentó de nuevo. El crujido aumentó haciendo que finalmente cediera lo suficiente como para motivarse. Volvió a recuperar el aliento, estaba más pesada de lo que pensaba, pero iba avanzando.

—¡Vamos! ¡Vamos! —dijo Tinky animándolo— ¡No hay mucho tiempo!

Ereas volvió a la carga, la puerta volvió a ceder, descansó, intentó otra vez, la puerta volvió a moverse, descansó y volvió a la carga una vez más... y por fin logró abrirla. No del todo, pero si lo suficiente para que pudiese entrar. Por lo que deteniéndose, tragó una gran bocanada de aire y estirando sus adoloridos brazos cruzó el umbral directo al salón del trono. Lo que vio lo dejó boquiabierto.

El salón era grande, amplio, con gruesas y enormes cortinas que colgaban desde el mismo techo, las que a diferencia de las insignias y banderines exteriores no habían sido arrancadas, mostrando el antiguo escudo familiar del reino, un radiante corcel sobre un fondo verde, sin embargo, aquello no fue lo que más lo sorprendió, sino que aquellas cosas que colgaban de ambas orillas del salón; allí, partiendo desde el mismo techo, varias jaulas individuales pequeñas colgaban de gruesas cadenas hasta casi tocar el suelo formando una desconcertante escena que a toda luces no hacía juego con lo que hasta ese entonces Ereas sabía de aquel reino. Claramente aquellas jaulas habían sido agregadas de manera reciente, no pertenecían al salón y es que estaban tan toscamente echas que no podían ser obra más que de los goblins. Austrio había sido un rey bondadoso, leal a Thal... y aunque había terminado cometiendo un grave error tras la caída del Uglón y su ascenso al poder, jamás se había destacado por la crueldad. Austrio jamás hubiera puesto aquellas jaulas en su salón real.

El Viaje De EreasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora