IX - Bajo las Estrellas (Pt.2)

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—Así que su destino es la Tierra Oscura —dijo una voz desde la oscuridad del pasillo, una vez que Ereas había abandonado el despacho de Volundir cerrando la puerta tras de sí.

El gorgo giró su cabeza asustado, intentando reconocer al inoportuno personaje, era uno de los hijos del rey Volundir: Othila el ocioso. A pesar de no haber cruzado palabra con él hasta ese entonces, pudo reconocerlo por su enorme parecido a Solari y Gabriel, sólo que este tenía el cabello oscuro, como alguna vez lo había tenido su padre hacía mucho.

—Partiremos a Flemister —mintió Ereas, pero su afirmación sonó tan falsa que hasta el ser más ingenuo no le hubiera creído.

—Mentir no es lo tuyo, "futuro hermanito" —dijo el príncipe acercándose unos pasos, pasos que a Ereas le resultaron tremendamente intimidantes, el formidable semblante del príncipe elfo era, al igual que su padre, digno de temer.

Ereas retrocedió asustado y sin poder explicarse cómo el elfo se las había arreglado para escuchar su conversación con Volundir. Ahí en el pasillo se escuchaba la música y el ruido proveniente del salón, además el despacho era lo suficientemente grande y hermético como para que alguien, por muy hábil de oído que sea, lograse captar algo.

—¡Es de mala educación espiar a las personas! —dijo Ereas tratando de reunir algo de valor, pero en ese mismo instante cayó en cuenta de su error, sus palabras no habían hecho más que confirmar las afirmaciones previas de Othila. Éste sonrió satisfecho.

—Lo que no me explico es por qué necesitan a un niñato como tú —dijo el príncipe de manera un tanto despectiva y sarcástica.

—¡Creo que eso es algo que deberías resolver con tu padre! ¡No conmigo! —le dijo Ereas cortante, y dándole la espalda caminó apresurado por el pasillo, directo al salón, dejando a Othila con la palabra en la boca.

Una vez que Ereas llegó al salón y entró en él descubrió, para su sorpresa, que el ambiente había cambiado totalmente, en el poco rato que se había ausentado los elfos criados habían hecho a un lado las grandes mesas dejando un amplio espacio en el salón, mientras un grupo de músicos habían comenzado a tocar y entonar alegres melodías. La gran mayoría de los presentes estaba danzando de manera armoniosa y alegre mientras seguían el ritmo. Ereas se quedó perplejo un instante observando el gran talento que poseían los elfos en el arte del baile y a la vez ante el repentino cambio que había sufrido el salón. En ese momento, y súbitamente, comenzó a sentirse misteriosamente extraño, no supo si era aquel baile y la música, las fuertes emociones producidas por sus conversaciones con Volundir y Othila, las dispares miradas que le habían entregado Sophía y la elfa, o quizá un efecto tardío de aquel sorbo de alcohol que había tomado de la jarra del enano. Tal vez todo junto, pero fue como si repentinamente comenzara a caminar sobre esponjosas nubes que mágicamente soportaban su peso haciéndolo flotar sobre el piso del salón, un extraño y agradable mareo lo embargó por completo e inexplicablemente no pudo evitar sentirse feliz y sonriente. Solari llegó en ese instante junto a él, traía e Evitha de la mano dirigiéndose al baile, al parecer se las había arreglado para colarla en la velada.

—¡Ella es mi hermana Mina! —le dijo señalándole a una rubia y despampanante elfa. Ereas la reconoció de inmediato, era la elfa de ojos coquetos verde almendrado— ¡Cumplo con presentártela! —añadió entre risas mientras se escabullía con Evitha en el enorme salón.

Ereas hizo ademan de saludarla, pero antes de que alcanzara a decir palabra, la elfa se acercó a él y tomándolo de la mano lo arrastro al medio del salón de baile. Si hubiese sido otra ocasión se hubiese sentido profundamente avergonzado y tal vez hasta molesto con tal atrevimiento, sin embargo, absorto en aquel extraño e inexplicable trance en el que se encontraba no hizo más que dejarse llevar con una boba sonrisa en el rostro.

El Viaje De EreasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora