Estás en deuda conmigo

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Los días de verano carecen de sentido si los tienes que pasar trabajando en lugar de estar tomando el sol en alguna playa de la costa. Ese era el primer pensamiento de Alba cada mañana de aquel caluroso y aburrido agosto.

Y aquel día, no era una excepción. El sol la saludó desde la ventana, como cada mañana, cuando después de posponer la alarma tres o cuatro veces, abrió los ojos y se puso en pie para empezar un nuevo día. Odiar es poco para el sentimiento que le invadía a las 8 de la mañana de un miércoles de agosto teniendo que levantarse, ducharse, vestirse y coger el metro, soportando temperaturas casi inaguatables y olores algo desagradables, para legar al estudio. Alba siempre pensó, y pensará, que la gente en verano pierde la cabeza y cree que la piscina sirve de ducha.

Odiaba esos olores, esos madrugones y ese calor infernal que solo podía ser sofocado con el aire de un ventilador demasiado ruidoso y poco efectivo. Odiaba también las sandalias que se había puesto aquella mañana, cómo se le había quedado el pelo después de la ducha y a, literalmente, toda la gente con la que se cruzó. Odiaba pensar que en aquel momento podía estar disfrutando de las aguas cristalinas de una cala menorquina en lugar de estar cruzando un paso de peatones en pleno centro de la ciudad. Y cuando una señora le clavó el tacón en el pie, le invadió la cabeza un pensamiento que no tardó en desestimar. Debería haber nacido princesa. El problema era que a ellas también las odiba, y muchísimo además.

Definitavamente, no había empezado bien el día. Y la ausencia de clientes, que se había convertido en algo común para aquellas mañanas de verano, tampoco ayudaba.

- Afri, ¿de verdad no ha entrado nadie? - preguntó Alba con la voz cansada saliendo a la recepción después de casi dos horas sin tener absolutamente nada que hacer y habiéndose dedicado a ordenar el estudio por cuarta vez ese mes.

- Nadie cariño, es 17 de agosto - dijo con obeviedad y una cara de desagrado - la gente está en la playa tostándose al sol y comiendo boquerones en los chiringuitos, no como tú y yo, que estamos aquí encerradas.

- Joder - se tiró en el sofá de la entrada frente a la recepcionista - esto es un coñazo.

- Dímelo a mi... por cierto - Afri se levanó y se sentó a su lado - ¿te has llevado a Natalia a Valencia? - preguntó enseñándole en el móvil una foto de twitter en la que salía Alba en un coche y la morena yendo hacia el con una maleta.

- Si... - dijo sonriente.

- ¿Y qué tal? ¿Cómo fue?

- Pues fue bastante bien - asintió - si es que a Natalia en cuanto la conoces, hay que querarla... - su expresión era la prueba de que si, había que quererla - oye ¿y esa foto?

- De una cuenta fan vuestra en Twitter.

- ¿Sigues a una cuenta fan nuestra? - preguntó abriendo los ojos - espera, ¿nuestra? - preguntó de nuevo al recaer en el pronombre que había utilizado.

- Si, es una cuenta albalia. Y no sigo a una, sigo a siete.

- ¡Afri!

- Es que suben muchísimas cosas, os han cazado en varias ocasiones.

- ¿En serio?

- Si saben hasta que estuviste ingresada en el hospital...

- Pero ¿cómo saben eso?

- Porque la gente es muy cotilla.

- Y lo dices tú que sigues a siete cuentas de albalia... - dijo riéndose la rubia.

- Porque me aburro como una ostra... hay una foto vuestra compartiendo un helado en una terraza en Valencia... - empezó a abrir y cerrar los ojos rápido y suspiró - monísima.

¿Me das fuego? // ALBALIAWhere stories live. Discover now