V - El Mago Que Enfrentó a La Oscuridad (Pt.1)

779 112 98
                                    

Cuando lo sacaron del calabozo Ereas se encontraba en un estado lamentable, su rostro estaba tan pálido como un cadáver, su respiración era débil e irregular, temblaba descontrolado y su vista estaba perdida, cómo sin vida, tenía los ojos completamente abiertos más no pestañeaba, como si estuviese desconectado de la realidad, como si estuviese en un extraño y misterioso trance que no le permitía ver lo que estaba sucediendo a su alrededor. Sentos no pudo menos que sentir lástima por el muchacho, rogó por que se recuperara, lo había estado esperando, lo necesitaba.

Cuando Ereas recuperó la cordura se llevó una grata sorpresa. El cuarto en el que se hallaba no era menos que impresionante, aquel lugar era por lejos mejor que sus aposentos en el destruido Drogón; más bello, enorme y lujoso de lo que el gorgo jamás había visto hasta ese entonces. Las cortinas, las sabanas, las alfombras... todo estaba hecho de finas telas; seda, lino, cachemir. Los muebles eran de maderas nobles, los cristales de una transparencia mayúscula, los adornos de oro y piedras preciosas, el suelo de mármol. También había un enorme espejo de marco tallado en una esquina, un par de esculturas de vidrio y en las paredes hermosos estantes con un sinnúmero de libros de los más diversos tamaños y colores; La cultura élfica; Asaf el navegante; poesías y canciones del maestro Diocretes... entre otros muchos títulos que a Ereas le resultaron desconocidos. Sobre los muebles también había adornos que parecían frutas de distintos colores. Por último estaba el impresionante balcón, el cual estaba abierto de par en par, dejando entrar los cálidos rayos del sol junto a una suave brisa.

—Hola Ereas, soy Eguaz —habló alguien repentinamente.

El gorgo se asustó, no había alcanzado a notar que no estaba solo en la habitación, se incorporó veloz sobre la cama, alarmado. Un hombre alto de aire misterioso le observaba apacible sentado en una acolchada butaca junto al lecho; era un hombre viejo sin duda, pero de buenas a primeras parecía imposible calcularle una edad; al principio a Ereas le pareció ver a alguien extremadamente longevo, con marcadas arrugas y una larga barba gris hasta la cintura, sin embargo, se movía de manera más bien ágil y jovial, como si todos aquellos años que parecía cargar fuesen una mera ilusión, pero aunque no pudo estar seguro de su edad si notó el extraño aura que lo envolvía, era una especie de tranquilidad, armonía y completo dominio de sí mismo. Fue algo que no había visto hasta ese entonces más que en su padre, de cierta forma su presencia le evocó a él, le reconfortó.

—¿Quién eres? —preguntó Ereas algo confuso todavía.

—Soy Eguaz —contestó el anciano y a pesar de la increíble edad que parecía tener a ratos, sonrió con una cálida y amena sonrisa provista de cada uno de sus dientes, no faltaba ninguno.

Ereas no supo porqué, pero le bastó escuchar aquellas simples palabras para que comenzara a sentirse cautivado con su presencia. No había duda, le evocaba a su padre, no pudo evitar sentirlo una especie de protector, alguien en quien se podía confiar.

—Te hemos estado esperando —dijo levantándose con suavidad— Hay muchas cosas de que hablar.

Ereas permaneció desconcertado sin decir palabra, el porte del anciano era formidable y caminaba completamente erguido, sin una pizca o señal de encorvarse. Vestía una larga túnica de lino gris y sujetaba un báculo similar al de los sacerdotes en las ceremonias a Thal, no obstante, este era de madera rustica y con una especie de piedra de vidrio pequeña perfectamente pulida y sujeta de algún modo en su extremo superior.

—Arréglate y vístete. Volveré en seguida —le señaló una enorme tina de baño ya preparada en una esquina de la habitación. Junto a ella unas prendas de vestir y unas bellas botas le esperaban.

En seguida abandonó el cuarto a paso tranquilo, cerrando la puerta tras de sí.

El gorgo no pudo creer lo que estaba sucediendo, le pareció un sueño, un buen sueño... un tanto extraño tal vez, pero bueno al fin y al cabo. Suspiró tratando de ordenar sus ideas, entonces viéndose completamente solo y en un ataque de alegría hundió su cabeza en las suaves almohadas de su cama sintiendo aquella suave y delicada textura que las envolvían, olían delicioso, no pudo evitar reír, echaba tanto de menos descansar su cabeza en una suave almohada que deseo no levantarse jamás... pero entonces vio el balcón y el despejado cielo de aquel día, se hallaba completamente desnudo, pero no le importó. Por lo que levantándose corrió hacia el borde del balcón con ansiedad y miró hacia afuera expectante. Quería ver donde se hallaba, comprobar que aquello no era una ilusión. Lo que vio lo maravilló.

El Viaje De EreasUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum