IX - Bajo Las Estrellas (Pt.1)

524 73 93
                                    

Solari y Evitha Condujeron a Ereas por los lugares más hermosos de la ciudad, Ereas disfrutó cada uno de ellos. Recorrieron las calles, el parque, la laguna, los jardines flotantes más bellos, sus fuentes de agua y un sinnúmero de monumentos. Los elfos eran grandes arquitectos, los que devotamente creían que todo trabajo, profesión o quehacer diario debía hacerse en pos de alabar a su dios y esta creencia se transmitía claramente a través de sus obras, las cuales se mantenían en perfecta armonía con la naturaleza, con sus necesidades y por sobre todo, con su creador.

Una vez concluido el paseo matutino, almorzaron en casa de Evitha quien había insistido en invitarlos para que su familia pudiese conocer al gorgo. La elfa y su familia vivían en una hermosa, pero sencilla casa de dos plantas. Tenía su propio patio interior con su jardín floreado y una huerta donde cultivaban gran parte de sus alimentos. La familia de la elfa era modesta, sencilla y bastante joven aun considerando la gran cantidad de años que solían vivir los elfos. Evitha había sido su primer retoño y hacía algunos meses acababa de nacer su segundo hijo, una pequeña y risueña criaturita de orejas puntiagudas que habían llamado Deb.

Los padres de Evitha recibieron a Ereas con diligencia y alegría, de cierta forma se sentían halagados de que éste aceptase su invitación "No todos los días se puede compartir con el último miembro de una raza milenaria" habían dicho. Al parecer y al igual que la gran mayoría de los elfos, lo veían como un prodigio de la creación de Thal, aunque Ereas no se sentía así para nada. La comida fue excelente, un suculento plato de legumbres perfectamente aderezado con productos que Ereas fue incapaz de reconocer, acompañado con un jugo de frutas, miel y una gran variedad de frutos secos. La forma de cocinar de los elfos era suave y equilibrada, privilegiando la armonía a los sabores fuertes, para alguien acostumbrado a la carne y la condimentación excesiva de seguro encontraba sus platos desabridos, a Ereas en cambio le parecieron exquisitos.

El resto del día lo pasaron en juegos, paseos, cantos y bailes. Solari y Evitha tenían un gran círculo social y eso se hizo evidente a cada instante, Ereas prácticamente había perdido la cuenta de cuantos elfos había saludado y hablado durante el transcurso de aquel día. Todos querían conocerlo, tocarlo, hablar con él, al parecer era la nueva gran novedad, lo que no le hacía sentirse nada cómodo, sin embargo, los elfos eran amables, respetuosos y muy educados, por lo que Ereas se limitaba a contestar sus preguntas de buena gana y de la mejor forma posible. Lo demás fue perfecto, Evitha y Solari le hicieron olvidar sus penurias por completo sumiéndolo en un éxtasis de felicidad y alegría. Desde que todo había comenzado jamás se había imaginado poder volver a sentirse así, como alguien normal. Había sido casi igual a aquellos dichosos días en los que jugaba en el bosque con su hermana a escondidas de su madre, aquellos días en los que las preocupaciones y la hora parecían no importar, sólo estaban los juegos, la risa y la dicha de ser niño. Para cuando el día finalizó volvió a sentirse vivo, aquel día había sido uno de aquellos que hacían que la vida valiera la pena ser vivida, aquellos días de los que el sólo recuerdo posterior te hacen sonreír y lo demás no importa. De cierta manera y cuando el sol se escondió en el horizonte Ereas sintió que moría, moría y volvía a perder todo aquello que Solari y Evitha le habían entregado con tanto cariño, debía volver a la realidad, al día siguiente y con los primeros rayos del sol se iría de Antímez, abandonando definitivamente el lugar que le había devuelto un pedacito de su alma.

Una vez que el sol terminó de ocultarse y regresaron al castillo, el rey Volundir citó a todos los guerreros al salón real, donde les habían preparado una grata sorpresa como motivo de acogida y despedida a la vez, un gran banquete al puro estilo élfico. En el cual les habían reservado puestos de honor en la cabecera junto al venerado rey. Esa fue la primera vez que Ereas vio a Volundir y para su sorpresa éste era totalmente distinto a como se lo había imaginado. Según lo que le había relatado Eguaz, el rey ya tenía más de quinientos años, por lo que él se había imaginado un decrepito anciano de orejas puntiagudas y pelo cano, pero no fue así, Volundir era un elfo gallardo, más alto que el común de sus congéneres y de contextura musculosa, su cabello era gris, el cual denotaba que alguna vez en los días de sus juventud debía haber lucido un radiante negro, se conservaba perfectamente en forma y tenía una mirada orgullosa y segura como todo rey amado. La corona que utilizaba era una fina pieza de oro blanco, delicada y complejamente hecha, no tenía ninguna piedra preciosa que la adornase, vestía un traje gris plateado, nada exuberante, pero diseñado elegantemente con runas élficas que mostraban su profunda dedicación al reino y a su dios Thal.

El Viaje De EreasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora