Ventanas de avión

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Alba se despertó con el sonido de las cuerdas de una guitarra que ya llebavan un buen rato sonando. Se giró algo confundida al no notar la presencia de Natalia a su lado y se levantó frotándose los ojos mientras se dirigía al salón, para econtrarse a Natalia sentada en uno de los poufs que adornaban la estancia, con la guitarra entre las piernas.

- Buenos días... - dijo Alba acercándose a la cocina.

- Ay, ¿te he despertado?

- No pasa nada - dijo sonriente sentándose enfrente, en el sofá, con una taza de café entre las manos - ¿qué hacías?

- Ponerle música a tu canción - contestó sonriente y Alba la imitó.

- ¿Y ya has terminado?

- Más o menos, si...

- ¿Y...?

- Si, te la voy a cantar.

Alba se acomodó con las piernas cruzadas a lo indio, expectante, imaginando cómo podría ser la canción. Natalia la miró sonriente, pero estaba segura de que en aquel momento se puso mucho más nerviosa que en su último concierto. Eran menos espectadores si, pero mucho más importantes.

Cuando la música empezó a sonar, Alba apoyó su cabeza sobre una de sus manos, tratando de contener de alguna forma la emoción y pidiéndose a si misma ser capaz de controlarla. No tardó en sentir el primer pellizco en la garganta, cuando escuchó tejes una tela de araña, quemando mis entrañas, llegando a aquel rincón y no pudo contener la fuga de las primeras lágrimas, colocando la taza de café entre sus piernas y teniendo que utilizar las dos manos para, no ya sostenerse la cabeza, sino para sostenerse el alma y no derrumbarse por completo.

Cuando la morena entonó aquel lágrimas, alargando las letras dulcemente, miró a Alba que no pudo evitar dejar escapar una carcajada todavía bañada en algunas de esas gotas saladas que empezaban a rozar su cuello. Alba escuchó atenta el resto de la canción, sintiéndose tremendamente identificada con muchas de las cosas que decía Natalia. Con el último perdida en este mar, la cantante acarició las cuerdas de forma suave mirando a Alba, que no podía dejar de sonreír.

- Oye ¿por que lloras? - dijo Natalia dejando la guitarra en el suelo y levantándose rápidamente para abrazar a Alba, que seguía inmóvil en la misma posición.

- A ver Natalia - empezó a decir secándose las lágrimas y dejando la taza sobre la mesa - no puedes cantar esa canción y pretender que no llore.

- ¿Pero te gusta?

- Pues claro que me gusta - le respondió abrazándose a su cintura - eso ya lo sabes boba - le dejó un beso en la parte alta de su pecho y a apretó con fuerza.

- Es que igual te esperabas un romantiqueo, y voy yo y te hago una canción sobre mis dudas...

- La verdad es que agradezco que no sea un romantiqueo, me moriría de vergüenza, es perfecta para nosotras Nat.

- Pero ya no me siento así, que quede claro - puntualizó algo nerviosa - es como todo lo que sentí cuando esto empezó.

- Que ya lo se tonta - volvió a abrazarla - no te justifiques más porque es preciosa Nat. ¿Me la cantas otra vez?

Natalia sonrió como una niña a la que le dicen que van a ir a merendar helado a la salida del colegio y se sentó de nuevo frente a ella con la guitarra entre las manos para empezar a cantar otra vez.

En aquel momento, Alba supo que se había hecho adicta a ella. Lenta,  pero irremediablemente adicta a ella. Se preguntó cómo era posible que  las autoridades sanitarias del país no advirtieran de su peligro, como  en los paquetes de tabaco. Repasó mentalmente aquellas advertencias que  había leído constantemente en esas cajetillas y se rió en silencio.

¿Me das fuego? // ALBALIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora