- ¿¡Y tu amor, Jaemin!? ¿¡Dónde está tu amor ahora!? ¡No lo siento ni siquiera clavándotela hasta el fondo! ¡Eres un puto vicioso que le pone ser tomado por su hermano! ¡Eres peor puta que Yeji! - el corazón se me encogió de golpe de la aceleración del momento. Noté los dedos de Jeno hurgar alrededor de la penetración, rozándome el agujero profanado, presionando dolorosamente.

- ¡No! ¡Cállate! - grité, intentando alzar la cabeza de la mesa inútilmente. Jaeno me aplastó con más fuerza contra ella. Se levantó, apartando su espalda de sobre la mía y tiró de mi trasero hacia arriba, pegándome un manotazo en la espalda para que no intentara levantarme, exponiéndome aún más a su mirada escrutadora y a su dura virilidad toda mojada a punto de romperme en dos. Me dio un azote fuerte e intenso, doloroso. - ¡Aaah!

- ¡Mírate y reconoce lo que eres! ¡Eres una maricona reprimida que finge sentir amor a cambio de buen sexo! ¡Eres un completo ramero, un puto, un chapero! - el cuerpo empezó a temblarme. Sentí lágrimas puras salpicándome la cara, lleno de humillación. - ¿¡Dónde está tu amor ahora, Jaemin!? - me dio otro azote - ¿¡Dónde!? - y otro más. El jarrón cayó al suelo, derramándose el contenido, y grité como un perro apaleado y cachondo incapaz de defenderse de su dueño. La saliva se me escurrió por la comisura de los labios.

- ¡Me has traicionado, me has hecho daño y yo te he perdonado! ¡Me arriesgo por ti, doy mi dignidad, mi orgullo, mi libertad y te he perdonado cuando no mereces perdón! ¡Y todo porque quiero estar contigo y porque te quiero! ¡Ahí está mi puto amor! ¡Te quiero! - le mostré mi última carta cuando se tumbó sobre mí, embistiéndome por última vez, aplastándome contra la mesa, obligándome a notársela entera rompiéndome, desmontando  cada pieza de mí. Se corrió. Sentí a la perfección su semen llenándome entero y encorvé la espalda hacia atrás, con la boca entreabierta y los dientes apretados. Jeno gritó con furia, apretándome la cintura fuertemente. Caí de nuevo sobre la mesa, rendido mientras me la sacaba con rapidez y sentí como las gotas de semen caían sobre mi espalda, exprimiéndose al cien por cien sobre mi cuerpo. Yo aún seguía bestialmente duro, aún chorreando y tieso, insatisfecho.

- ¡Eres un hijo de puta! - su puño impactó al lado de mi cara, sobre la mesa. Encogí las piernas y él me agarró del brazo hecho una fiera, haciéndome daño. Me obligó a levantarme y a girarme para mirarle a la cara, a los ojos entrecerrados y brillantes. - ¡Estabas jugando conmigo desde el principio! ¡Voy a demostrarte mi amor echando un polvo! ¡Es mentira! - una sonrisa floja se dibujó en mi cara, ido.

- Un truquito de maricones... - jadeé. - No te hubiera dejado cogerme si no te hubiera perdonado y si no lo hubiera hecho... quizás fuera porque no te quería lo suficiente como para hacerlo. - Tragué saliva, con la garganta seca y tomé aire de nuevo. - Pero he ganado. El amor existe y yo te quiero. - Jeno abrió la boca de par en par, intentando decir algo. Volvió a cerrarla, indignado y me pegó un guantazo en la cara, flojo y casi indoloro.

- Eres una mala maricona, Muñeco. - volvió a empujarme hacia atrás, clavándome el filo de la mesa contra el principio de la espalda y acabando por tumbarme a lo largo de ella. Me tomó las piernas y me obligó a doblarlas, apoyándolas sobre el filo, tirando de ellas para que las abriera y le mostrara con claridad mi hombría aún dura y empapada, a la cara. - Y encima tienes demasiado aguante. Venga, tócate que yo te vea. ¡Ahora! - Me llevé la mano hacia abajo. Me entraban escalofríos recorriéndome la ingle con los dedos hasta agarrarme la base del pene con la mano temblorosa. Jeno me miraba con una sonrisa que conocía bien, apartándose algunos mechones de cabello de la cara con un movimiento típico de un creído en toda regla.

Posó la mano sobre mi pecho. Estaba húmeda. Se sentó sobre la mesa, a mi lado, mirándome a la cara.

- Venga, enséñame esa carita que tanto me gusta. - empezó a acariciarme el pecho sin apartar su mirada de mi rostro ido y sudoroso. Me decidí a cerrar los ojos, con las mejillas ardiendo, empezando a mover la mano encima de mi pene mojado, arriba y abajo, fuerte, desesperado como me sentía en aquel momento. Abrí más las piernas y giré la cabeza, gimiendo con la boca abierta. Más, más... más fuerte... oí a Jeno suspirar y apreté los ojos, tocándomela con más fuerza, masturbándome con unas ganas que nunca había experimentado. Jeno se bajó de la mesa de un salto. Sentí su mano acariciarme la mejilla, empezando a descender por mi cuello. - Jaemin, eres precioso, como un muñeco… - me pellizcó un pezón a mala muerte, queriendo hacerme gemir.

𝕄𝕌ℕ̃𝔼ℂ𝕆 || 𝐍𝐨𝐌𝐢𝐧Where stories live. Discover now