IV - Tormena

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A mediados del quinto día llegaron a las puertas de Tormena. El viaje fue lento, pausado y por algunas monedas lograron sumarse exitosamente a una caravana, evitando exponerse así a los peligros del camino. La ruta era amplia, bien trazada, de fácil circulación y de singular belleza, un buen jinete a galope suave podría haber recorrido aquella distancia en un par de días, sin embargo, como parte de la caravana habían tenido que hacer varias paradas, algunas de ellas casi interminables. Ereas se había mantenido ocupado admirando el paisaje y compartiendo historias y juegos con Adam, no socializaron con los demás niños, Berta se los prohibió alegando temer por su seguridad, por lo que además obligó a Ereas a mantener su rostro cubierto en todo momento para evitar llamar la atención. Adam, por otra parte, hablaba poco y se sorprendía con facilidad, a diferencia de Ereas jamás había recibido educación alguna y lo más que se había alejado de la granja era una pequeña aldea, a la cual solía acompañar a su padre de vez en cuando a comprar, vender o hacer algún intercambio amistoso; mientras su padre negociaba, él aprovechaba de ver jugar a los demás niños, nunca lo invitaban a participar y era demasiado tímido para acercárseles, por lo que aquel viaje y la compañía de Ereas le significó algo totalmente novedoso, por primera vez en su vida descubría que el mundo era más amplio y complejo de lo que imaginaba; y le gustaba, luchaba entusiasta por no perderse ningún instante. A Ereas le simpatizó el muchacho y para su sorpresa también disfrutó del viaje y del resto de aquella humilde familia; se levantaban temprano, cepillaban a Jacinto, comían las bien preparadas recetas de Berta y más de alguna vez probaron uno que otro producto de intercambio con los demás miembros de la caravana. Viajaron en un viejo carretón de dos ruedas tirado por Jacinto, un hermoso caballo ruano de tiro, la más amada posesión de Dionisio. También se habían llevado la mayoría de las cosas de valor, las que intercambiaban por monedas o productos a lo largo de la ruta; huevos, comida, verduras, ropa, algunos cantaros y todas sus gallinas, también a Sansón, un perro más dócil que guardián. Finalmente y lo más importante, era su dádiva a Thal, un exquisito aceite perfumado envuelto y guardado cuidadosamente en la parte más segura del carretón, Berta estaba convencida de que aquel aceite era el causante de la desaparición de su hija, habían prometido volver al templo y no lo habían hecho. Tal vez el gran Thal lo había considerado un insulto, pensaba, enviándoles en su misericordia a Ereas para mostrarles el camino. Ereas por su parte se sentía bastante incomodo ante dicha suposición, por supuesto que no estaba de acuerdo, pero había aprendido a conocer rápidamente a la devota mujer, era mejor no contrariarla por lo que solo se limitaba a sonreírle tontamente cada vez que ella sacaba el tema.

La ciudad de Tormena era vasta, enorme y sus murallas imponentes y fuertemente fortificadas, resaltando a gran distancia los ondulantes banderines con el escudo del reino que adornaban los gruesos torreones, sin embargo y a pesar de su gran capacidad contenedora, se encontraba en el punto de la sobrepoblación. Atrás habían quedado aquellos días en los que habían lidiado con las invasiones bárbaras y el gran asedio del imperio Azario, Tormena era ahora una ciudad prospera y en consecuencia un rico y poderoso reino que se había llegado a convertir en uno de los centros más importantes de la vida política, económica, religiosa, cultural y moderna de la Tierra Conocida. De hermosa arquitectura y prolija construcción, miles de personas arribaban a sus puertas cada día; contenía tres líneas de murallas, altas, intimidantes, capaces de repeler al ejército más numeroso. Ereas quedó totalmente anonadado ante la enorme extensión que abarcaban. La ciudad contaba con tres plantas, cada una separada por gruesos muros, dividiendo de esta forma las zonas más pobres de las acaudaladas. La primera planta, y la más baja, era la del pueblo, aquellos que habían nacido lejos de la realeza. Eran las zonas más alejadas del castillo, pero cercanas a las puertas; era la sección más grande de Tormena construida con la idea de dar cobijo a todos por lo que se había transformado en un lugar de barrios pobres y miserables. Los espacios públicos en aquellos lugares eran en su mayoría angostas callejuelas, a excepción de los caminos principales que llevaban desde las puertas hasta la plaza mayor y por tanto al mismo palacio, aquellos caminos eran amplios y con excelente calzada, permitiendo de esta forma la circulación de caballos, carretas y carruajes. Sobre ellos estaban los edificios más significativos y el comercio, sin embargo, las calles aledañas parecían más bien hechas según las circunstancias y al azar, formando una maraña laberíntica e irregular de apiñadas construcciones e inmundicia en la cual fácilmente podías llegar a perderte si no eras un experto conocedor. A pesar de ello, el rey Sentos se había preocupado de mantener su ciudad capital lo más saludable y limpia posible, había instalado baños públicos y privados en lugares estratégicos, además de pozos y manantiales al interior de las murallas para facilitar el acceso al agua, así como también varios hospitales y leproserías para mantener el ambiente urbano libre de enfermedades contagiosas. Sabía perfectamente que cualquier plaga o peste en aquella urbe sería mortalmente peligrosa para su pueblo y a la misma vez para él y su corte. La segunda planta era más elevada y la separaba un segundo muro, igual de fuerte e imponente que el primero. Contaba con dos secciones distintas; la primera y al noroeste la ocupaba el gran templo de adoración al dios Thal, el templo más grande y costoso construido en toda la Tierra Conocida, lugar santo ampliamente visitado por los devotos adoradores, era prácticamente otra ciudad dentro de los límites de la ciudad, por supuesto había también otros templos más pequeños distribuidos a lo largo de la capital, sin embargo, el núcleo de la vida religiosa giraba en torno a este gran templo. El resto de la planta, y por cierto la mayor parte de esta, la ocupaba la burguesía y la nobleza. Eran los mejores barrios de la ciudad, con casas y calzadas limpias, espaciosas y de maravillosa arquitectura cargada de opulencia. Frente al palacio y en medio de todas aquellas lujosas edificaciones se hallaba también la plaza mayor, el principal centro de reunión pública, donde se montaba el mercado real, se castigaba a criminales peligrosos y se llevaban a cabo la mayoría de las festividades celebradas. Finalmente, y tras una última muralla estaba la última planta, la más elevada e imponente, ahí se hallaba el solemne palacio del rey. Era tan alto que uno podía divisar sus bellas torres con banderillas amarillas flameando desde antes de tocar las mismas puertas de la ciudad, era un recinto altamente protegido y asegurado, era el mismo lugar donde residía Sentos y sus funcionarios.

El Viaje De EreasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora