Suero- goteo

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-Mátame.

En sus ojos el relucir de la luna se veía hermoso, eran azules pero el color se había apagado como un astro muerto en la lejanía de una galaxia olvidada. Y esa misma falta de vida, esa monotonía de color y expresión, los dotó de una dimensión muerta que parecía calcar a la luna sobre ellos, con ese gris pálido oscuro y lejanos.

Un paralelismo entre dos mundos: La muerte que se aproxima y la vida que se agota como agua bajo el sol desértico.

Era la primera vez que oía esas palabras de una víctima, que un inocente demandaba su injusta sentencia y, lamiéndose los colmillos, esperó oler el miedo.

Nada, aire rancio, acre. Tristeza y su hedor de podredumbre inundaron sus fosas nasales. Y por si no fuera poco todo se mezcló con el tufo a medicamentos y ese aroma extraño de los hospitales, ese olor característico a desinfección y limpieza. El olor de cómo los químicos, como la lejía, tratan de borrar la muerte de los suelos, paredes... Del aire en el que se adhiere, deseando quedarse unos segundos más en este mundo jovial, efímero.

Arruga la nariz en un gesto de asco y él solo baja la cabeza hacia el suelo.

El pitido intermitente simplemente siguió resonando, sin acelerar ni un poco, en el silencio formado, acompasado al joven corazón. Quizás iba un poco lento.

La sonrisa burlona desaparece del rostro de marfil y en su lugar una línea recta surca los labios rosados, gruesos y helados. Los colmillos se ocultan levemente pero eso no supuso ningún cambio.

- Para eso estás aquí ¿No?- preguntó abriendo sus brazos, ofreciéndose a la muerte como un postre insípido pero necesario- Para matarme.

Añadió con un tono severo, seguro de si mismo. Y casi se apreció un atisbo de ilusión en sus ojos.

Rodeó la camilla a paso lento, a diferencia de su presa él tiene todo el tiempo del mundo, literalmente. Las sábanas blancas, relucientes, le hicieron sentir mareado: Brillaban con un fulgor plástico, hipócrita. Demasiados limpias en contraste al cuerpo sucio, corrompido, que acariciaban.

La piel grisácea y llena de manchas y heridas cuelga sobre el hueso, como una continuación sucia y deshilachada de la manta. Esa delgadez cadavérica lo alertó, de lejos parecía menudo, pero de cerca, aquel chico, provocaba una vertiginosa sensación de lástima, el abismo de sus ojos era profundo y en sus carnes leves la perdición de podía intuir.

Acarició con sus afilados dedos, dejando que las uñas rozaran en vez de cortar, una de sus manos lánguidas y huesudas. Lo sintió por segunda vez en su existencia: La muerte.

La parca que le había robado la vida hasta dejarlo reducido a un alma en pena, sedienta, eternamente errante.

Y ahora, siglos más tarde, veía la muerte en un lugar que no era el espejo. La palpaba, poseyendo un cuerpo ajeno, hormigueando bajo su piel, impulsando la sangre de sus venas. La olía, sucia, apestosa y pérfida, en cada exhalación del niño.

Se retiró con brusquedad, sintiéndose violentado por el tacto que él mismo había iniciado.

¿Sentirían ese asco, esa aversión, también sus víctimas al tocarle a él?

Un gemido quejumbroso escapó de los labios del chiquillo y se los mordió. Algo dolía, pero las posibilidades eran demasiado amplias como para intentar preguntarse el que.

Habían sido rosados y atractivos una vez, no lo dudaba, pero ahora los belfos humanos eran blancos como la cal y estaban llenos de heridas, piel seca y un leve sarpullido de aspecto doloroso.

Frunció el ceño al ver a su visitante quieto, mirándolo fijamente y sin actual. La carne de su frente se movió, pero no hubo cejas expresivas allí, solo un rostro extraño, como una calavera articulada.

Se sintió en una habitación vacía, aunque extrañamente la mirada sobre él le perforaba el pecho y le daba ganas de huir corriendo, despavorido. No había sentido nada así desde que era humano, jamás nadie había causado tal efecto en él.

Tembloroso, el niño alzó la mano y agarró la gabardina del sujeto, reclamando su atención. Flaqueó y la soltó tras zarandearla flojo, como si sus movimientos fueron una brisa de aire polvoriento.

La había tomado con debilidad, con la misma fuerza inerte con la que se aferraba a la vida. Y si aquella era su vida, prefería dejarla.

Una vez había leído en un libro que la vida era como la tragedia griega, que el existir era un equilibrio tenso entre tragedia y triunfo y uno debía afirmar la vida amando tanto el júbilo como el dolor que esta nos regala.

Pero a él parecía que solo una porción de la vida le correspondía ''¿Apol·lo, dónde estás? Tu luz se me hace necesaria entre tanta oscuridad'' pensaba en sus noches frías y solitarias, donde jugaba con el botón de emergencias entre sus dedos, acariciándolo con temor.

- ¿A qué esperas? Solo mátame ya.

Cuerpo frío, blanco, lampiño incluso en la cabeza. Ojos apagados, hundidos y secos. Boca rota, lista para besar a la muerte.

Y se acobardó al ver esa vil aceptación del destino, ese estoicismo hipócrita.

Él quitaba la vida, pero allí no había ninguna.

- No tengo hambre.

Y se fue.

Después, el chico también marchó. Otro demonio escuchó sus ruegos.

Recopilatorio de one shots yaoiWhere stories live. Discover now