XIV - El Polvo de las Hadas (Pt.2)

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—¡Saludos, Ereas! —sonrió una de ellas, la más llamativa, portaba una pequeña corona dorada con un diminuto rubí rojo en el centro. Su vocecita era cálida, infantil, pero de cierta forma a Ereas le resultó extrañamente sensual. Su manera de entonar parecía continuar con la atrapante melodía de la tonada. Llevaba puesto un holgado vestidito rosado semitransparente, le sonrió mientras revoloteó a su encuentro.

—¿Qué... que es todo esto? —preguntó Ereas sin dejar de sentirse perplejo. Su corazón comenzó a latirle a ritmo acelerado, no sabía si aquello era real o algún tipo de trampa ilusoria desconocida, porque la certeza de que estaba despierto la tenía al cien por cien.

—Soy la reina Damira —dijo la pequeña Hada— ¡Seas bienvenido al reino de las hadas subterráneas! —agregó mientras la caverna se iluminó por completo. Ahí, en las paredes, un sinfín de lucecitas de múltiples colores se encendieron súbitamente. Ereas alzó la vista extasiado, un sinnúmero de pequeñas madrigueras se extendían hasta el techo, mostrando una especie de magnifica ciudad panal. No supo que decir.

—Muchos han osado llegar a nuestro reino y robar nuestras riquezas y magia —tomó la palabra la reina— ¡Hasta ahora nadie lo ha logrado! —dijo apuntando con sus delicadas manitas hacia el suelo.

Allá abajo, a varios metros de profundidad, un escarpado acantilado se dejaba ver. En el fondo, entre sombras y oscuridad, una serie de huesos y cadáveres ya secos se asomaban entre un sinnúmero de incalculables tesoros: Oro, plata, cofres cargados de monedas y joyas, nácar, ámbar, diamantes, zafiros, rubíes y una cantidad tan astronómica de finísimas piedras preciosas que podrían llegar a eclipsar hasta al reino más acaudalado. Ereas se quedó fascinado y aterrado a la vez, los cadáveres y tesoros cubrían todo el fondo y hasta donde su vista podía apreciar. No supo que decir, al menos él no había llegado allí por los tesoros.

—Yo no... —intentó excusarse asustado— Solo escuche...

La reina sonrió, las hadas cuchichearon entre risitas mientras lo miraban de reojo.

—¿Pensaste que podrías saciar tus deseos con una de nosotras? —preguntó la reina alzando una ceja de manera sugerente— ¿Tal vez dos? —agregó apuntándole con sus diminutas manecitas.

Ereas se quedó pasmado, era en lo que menos había pensado.

—¡No... yo nunca...! —tragó saliva ¿Cómo saldría de aquello? Miró los espeluznantes cadáveres del fondo, los innumerables tesoros que allí albergaban y sintió que empezaba a temblar.

La reina rió con una chillona vocecita, las demás hadas hicieron lo mismo. Ereas se sintió tremendamente incomodo, ridiculizado ¿Tal vez si se daba la vuelta y corría no fuera demasiado tarde? pensó "¡Podía hallar el camino de regreso!" pero conocía bien las historias de hadas, eran dueñas de poderosa magia. Sabía que era demasiado tarde, jamás podría escapar. Se llevó instintivamente la mano a la cintura buscando algo con lo que defenderse, ni su espada ni su ceñidor estaban allí, seguramente ya se los habían llevado los goblins para ese entonces. Lamentó no haber sido más cuidadoso al momento de despertarse, jamás debió haberse alejado de su lecho sin siquiera una espada.

—¡Tranquilo, Ereas! —dijo la reina finalmente, se arregló el cabello revoloteando frente a él, se detuvo justo frente a su rostro— Te hemos traído aquí por una razón —agregó— ¡Eres hermoso! —jugueteó analizándolo de cerca— ¡Me alegra que te haya seducido nuestro canto! —alzó una ceja.

Ereas seguía sin saber que decir, estaba totalmente confundido ¿hacia dónde iba todo aquello?

—Voy a tenerte en mi cama en su momento —dijo sobándose una redonda y prominente barriga. Ereas no lo había notado, aquel holgado vestido rosado apenas lo dejaba ver, pero la reina estaba embarazada.

El Viaje De EreasDove le storie prendono vita. Scoprilo ora